Ya fue, ¿no?

391 25 23
                                    

Hola, antes de empezar con la historia quería aclarar algunos puntos para que no haya confusiones o disgustos en las personas que estén leyendo esto.

Primero que nada, quiero aclarar que esta historia tiene contenido explicito y lenguaje soez, no es un relato suave, es un one-shot explícito. Además de que puede contener faltas de ortografía o de narración, aunque me voy a esforzar para que no sea así.

Como segundo punto quiero dejar aclarado que no se casi nada de futbol, que esto es pura fantasía y no conozco a ninguno de los personajes de la historia en persona, así como tampoco conozco sus relaciones ni como interactúan entre ellos, más allá de lo que se demuestra en redes sociales.

Y como tercer y último punto, aclarar que en el contexto en el que esta historia transcurre, los chicos no tienen novia ni mucho menos hijos.

Dejando todo eso claro, vamos con la lectura.

­­‑

18 de diciembre de 2022.

Un día que quedaría grabado a fuego en su vida, y en la historia de la Argentina.

Habían ganado el Mundial de Qatar 2022.

Y, obvio, después de semejante hazaña, la joda no podía faltar. Estaban más allá de "en pedo", escabiando de todo un poco: jarras con fernet, vino con pomelo, vodka, birra, lo que pintara. Si tenía alcohol, bajaba por sus gargantas, quemando al pasar.

Ya era tarde. Quedaban pocos en el vestuario, pero los que estaban, seguían de fiesta, como si la noche no tuviera fin. El alcohol les corría por la sangre y la energía sobraba; estaban borrachos hasta la médula.

—¡Daaale, perrito! —gritó Otamendi, sacudiendo los hombros y las caderas al ritmo de una cumbia bien rocha que reventaba en el parlante. Sonrisa de oreja a oreja, con los ojos puestos en Julián.

Julián... El pibe tranqui, el que nunca se metía en quilombos, ahora estaba tomándose una jarra de fernet él solo. El líquido negro caía por las comisuras de sus labios, chorreando por su mentón y empapando la camiseta con la que, hacía apenas unas horas, había salido campeón del mundo.

No era de esos que solían tomar mucho, y por la forma en que se tambaleaba, era clarísimo que ya estaba recontra en pedo. Al otro día, la resaca le iba a pegar fuerte.

Y como si no fuera suficiente, ahora estaba buscando quilombo. Toda la timidez habitual había desaparecido, y se le había metido en la cabeza la idea de jugar al juego del hielito.

—Eh, Toro, vamo' a juga' al hielito... —balbuceó Julián, tropezando un poco mientras se acercaba a Lautaro, aún aferrado a la jarra. —Dale, no seas culiau.

—Andá a pedírselo a Enzo, seguro él quiere —respondió Lautaro, señalando hacia donde estaba Enzo, sacándose de encima al insistente Julián.

El cordobés le echó una mirada a su amigo, que, por primera vez, estaba sentado tranquilo en uno de los bancos, concentrado en la pantalla del celular como si de verdad le importara lo que veía. Jugar al hielito con Lautaro había sido una excusa berreta; la verdad era que quería jugar con Enzo, pero como buen cagón, no se animaba a tirársele de una.

Enzo.

Le gustaba desde los tiempos en River. Eran el yin y el yang: Enzo, el mediocampista que parecía un turro de barrio, todo tatuado y con una extroversión que no tenía límites; mientras que él, Julián, era un pibe simple, de pueblo, perfil bajo y tranquilo. Sin embargo, como dice el dicho, los opuestos se atraen.

Y Enzo lo atraía, y cómo no. Le generaba una mezcla de sensaciones que no podía explicar: era como una polilla atraída por la luz, no solo por lo físico, sino también por la personalidad del otro. Pero nunca había tenido los huevos para dar el siguiente paso; siempre se quedaba en el molde, haciéndose el boludo. Porque, al final del día, por más bromas y jodas que tuvieran, Enzo solo había estado con mujeres.

Plata y miedo nunca tuvimos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora