Dos inicios

97 8 21
                                    

Entre vegetación moribunda y colorida, con un cielo nocturno, sucedía una frenética cacería.

La presa era una gran águila plumaje dorado, la cual volaba lo más rápido que podían sus alas membranosas. Mientras la depredadora era una ser antropomórfica, cubierta con una desgastada capucha y con una primitiva hacha que sujetaba con ambos brazos.

El ave se desviaría a una zona llena de densa oscuridad. La cazadora encapuchada seguiría al animal sin importarle las espinas, las cuales se enterraban en su cuerpo.

Un poco más adelante, se encontró con un socavón que no pudo evitar, resbalándose y quedando atrapada entre ramas, vulnerable a una raíz deforme y afilada que apuntaba a su abdomen. Al sentir que sus pies no hacían contacto con el suelo, tiró el hacha para empezar a jalonearse con desesperación.

La desgastada capucha cedió tras unos minutos, revelando su apariencia humana y robusta. Su caída haría que la raíz abriera una cicatriz en su abdomen, cayendo al suelo boca arriba y exhalando abruptamente por el impacto.

Estando en el suelo, la púbera dirigió sus ojos púrpuras a su torso cubierto con vendas hechas girones. Los tres flequillos de su cabello índigo estorbaban, sesgando la perspectiva de su herida.

Mientras recuperaba la respiración, extendería sus piernas cubiertas de tela marrón y colocaría su brazo derecho -Cubierto con más vendas- sobre la herida, dando un toqueteo a su collar con piedra rojiza.

Después del pequeño reposo, soltaría un quejido mientras agarraba el hacha para levantarse de un salto, comenzando a correr.

Se detendría al volver a ver a su presa que se encontraba en una rama picoteando hojas. Al notar la presencia de la humana, el águila gritaría y extendería sus membranosas alas, viéndose aún más grande.

La cazadora se recargaría en un árbol soltando un alarido de dolor, dejando que pequeñas gotas de sangre caían de su herida. El olor a oxido creaba en la mente de la púbera una película de memorias, provocando que el desasosiego invadiera su cuerpo. Todo su cuerpo se quedó en calma, cerró los ojos en lo que apretaba el incómodo mango hasta hacerlo crujir, Estando atenta a su oído.

Al escuchar las hojas moviéndose, lanzó su arma hacia el ave mientras gritaba mostrando su dentadura. No se vería piedad hacia el animal, desahogaba su ira reprimida. Su cacería sería un fracaso, pues los reflejos del ave fueron más veloces, dejando que la hacha se clavara en la rama donde la criatura estaba.

La humana apretó su puño con frustración, dejando de sostener su abdomen para golpear el tronco detrás. Sentiría una fuerte punzada que le haría recargarse y quejarse.

-¡Maldita ave! Ahora tendré que ir por mi hacha enterrada -gritaría mientras arrancaba las vendas de su brazo derecho, envolviendo su torso herido con ellas-. Ahora tendré que trepar en esos árboles, ¿Qué diablos voy a comer? -diría mientras hacia un nudo para sostener la venda.

Empezó a escalar entre las ramas encorvadas para obtener su hacha. Al agarrar su arma, escucharía al pasto moverse muy cerca de ella, haciendo que pupila se dilatara. Coloco el hacha en su boca para subir a la copa del árbol, quedando acostada en una rama gruesa y con ambos brazos en su pecho.

Observaría al pasto, dónde una masa blanca estaba cerca del árbol. Un olor nauseabundo invadió el sitio, provocándole arcadas.

-«Maldito Jackson, vago de mierda ¡¿Dónde estarás león psicópata?!» - Soltaría un fuerte sonido de asco.

Al escuchar esa arcada, la masa extendería su cuerpo; sacando cuatro patas delanteras, un conjunto de patas traseras y una cabeza con morro de perro. El monstruo blanquecino olfatearía alrededor, en busca de su víctima.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Aug 24, 2024 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Rechazados -El alarido del poder-Donde viven las historias. Descúbrelo ahora