Snow

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Freddy siempre ha sido muy reservado y cerrado. Incluso con sus amigos, no hablaba mucho de sí mismo y le agradaba la idea. Con el paso del tiempo aprendió a ágilmente evitar cualquier pregunta personal. No esperaba que nadie lo entendiera, y nadie lo hizo, lo único que pedía era un poco de privacidad.

Eso fue hasta que conoció a Fred, posiblemente el amor de su vida, con quien sintió una extraña conexión inmediata. Con él no le importaba soltar algunos hechos de su pasado, tan pequeños pero que el castaño consideraba bastantes. El azabache era literalmente la única persona que lo conocía a fondo.

Freddy era frío como el invierno, se escondía bajo sus ropas cálidas y, aunque siempre se enfermase, le encantaba la nieve que venía con esta estación. Fred, por otro lado, era cálido como el verano y, aunque siempre tuviera calor, le encantaba ir a la piscina y, sobretodo, no tener que ir a clases. Freddy era introvertido y Fred extrovertido. Freddy quería morir y a Fred le encantaba vivir.

Freddy había nacido a causa de una infidelidad. Su madre era hermosa, castaña, ojos ámbar y morena como chocolate. Su padre era apuesto, rubio, ojos esmeralda y pálido como la leche. Su madre había tenido una aventura con su jefe y se quedó embarazada con el de ojos zafiro. Al enterarse, el padre del joven se suicidó por la traición de confianza que había sufrido, dejando a su esposa a cargo de un bebé que no era suyo. Freddy creció con odio, desesperanza e indiferencia, convirtiéndolo en lo que era.

El adolescente había intentado quitarse la vida varias veces, dejándolo con cicatrices externas e internas. Aprovechando el frío, podía refugiarse en su sufrimiento y esconder sus heridas. No se sentía orgulloso, de hecho, se sentía avergonzado de haber sido tan cobarde. A su progenitora nunca le había importado lo más mínimo estos intentos. ¿Y qué si su hijo moría? Al menos así podría seguir aprovechándose de otros hombres.

En cambio, Fred había crecido con amor y confianza. Sus padres se amaban con locura, eran la pareja perfecta y le enseñaban a su hijo cómo el amor debería ser. Su vida siempre estuvo llena de risas y bondad, e incluso si se sentía deprimido, ahí estaban sus padres para apoyarlo.

Y por eso, Fred no creía que alguien pudiera crecer con tanta maldad en su ambiente.

Freddy siempre confiaba en su mejor amigo, quien le enseñaba que el amor no es malvado y que la vida no tan injusta. El castaño adoraba estar cerca del pálido, amaba abrazarlo, sentir su tacto e incluso con que alguien mencionase su nombre ya estaba feliz. Necesitaba besarle, decirle lo que sentía y amarle como él le había enseñado. Freddy se había enamorado de Fred, y este no sabía nada.

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Freddy desactivó la alarma un treinta de noviembre, aunque no es que hubiera dormido mucho. Su corazón latía con fuerza, pues ese día de invierno no sólo se confesaría a su amado, sino que también le contaría sobre su pasado. Se vistió con su uniforme torpemente y salió a la calle, una brisa helada lo acarició con fuerza, pero no le importó demasiado.

Caminó hasta el edificio donde estudiaba y esperó al azabache, quien, como siempre, llegaba un poco tarde. Se disculpó como todos los días y entraron. Freddy le dijo que quería que viniese a su casa después de las clases y Fred estuvo emocionado todo el día porque nunca nadie había entrado a la casa de Freddy antes. Luego de las clases, el pálido estuvo casi saltando en dirección a la casa de su amigo y el castaño no pudo evitar pensar en lo suaves que serían sus labios.

Sin embargo, toda emoción se fue del azabache cuando, al entrar, no pudo diferenciar el frío de la calle con el frío del edificio. Lo único que sabía era que el de fuera era mucho más acogedor que el de dentro. Todo parecía vacío, el interior estaba bastante descuidado y el silencio era demasiado abrumador para alguien que ha crecido con calidez en su corazón. Esto no lo detuvo de volver a sonreír y pedirle a Freddy que guiara el camino. Porque aunque nunca lo admitiría en voz alta, la casa de su amigo daba miedo.

Al entrar a la habitación del joven castaño, el mencionado pudo notar como el azabache saltó un poquito por culpa de lo que veía ante sus ojos. Tuvo que frotarselos para darse cuenta de que, en efecto, el cuarto de Freddy era un completo desastre. A penas y se podía ver el suelo. Su habitación era incluso más oscura que el salón, y lo único que podía decir el moreno era un pequeño "Perdona el desastre".

Los corazones de ambos comenzaron a latir con rapidez al sentarse en la cama, pues el momento se acercaba. Freddy a duras penas pudo encontrar las palabras adecuadas para explicar cómo se sentía. Empezó primero por su pasado, para luego pasar a sus sentimientos, tan puros como la risa de un niño. La cara de Fred era un poema. Con cada frase se pudo dar cuenta de que no todos tenían el privilegio de pasar la misma infancia que la suya, y Freddy era la viva imagen de ello. En cuanto a su confesión, desafortunadamente no podía corresponderle, y cometió el error de mirarle con decepción, mirada que el ojiazul sintió como un golpe.

Cuando terminó de hablar, Freddy estaba al borde del llanto, pues había notado desde hace tiempo que Fred no sentía lo mismo. El último mencionado suspiró pesado, no intentaba hacerle daño, pero tampoco le puso filtro a sus palabras. Le rechazó con rudeza, diciendo que él nunca podría verle como algo más que un amigo. Le miró a los ojos y le soltó que nunca podría amar a alguien como él, tan dañado y herido. Que nunca podría amarle a él.

Antes de irse, le dijo que ya no podían ser amigos y lo dejó ahí tirado, aún sabiendo que él era la única persona en la que Freddy confío tanto para decirle algo tan personal. El castaño comenzó a llorar en silencio, abrazándose a sí mismo e intentando convencerse de que todo mejoraría, pero sabía bien que eso era mentira, pues ya no podría ver al chico que le enseñó lo que era el amor de verdad.

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Uno de diciembre. El pálido había estado arrepintiéndose toda la noche de haber sido tan cruel con el castaño. Pensaba en disculparse por texto, pero sentía que eso sería demasiado miserable y desconsiderado. Así que cuando fue hora de ir a clases, lo esperó incluso después de que la campana hubiera sonado. Necesitaba verlo y disculparse, tal vez abrazarlo también y prometerle que algún día alguien lo amaría profundamente. Pero no vino nadie.

Confundido, se dirigió al hogar de Freddy y, antes de tocar el timbre, una mujer salió de la casa. Lo miró de reojo, tenía los ojos rojos, al parecer había estado llorando. Sin embargo, no dijo nada y le dejó la puerta abierta, ni siquiera pudo agradecerle cuando esta ya se había marchado.

Entró con cuidado. Después de lo que le confesó, intentaba pensar en que solo estaba deprimido y quería dormir un poco más, que todo estaba bien y que lo más grave que haya podido pasar es que se hubiera lastimado un poco. Nada le hubiera preparado para lo que vio cuando abrió la puerta lentamente.

Una silla. Una silla y una cuerda, que pasaba alrededor del cuello de su Freddy. Una silla colocada justo en frente de la puerta, para que lo primero que veas al abrirla sea esa escena. Rompió en llanto. Quería pensar que era una broma, debía de ser una broma, pero al bajar el cuerpo lo sintió pesado. Muy pesado y frío. Sus muñequitas tenían sangre seca sobre ellas, estaban rasgadas. Los cortes eran profundos, demasiado. Y en lo único que podía pensar era que todo era culpa suya. Si hubiera sido más gentil con sus palabras, si le hubiera abrazado, si no hubiera sido tan cruel... Freddy seguiría aquí.

— Freddy... Freddy, despierta... Por favor, despierta...

Sollozaba, pidiendo algo imposible, pero que se hubiera podido prevenir fácilmente.

Freddy, tan frío como la nieve, se derritió al encontrar a Fred. Fred, tan cálido como un rayo de sol, se congeló al perder a Freddy. Freddy, débil, tan débil, que le entregó su alma desnuda a la persona equivocada.

Te di todo de , y ahora no me queda nada.”


1444 palabras.

Winter | Frededdy One ShotWhere stories live. Discover now