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Stanford Pines había cometido muchos errores a lo largo de su vida. Era un hombre de ciencia, pero incluso él sabía que había cosas que la lógica no podía explicar. Bill Cipher, el demonio triangular de otra dimensión, era uno de esos fenómenos que desafiaban toda razón.

Había pasado tiempo desde la última vez que Stanford había tenido contacto con Bill. Después de la derrota del demonio en raromagedón, Stanford había hecho todo lo posible por enterrar ese capítulo de su vida. Pero algunos lazos son imposibles de romper.

Stanford estaba en su laboratorio, revisando unos viejos documentos, cuando una ráfaga de energía desconocida lo sacudió. El aire se tornó pesado, y el familiar olor a azufre inundó la habitación.

—¿Otra vez tú? —murmuró Stanford, mientras giraba lentamente, sabiendo lo que iba a encontrar.

Frente a él, flotando en el aire, estaba Bill Cipher. Pero algo era diferente esta vez. No era la usual figura imponente y burlona; había una expresión de cansancio en su ojo.

—¿Me extrañaste, Satanford? —dijo Bill con su característico tono burlón, pero había una nota de agotamiento en su voz.

Stanford frunció el ceño, cruzando los brazos. —¿Qué quieres, Bill?, pensé que habíamos terminado con esto.

Bill bajó la mirada, lo cual era raro en él. —Parece que nuestros tratos no siempre terminan, ¿eh? —suspiró, y por un instante, Stanford pudo jurar que vio un destello de vulnerabilidad en el demonio.

—¿A qué te refieres? —preguntó Stanford, con un creciente malestar en su pecho. Bill extendió un brazo, y en su mano se materializó un pequeño bulto envuelto en una manta roja.

Al principio, Stanford no podía comprender lo que estaba viendo, pero cuando Bill se acercó, todo se aclaró, era un niño, un bebé, para ser exactos, con ojos de un brillante dorado que no dejaban lugar a dudas sobre su herencia. Pero lo más sorprendente era el símbolo triangular en su frente.

Stanford retrocedió, casi tropezando con su escritorio.—¿Qué… qué es esto? —exclamó, su mente luchando por entender la situación.

—Es nuestro hijo, Stanford —respondió Bill, su tono menos burlón de lo habitual—. Parte de mí, parte de ti. No es solo un mortal ni solo un demonio; es algo… nuevo.

El cerebro de Stanford parecía incapaz de procesar lo que Bill estaba diciendo. Un hijo. Un hijo de él y Bill Cipher. Era imposible, y sin embargo, el niño estaba ahí, mirándolo con esos ojos que parecían brillar con la misma intensidad que los de su padre demoníaco.

—Esto no puede ser real… —murmuró Stanford, pero en el fondo sabía que lo era. Con Bill, siempre había que esperar lo inesperado.—

Escucha, Stanford —dijo Bill, y por primera vez, su voz sonó seria—. No tengo mucho tiempo. Las dimensiones se están alineando de nuevo, y mis enemigos están cerca, este niño… nuestro hijo… es poderoso. Pero también es vulnerable. Necesita a alguien que lo proteja, y tú eres el único en quien confío para eso.

Stanford sintió una mezcla de emociones que nunca antes había experimentado, confusión, miedo, responsabilidad… y algo más. Un instinto protector que no podía ignorar.

—¿Por qué yo? —preguntó, casi en un susurro.

Bill soltó una risa seca.—Porque, Stanford, a pesar de todo, siempre fuiste el único que no pudo destruirme por completo. Tal vez… tal vez porque, en el fondo, sabías que estábamos conectados de una forma más profunda. O tal vez simplemente porque eres demasiado bueno para tu propio bien. De cualquier manera, él te necesita.

Es tú hijo || BILLFORD Donde viven las historias. Descúbrelo ahora