Fragmentos de Espejo

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Capítulo 1: Entre Sombras y Luz


El eco de sus propios pasos era lo único que se escuchaba en el departamento vacío. Lia dejó caer las llaves sobre la mesa de la entrada, el sonido metálico resonando en la quietud. Era el mismo departamento en el que había vivido durante los últimos tres años, pero ahora se sentía extrañamente ajeno. Como si los recuerdos que albergaba estuvieran empañados, distorsionados por las sombras que había decidido dejar atrás.

Lia, una joven de 24 años con más cicatrices en el alma de las que su edad sugeriría, se dirigió al salón. Las luces tenues iluminaban las paredes desnudas, que antes estaban decoradas con fotos y cuadros que ahora yacían en cajas, esperando ser empaquetados para siempre. La ruptura había sido suya, pero la sensación de pérdida seguía acechándola, una sombra persistente que no se disipaba fácilmente.

—Quizá debería haberme quedado —murmuró para sí, tomando asiento en el viejo sofá que aún no había decidido si llevarse o dejar atrás.

El rostro de Nicolás, su exnovio, apareció en su mente, con esa sonrisa encantadora que la había conquistado desde el primer momento. Nicolás era todo lo que ella había pensado que quería: seguro, exitoso, con un magnetismo que parecía atraer a todos a su alrededor. Pero había una oscuridad en él, una sombra que Lia no había visto al principio, o que había decidido ignorar. Con el tiempo, esa sombra había crecido, sofocándola, consumiéndola hasta que no quedó nada de la Lia que una vez había sido.

Las primeras señales de alarma habían sido sutiles: un comentario despectivo aquí, una crítica velada allá. Pero a medida que la relación avanzaba, esos pequeños cortes se convirtieron en heridas profundas, y la confianza y alegría que Lia solía tener fueron reemplazadas por una constante sensación de insuficiencia. Se sentía atrapada, como si cada día que pasaba en esa relación le robara un poco más de su luz.

Fue en ese momento cuando comenzó la ansiedad. Al principio, eran sólo noches sin dormir, vueltas interminables en la cama mientras su mente repasaba cada palabra, cada gesto. Luego, la ansiedad se filtró en su vida diaria: temblores en las manos, dificultad para respirar, una sensación constante de estar al borde de algo terrible. Fue entonces cuando Lia comenzó a ver a un terapeuta, aunque ni siquiera se lo había contado a Nicolás. Sabía que no lo entendería, o peor aún, que usaría su vulnerabilidad contra ella.

—Ya basta, Lia —se dijo a sí misma en voz alta, como si la firmeza en sus palabras pudiera ahuyentar los recuerdos.

Se levantó del sofá y caminó hacia la ventana, mirando las luces de la ciudad que brillaban en la distancia. La ciudad siempre había sido su refugio, un lugar donde podía perderse y encontrarse al mismo tiempo. Pero incluso la ciudad había comenzado a sentirse opresiva, un recordatorio constante de las expectativas no cumplidas y las oportunidades desperdiciadas.

Decidió prepararse un té. La calidez de la taza en sus manos le ofreció un pequeño consuelo, una sensación de normalidad en medio del caos interno que estaba viviendo. Mientras el agua hervía, su mente vagó hacia su trabajo, uno de los pocos aspectos de su vida que no había sido afectado por Nicolás. Era buena en su trabajo, lo sabía. Como asistente editorial en una pequeña pero prestigiosa editorial, había logrado abrirse camino en un mundo competitivo. Sus colegas la respetaban, y su jefe confiaba en su criterio. Pero incluso el trabajo que tanto amaba había comenzado a parecerle agotador, una tarea más que debía soportar en lugar de disfrutar.

La única persona que parecía comprenderla completamente era Lucas, su mejor amigo desde la universidad. Lucas había estado a su lado durante todo, desde las primeras emociones de la juventud hasta los días oscuros de su relación con Nicolás. Nunca la había juzgado, ni siquiera cuando ella misma se había sentido avergonzada de lo que había permitido que sucediera. Lucas era su ancla, la persona que la mantenía conectada a la realidad cuando todo lo demás parecía desmoronarse.

Con el té en la mano, Lia tomó su teléfono y decidió enviarle un mensaje.

Lia: ¿Estás despierto?

La respuesta llegó casi de inmediato.

Lucas: Para ti, siempre.

Una pequeña sonrisa apareció en el rostro de Lia. Ese era Lucas, siempre sabiendo exactamente lo que necesitaba escuchar.

Lia: No puedo dormir. Me siento... extraña. Es como si estuviera en una especie de limbo.

Lucas: Es normal. Has pasado por mucho. ¿Quieres que pase por tu casa?

Lia miró el reloj. Eran casi las dos de la madrugada. Sabía que Lucas estaría ahí en un segundo si ella se lo pedía, pero también sabía que él tenía que trabajar temprano al día siguiente.

Lia: No, estoy bien. Sólo necesitaba desahogarme un poco. Gracias por estar siempre.

Lucas: Siempre, Lia. Recuerda que todo esto pasará. Sólo necesitas tiempo.

Lia suspiró y dejó el teléfono a un lado. Sabía que Lucas tenía razón, pero el tiempo era algo que no sabía si podría manejar. Cada día parecía un nuevo desafío, una nueva prueba de su resistencia mental y emocional. Pero en lo profundo de su ser, una parte de ella sabía que esto era necesario. Necesitaba este tiempo sola, para descubrir quién era realmente, fuera de la sombra de Nicolás.

El té ya no estaba caliente, pero lo terminó de un trago y dejó la taza en el fregadero. El apartamento, aunque vacío, no estaba del todo desprovisto de calor. Había algo en la simplicidad de su nuevo entorno que le daba una sensación de control, algo que hacía mucho tiempo no experimentaba.

—Mañana será otro día —se dijo a sí misma, apagando las luces y dirigiéndose a su habitación.

Cuando se metió en la cama, el cansancio finalmente comenzó a apoderarse de ella. Cerró los ojos, dejando que los pensamientos se desvanecieran lentamente mientras el sueño la envolvía. Pero justo antes de quedarse dormida, un pensamiento cruzó su mente, un pensamiento que la hizo sonreír levemente.

Era libre. Por primera vez en mucho tiempo, era verdaderamente libre.

La mañana siguiente llegó con una claridad que Lia no había sentido en meses. Se despertó antes de que sonara la alarma, la luz del sol entrando suavemente por las cortinas. Por un momento, se quedó quieta en la cama, disfrutando de la calma que la envolvía. No había urgencia, no había ansiedad mordiendo en su pecho. Sólo una suave tranquilidad que la hizo sentir que tal vez, solo tal vez, todo podría estar bien.

Se levantó y se dirigió al baño, el espejo reflejando un rostro que ya no parecía tan cansado. Había bolsas bajo sus ojos, sí, y su cabello estaba enredado, pero había una suavidad en sus rasgos que no había visto en mucho tiempo. Se cepilló el cabello, tratando de alisar los mechones rebeldes, y se lavó la cara, disfrutando de la sensación del agua fría contra su piel.

Cuando salió del baño, su teléfono vibró sobre la mesita de noche. Lo tomó y vio un mensaje de Lucas.

Lucas: Café esta mañana?

Lia sonrió y respondió rápidamente.

Lia: Café suena perfecto. Nos vemos en el lugar de siempre.

El "lugar de siempre" era una pequeña cafetería en la esquina de su calle, donde ella y Lucas solían encontrarse cada vez que necesitaban hablar, reírse, o simplemente estar juntos sin necesidad de palabras. Había algo reconfortante en la rutina, en saber que algunas cosas no cambiaban, sin importar cuántas otras lo hicieran.

Después de vestirse con unos jeans y una camiseta sencilla, Lia salió de su apartamento, cerrando la puerta con un nuevo sentido de propósito. Al llegar a la cafetería, vio a Lucas esperándola en una mesa junto a la ventana. Él levantó la vista y le sonrió, esa sonrisa cálida que siempre lograba hacerla sentir que todo estaba bien en el mundo, aunque fuera por un momento.

—Hola —dijo Lia, dejándose caer en la silla frente a él.

—Hola a ti también. —Lucas la miró con detenimiento—. ¿Cómo te sientes hoy?

Lia tomó un sorbo de su café antes de responder. —Mejor. Un poco. Es extraño, pero... me siento más tranquila.

Lucas asintió, tomando un sorbo de su propio café.

Fragmneto de EspejoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora