Epílogo

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—Tus últimos resultados han sido bastante favorables. Supongo que además de tu voluntad, también hubo alguien más siguiendo cada uno de los pasos de tu evolución.

Asiento con seriedad antes de mirarla y hablar.

—Uhm, mi nov... —corto mi propia frase antes de jugar con el anillo en mi dedo y sonreír—. Quiero decir... mi esposa, ha estado a mi lado todo este tiempo. No creo poder haberlo hecho mejor sin su compañía.

La doctora asiente y empieza a escribir con prisa en un papel antes de entregármelo.

—Felicidades. Espero realmente que si alguna vez vuelvo a verte, no sea en este consultorio.

Al leer la hoja que me ha entregado, me siento orgulloso de mi propio proceso al ver cómo después de tantos años, se me  da el alta. Quizá aquellas palabras sean insignificantes para otros, pero para mí representan el boleto a la vida que me permitirá vivir correctamente.

—Gracias, por todo. —ella intenta interrumpirme pero no lo permito—. Sé que es su trabajo, pero igual quiero agradecer.

Se impide negar y solo asiente, dibujando una ligera sonrisa en su rostro.

Al salir del hospital, guardo el papel en mi bolsillo y me dispongo a esperar. El cielo está completamente nublado y los truenos avisan una lluvia sin precedentes, advirtiendo a todos que se protejan o se queden en casa.

Una madre y su hija, quien lleva un vendaje en su mano, se colocan a mi lado y saludan, seguramente pensando cómo irse sin que la lluvia las sorprenda.

—¡Señor! ¿Por qué no tiene un paraguas?

La pregunta curiosa de la pequeña avergüenza ligeramente a su madre. Tiemblo un poco ante los inocentes ojos que están sobre mí pero logro manejarlo y sonrío.

—¿Te cuento un secreto? —asiente, emocionada. Cubro mi boca con ambas manos y finjo susurrar—. Tengo un paraguas especial.

Su boca se abre con emoción cuando me ve buscar algo dentro de mi bolso. Cuando retiro el objeto completamente, lo estiro hacia ella.

—Si llevas este paraguas, la lluvia se transformará en sol rápidamente.

La pequeña ve a su madre con emoción antes de que esta le permita tomarlo y también me agradezca.e

—Gracias señor. —sonrío y trato de volver a mi lugar, pero su curiosidad puede más—. Señor, ¿Estaba usted enfermo?

Asiento.

—Uhm, ahora estoy mucho mejor. —su sonrisa se extiende debido a mi respuesta.

—¡Qué bien! —alza la palma de su mano esperando un choque.

Cuando los minutos pasan y mi trance no me permite actuar de inmediato, su sonrisa se va esfumando.

Sin embargo, inconscientemente voy elevando la mano y sin esperarlo, termino tocando su palma. La niña celebra y se despide antes de irse, sin pesar en lo mucho que aquel momento acaba de marcar mi vida.

—¡Michael!

La voz al otro lado de la calle logra que mis ojos se desvíen y mi pulso se acelere. Logro ponerme de pie sin quitar mis ojos de Eller, quien espera emocionada el cambio del semáforo para poder llegar a mí.

Me sonrojo como un niño cuando la luz roja le da la oportunidad de venir corriendo hacia mí, cada paso resonando en mi pecho como los latidos de un corazón, emocionado por su llegada.

Cuando se detiene frente a mí, ni siquiera tengo la oportunidad de decir algo porque de inmediato abre un paraguas sobre mi cabeza, tratando de igualar mi altura manteniéndose de puntillas.

No puede haber algo mejor que ver aquello que aprecian mis ojos ahora mismo.

Retiro el paraguas de su agarre y llevo mi mano a su espalda baja, tirando de ella hacia mí y capturando sus labios en un beso que intento bloquear para el público con el paraguas.

En ese mismo momento las gotas empiezan a caer y cada una de ellas me da un recuerdo de los momentos que hemos vivido hasta hoy.

Nos graduamos.

Empezamos a trabajar.

Formamos una familia.

Y cada día que pasa me convierto en una mejor persona gracias a Eller, quien no solo se convirtió en mi paraguas en medio de la lluvia, sino que también me hizo entender que,

Quizá, el próximo octubre siempre puede ser mejor que el anterior si tenemos a la persona que nos ama con nosotros.

FIN

Quizá, el próximo octubreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora