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Antes de su viaje soñado en un barco para explorar el mundo, Mabel, antes de irse a California, le entregó a su tío Stanley su preciado libro de chistes malísimos.
Así, todas las noches, por la hiperactividad de Stanley, le cuenta chistes imbéciles a Stanford y este ni una sonrisa muestra, sólo lo mira raro, sin entender por qué se reía de chistes tan malos.
Ambos tienen un humor muy distinto. Stanford sólo se ríe de chistes de matematología, o ciencia y esas cosas; chistes que Stanley tampoco entiende. Y Stanley, pues, se ríe de todo; incluso si están en silencio y nadie dice nada, se ríe por recordar algo chistoso que escuchó o vió.
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