Una notificación me llegó a mi teléfono. Era un mensaje de Gustav indicándome la hora y el lugar. Al ver mi Rolex, eran en una hora. Mi pulso se elevó y un dolor de cabeza se instaló en mí. No quería, pero esa era su decisión y debía aceptarla. No quería saber nada más de esto. Yo lo seguía amando, pero él ya tenía pareja y una vida estable. ¿Por qué dañar eso? Si yo quería verlo feliz, aunque no fuera conmigo.
Llamé a Gus para decirle que iba a tardar un poco porque tenía que buscar algunas cosas que aún tenía en mi antigua casa y que eran propiedad de Tom. Básicamente eran los regalos que le di. Quería que volviera a tenerlos.
Media hora después de la hora acordada, estacioné en el lugar de visitantes en el consultorio jurídico de Gustav. Entré con la caja y su asistente me ayudó amablemente a cargar la caja hasta la sala de Gus. La dejé en la mesa y salió mientras yo recorría con la vista el lugar. Había estado en su oficina, pero en la sala de los sufrimientos, como llamaba ese lugar donde realizaba las reuniones de divorcios, no había entrado. Era bonita, elegante, y un sinfín de títulos de posgrados adornaban las paredes.
- Buenas tardes - escuché detrás de mí. Miré y vi a Georg, Tom y Gus que venían entrando en fila india hasta sentarse cada uno en sus puestos, como en una típica película. Nosotros, extremo a extremo, y al lado de nosotros, nuestros abogados, que tenían sus rostros más neutrales que de costumbre. El ambiente era pesado, pero no tanto por Tom y yo, sino por ese par que no dejaba de mirarse con odio. Hasta que el bocón de Gustav habló.
- Bill va a firmar los papeles hoy, pero antes de eso, tengo que enumerarte qué es lo que te corresponde por ley - dijo Gustav.
- Adelante - pronunció Georg.
- La mitad de la agencia te corresponde. No sé si quieres que Bill te compre tu parte o quieres dejar las acciones a tu nombre. El carro y la moto son tuyas. Aquí están las llaves - las deslizó por la mesa, pero Tom no lo tomó.
- El auto está aquí abajo estacionado y la moto está siendo llevada a donde estás viviendo. La casa quedará a tu nombre.
- No la quiero - murmuró Tom, y entonces allí sí levanté la mirada para mirarlo.
- Esa casa es tuya. Yo la compré para ti - expresé incómodo por tener que hablarle.
- No la quiero - volvió a repetir Tom, y un silencio apareció de nuevo.
- Entonces, póngala a la venta y la dividan en partes iguales - propuso Gustav, y Tom y yo asentimos.
- Es lo mejor - dijo mi bebé con esfuerzo, se que le dolía.
- Entonces, deberás ir por los instrumentos que aún están en tu estudio. Eso también es tuyo.
- Lo haré - contestó Tom sin mirarme.
- Bill, quieres que te quedes con esto- dijo Gustav, acercando la caja.
- Son los regalos que te di.
- Gracias - susurró Tom, tomando la caja.
- Bueno, creo que eso es todo - dijo Gustav, recogiendo todos los papeles de la mesa.
- Te falta una cosa, abogado - intervino Georg, que no había hablado en toda la reunión.
- ¿Qué cosa, abogado? - bufó Gustav.
- El fideicomiso-
Oh, demonios, lo había olvidado por completo, y creo que Tom también, porque se sorprendió igual que yo. Cuando lo sacamos, Gustav me había advertido que era complicado deshacer un acuerdo como ese, y más si era para menores de edad.
- ¿Puedo renunciar a él y dejarlo a su nombre? - indagué, buscando una solución.
- No puedes, Bill - contestó Georg.
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𝑵𝒐 𝑷𝒖𝒆𝒅𝒐 𝑫𝒆𝒋𝒂𝒓𝒕𝒆 𝑰𝒓 ⟬ᵗʷᶜⁿʳ⟭
Romancesιᥱmρrᥱ hᥲbrá υᥒᥲ sᥱgυᥒdᥲ oρortυᥒιdᥲd ᥱᥒ ᥱᥣ ᥲmor. ¿tom ᥣᥲ dᥲrá.? ¿bιᥣᥣ ᥣᥲ ᥲρrovᥱᥴhᥲrá? ⟥𝙵𝚎𝚌𝙷𝙰 𝙳𝚎 𝚒𝚗𝙸𝙲𝚒𝙾: 10-junio-2024. ⟥𝚏𝚎𝙲𝙷𝙰 𝙵𝚒𝙽𝚊𝙻 :