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Siento los ojos de Charles sobre mí en cuanto pongo un pie en los garajes, sorteando al personal de las escuderías en busca de mi objetivo

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Siento los ojos de Charles sobre mí en cuanto pongo un pie en los garajes, sorteando al personal de las escuderías en busca de mi objetivo. No necesito más que un vistazo hacia el lugar de Ferrari para encontrarme con ellos, dos iris aguamarina con la diversión danzando en ellos. Cuando estamos a apenas unos metros, me paro y le miro directamente, haciéndole un gesto para indicar que le estoy vigilando, y que también él debería vigilarme a mí porque estoy a punto de ganar nuestra apuesta.

Hoy la clasificación ha ido bien, al menos para todos en general. Sin embargo, George parece más distraído que de costumbre desde el jueves, y eso ha repercutido ligeramente en su rendimiento de ayer y hoy, haciendo que salga octavo mañana. Charles sigue pasándoselo en grande al recordar lo ocurrido el jueves, pero yo no puedo evitar sentirme un poco culpable al pensar en que el piloto británico esté tan afligido como para que esto afecte a su trabajo. Por eso, quiero ganar la apuesta cuanto antes y que los chicos se resuelvan entre ellos en lugar de ser la directora de una especie de orquesta de la tortura, por mucho que esto último me guste en ciertas ocasiones...

Así que aquí estoy, esperando casualmente junto a los garajes de Mercedes a que todo el mundo vaya saliendo para encontrarme con el piloto más joven de la escudería, que probablemente esté ultimando detalles con los ingenieros. Al cabo de unos minutos, Hamilton pasa frente a mí y al verme, se para con una media sonrisa, apoyándose en la pared junto a mi figura.

—Buenas tardes, señorita Leclerc. ¿A qué le debemos el placer de verla por los humildes dominios de Mercedes? ¿Tendré la suerte de que haya acudido a verme a mí?

—Buenas tardes, señor Hamilton. Siento informarle de que hoy no vine a disfrutar de su compañía, pero tal vez en un futuro... —respondo, imitando su tono burlón, pero agradable—. He venido a ver a George. ¿Se ha ido ya o sigue dentro?

El rostro del atractivo británico pasa del puchero al entendimiento, y cuando sus labios se curvan en una sonrisa traviesa, sé que sabe por qué estoy aquí exactamente, o al menos puede imaginárselo.

—Ah, ¿puede ser que tenga ante mí a la razón por la que el pequeño Russell lleve dos días en otra galaxia? Igual debería llamar a Toto Wolff para decírselo y que así deje de romperse la cabeza...

—¡Ni se te ocurra! —bufo, dándole un golpe en el brazo con la alarma pintada en el rostro. Él solo suelta una risita y me coge de la muñeca, evitando que le dé otro golpe—. ¡¿Es que quieres que Toto me mate?! ¡Además, ni siquiera es culpa mía, al menos no todo!

—¿Me vas a explicar qué pasa o tengo que imaginarme lo peor? Porque te estoy cogiendo cariño, canija, y no me gustaría dejar de verte por aquí.

Lewis se pone serio al hablar y afloja su agarre en mi muñeca, sosteniendo mi brazo para no perder mi atención. La preocupación es visible en su rostro y sé lo que se imagina que puede estar ocurriendo con Russell, lo que cualquiera podría imaginarse en su lugar. Me resulta enternecedor saber que no solo se preocupa por su compañero de escudería y amigo, sino también por mí.

Todo al rojo {Charles Leclerc}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora