Pasaron unos días, y finalmente llegó la cita de Cate con la ginecóloga para revisar la cicatrización vaginal. También tenían una cita con el pediatra para Ada. El ambiente estaba cargado de una expectación silenciosa que Cate no podía ignorar.
— Ángeles, estoy lista. ¿Nos vamos? — dijo Cate, su voz sonando más firme de lo que se sentía mientras cerraba el maletero con un suave clic, observando cómo la pelirroja colocaba a Ada en el asiento de bebé.
La vista de Ángeles inclinada sobre la silla de Ada hizo que Cate recordara con una mezcla de culpabilidad y deseo los comentarios de Paula. El contorno de la falda de Ángeles se ceñía a su figura, resaltando la curva de sus caderas y ese trasero que parecía hecho para tentar. Cate se mordió el labio, intentando desviar sus pensamientos, pero no pudo evitar la idea de lo mucho que deseaba explorar más allá de la ropa.
— Claro, — respondió Ángeles, ajustando cuidadosamente el cinturón de seguridad de Ada, ajena a la mirada de Cate que la seguía con anhelo disfrazado de preocupación.
— Primero tengo la cita con la ginecóloga, así que me esperas con Ada afuera mientras. Hoy le pondrán las vacunas a mi niña, — explicó Cate, su voz ligeramente más baja, como si hablara más consigo misma que con Ángeles.
— No me gustan las agujas. Me dan terror, pobre bebé, — comentó Ángeles con una dulzura que hizo que Cate se estremeciera, mientras acariciaba suavemente a Ada en el asiento trasero.
Cada vez que Ángeles repetía el gesto, su falda se alzaba apenas lo suficiente como para revelar una tentadora vista de sus piernas. La piel suave y pálida de la pelirroja parecía brillar a la luz del día, y Cate tuvo que apartar la vista rápidamente, sintiendo que su autocontrol se desmoronaba lentamente. La tensión en el aire era palpable, como si un hilo invisible las conectara, tirando de Cate hacia algo que sabía que no debería desear... pero no podía evitarlo.
La cita con la ginecóloga fue rápida y positiva. Tras examinar a Cate, la doctora sonrió con satisfacción.
— Tu cicatriz ha sanado de maravilla, Cate. Has hecho un excelente trabajo siguiendo las indicaciones. — La ginecóloga cerró la carpeta con una mirada aprobatoria. — Solo asegúrate de seguir cuidándote y no apresures nada. Escucha a tu cuerpo.
— Gracias, doctora, he intentado ser cuidadosa, — respondió Cate, sintiendo un alivio genuino.
Luego, llegó el turno de Ada. El pediatra era un hombre de voz suave y movimientos seguros, lo que ayudaba a calmar un poco la tensión que Cate sentía.
— Vamos a ponerle las vacunas, — explicó el pediatra, con una sonrisa tranquilizadora. — Es normal que llore un poco, pero es por su bien.
Ada soltó un llanto agudo cuando la aguja la tocó, lo que hizo que Cate y Ángeles intercambiaran miradas preocupadas.
— Es normal que los bebés lloren después de recibir una vacuna, no se preocupen, — dijo el pediatra en un tono calmado, limpiando suavemente el área donde se había aplicado la inyección. — Es posible que Ada presente algo de fiebre en las próximas 24 horas. Vigílenla y asegúrense de que su temperatura esté entre 36 y 37 grados. Si sube por encima de eso o si la fiebre persiste por más de 48 horas, tráiganla de inmediato para una revisión.
— ¿Algo más que deberíamos vigilar? — preguntó Ángeles, siempre atenta.
— Si notan que Ada está irritable, no quiere comer, o si tiene una reacción en el sitio de la inyección, como hinchazón o enrojecimiento que no desaparece, también es importante que me la traigan. Pero no se preocupen, la mayoría de los bebés toleran muy bien las vacunas, — respondió el pediatra con amabilidad. — Por lo demás, Ada parece estar en perfectas condiciones.
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ÁNGELES
أدب الهواةÁngeles Francés, una joven estudiante de licenciatura en artes, llegó a la majestuosa hacienda Las Rosas, donde había sido contratada para trabajar como niñera. Proveniente de una familia modesta, había aprendido a luchar por sus sueños, y este trab...