Erik

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—Estoy contrariada —dice Érika mientras ayudamos a mamá en la cocina. Erina siempre ha sido seria y reservada desde pequeña. Érika y yo tenemos personalidades parecidas, y por ello nuestro vínculo es más estrecho. Nuestra hermana prefirió ayudar a papá con el asador. El resto de la familia está en el patio conviviendo—. O sea que... ¡Ulises! —llama la atención a su hijo, que entra cargando al perro. Se ha ensuciado toda la ropa.

—¡Érika, dile que deje de ensuciarse! ¡Apenas vamos a comer! —la riñe mamá, y mi cuñado es quien se lleva al niño para asearlo mientras continuamos preparando los purés—. ¿Qué tanto cuchichean?

—Erik está viendo a alguien —responde Érika—. Un hombre.

—¡Cállate!

—¿En serio? No le digas a tu papá. Dejemos que en su cumpleaños siga conservando esa pequeñita esperanza de que te cures de gay.
Me echo a reír.

—Aún no es nada oficial, mamá. No quiero ilusionarme. Mas bien, quiero, pero tampoco quiero emocionarme de más. ¿Me explico? Érika, ya no digas nada más —le lanzo una mirada severa. Es la única que sabe en esta casa que René es trans. Sigue confundida al respecto, de hecho.

—Bien, lo hablamos después.

—¿Pero quién es? ¿Dónde lo conociste? ¿Ya investigaste si no es casado? ¿O si no tiene alguna enfermedad rara?

—Ay, mamá —me rasco la cabeza—. Es un buen chico. De hecho, es mi vecino. No es casado y es decente. Tiene dos tortuguitas.

—Bien —mamá eleva una ceja—. Ve con cuidado. Siempre te emocionas de más.

—¿Perdón?

—O sea que eres intenso —se burla Érika.

—¿Sabes qué? Soy apasionado. Apuesto a que te hubiera gustado que Hugo fuera como yo.

—Asco.

—Dejen de hablar tonterías y lleven los platos a la mesa —pide mamá.

Obedecemos. Mis primos ayudan a poner la mesa.

Hay música, y mis tíos se han adelantado con las cervezas. Papá tiene una en la mano mientras cuenta sus anécdotas del Ejército. Los niños y los perros corren a sus anchas en el enorme jardín.

—¡Hijo, ven! —me llama papá—. ¡Trae unos platos! ¡Ya está lista la carne!

Obedezco.

—¿Quieres una cerveza?

—Estoy bien, pa.

—¿Viniste solo? —dice, tomando la carne con una pinza y colocándola en los platos—. ¿Por qué no invitaste a alguien? ¿Qué tal tu amigo el alemán?

—Julian está enfermo.

—¿Algún pretendiente? ¿Alguna pretendiente?

—Lo siento, papá, pero tu único hijo varón morirá solo y gay —sonrío, y frunce el ceño.

—¿En serio no estás viendo a alguien?

—Estoy viendo a alguien, papá. Es un hombre. Pero... no sé si lleguemos a algo pronto.

—Si no llegan a nada, la hija de Ernesto está soltera. Es enfermera. Tiene una plaza.

—Lo tomaré en cuenta, pa.

Transcurre la celebración bastante bien. Todos nos sentamos en las mesas del jardín a degustar y charlar. Papá parece divertirse. Cae la noche y sube el volumen de la música y la cantidad de alcohol.

Permanezco sentado en una esquina, junto a mis primos, conversando y bebiendo. Recibo una llamada de René, y me disculpo para alejarme y responder. Lo único que se me ocurre es salir de casa porque el ruido de la música y mis familiares no nos dejaría conversar.

El libro de los hombres coloridosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora