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Los domingos, por la mañana, eran los días donde Harry no lograba salir de su cama. El esfuerzo que debía realizar, para sacar al menos una pierna, era tremendo. Sus amigos (Hermione) solían ir al Gran Comedor en el horario de siempre y luego le pasaban a dejar en la habitación algo para comer.

Ese era el plan de ese domingo. Quedarse hasta que su cuerpo doliese de estar tanto raro acostado, pero no resultó de esa forma.

Cada vez que Harry se giraba, levemente, acababa sintiendo una punzada en su muñeca que lo regresaba totalmente de su ensueño. Se acomodaba nuevamente para dejar su brazo en una nueva posición (de la que no debería porqué pasar a llevar su lesión) y se relajaba hasta volver a dormir, pero sucedía otra vez y otra vez y otra vez, hasta que ya no pudo soportarlo más y acabó pateando las sábanas y frazadas con enojo.

— ¡Mierda! —gimió al sentir como si su mano se estuviese partiendo por la mitad tras tan brusco movimiento.

La noche anterior, cuando regresaron de su partido, todavía sentía la zona caliente y un tanto adormecida, así que no le había tomado mucho peso al nivel de su lesión y -junto a Ron- lanzaron algunos hechizos básicos de primeros auxilios, suponiendo que para el día siguiente eso ya estuviese solucionado.

Pero no fue así.

Le dolía un infierno.

Runfunfuñando y maldiciendo por lo bajo, agarró su varita con su mano izquierda y trató -como pudo- de vestirse con magia. Eligió ropa bastante sencilla; una polera holgada y un pantalón de chandal. No necesitaba más. Luego fue hacia el baño para lavarse la cara y los dientes (sin dejar de insultar, pues, con la mano izquierda todo era demasiado difícil) y, una vez listo, salió de la torre de Gryffindor en dirección hacia la enfermería.

En el camino se encontró con unos chicos, de sexto o séptimo año de Ravenclaw, que lo saludaron animadamente (aunque sus rostros cambiaron rotundamente al notar que el-niño-que-venció iba de un humor de perros y se fueron rápidamente).

Fue una situación que se repitió unas dos veces más hasta que llegó por fin donde Madame Pomfrey.

— ¿Madame Pomfrey? —preguntó luego de entrar y no verla en su escritorio.

— ¿Es el señor Potter? —se asomó tras las cortinas de una cama, enarcando una ceja— Acérquese y siéntese en esa camilla, iré a revisarlo en un momento.

El pelinegro simplemente asintió para dirigirse a la cama que estaba justo enfrente de Madame Pomfrey, sentándose en la zona de la cabecera para mirar a la mujer mientras atendía a...

Oh. Mierda.

— Malfoy, te ves como la jodida mierda.

El rubio estaba sentado con los pies apoyados en el suelo y con el torso al desnudo mientras Madame Pomfrey curaba su labio inferior.

— Vocabulario, señor Potter —reprendió la enfermera.

— Perdón —dijo avergonzado—. Es solo... fue un tanto sorprendente, perdón. ¿Qué te pasó, Malfoy?

— Nada que amerite tu atención, Potter —siseó.

Harry no pudo evitar bufar en respuesta, pero decidió que era mejor callarse, así que simplemente se reacomodo en la camilla -apoyando su cuerpo en la almohada y estirando sus piernas- para quedarse mirando hacia adelante, viendo como la bruja seguía atendiendo al Slytherin.

En ese momento el pelinegro notó varias cosas.

Una de ellas fue que el rubio poseía una piel lechosa, extremadamente blanca, lo que le jugaba en contra pues sus moretones se notaban demasiado, se veía de lejos como tenía manchas moradas, verdes y amarillas.

La otra fue, que su cuerpo estaba bastante trabajado -algo bastante nuevo, ya que en los años anteriores poseía un cuerpo delgado (en especial en su sexto y séptimo curso)-. Con una espalda y hombros anchos, sus deltoides y dorsales se veían firmes, además que (por lo que alcanzaba a ver de lado) se notaban sus oblicuos. Y por adelante tenía definidos los pectorales -no excesivamente, pero con una polera ajustada se apreciaría totalmente su forma- junto a los abdominales, firmes y duros.

La última era su mandíbula. De perfil podía notarse perfectamente su forma, marcandose ligeramente ahora que parecía estarla tensando por el dolor de sus heridas tratadas.

— Oh, vamos. ¿Qué te dejó así? Anoche te vi bien y dudo mucho que todo eso —señaló su cuerpo de arriba a abajo sin poder reprimir la pregunta tras haber estado analizando su cuerpo— haya sido provocado por la caída que provoqué ayer.

— ¿Qué te hace pensar que no pudo ser provocado por eso? —respondió mientras Madame Pomfrey colocaba unas pomadas en sus moretones.

— Sencillo. Cuando pasé a botarte caíste de espalda, yo caí sobre tu pecho. De esa forma es imposible haberte lastimado el rostro. Además, vi que ni tu labio ni tu ceja estuvieron heridas. Tu rostro se veía en perfectas condiciones —se sentó un poco más derecho al sentir la mirada del rubio sobre él, mirándolo fijamente—. Al caer sobre tu cuerpo no puedo negar que uno que otro moretón no hayan sido mi culpa, pero la mayoría pareciese que fueron provocados directamente.

— Que atento, Potter —rodó sus ojos.

Harry estuvo por agregar más, pero se vio interrumpido por Madame Pomfrey.

— Listo, eso estará bien —la enfermera agarró una libreta donde empezó a escribir rápidamente— aquí tiene la receta para que sepa cada cuánto debe aplicarse la pomada y cada cuánto beberse la poción —le entregó la hoja al rubio que estaba ahora parado—. Señor Malfoy, no puede seguir llegando con estás lesiones. Debe tener más cuidado.

El chico solo dió un asentimiento con la cabeza para agarrar su camisa y empezar a colocarsela, bajo la atenta mirada del pelinegro que seguía cada uno de sus dedos.

Directamente. Lesiones reiteradamente.

— Potter, aparta tu mirada —ordenó cuando ya no pudo soportar el sentir aquella mirada clavada tan fijamente en él.

— ¿Te están molestando, Malfoy? —el ojogris frunció su ceño mirándolo— ¿Te están gol-

— Creo que es suficiente. Gracias, Madame Pomfrey —cortó a Harry y salió a paso apresurado de la enfermería, ignorandolo.

Joder, sí lo están haciendo.

— Bien, Señor Potter ¿Ahora qué es lo que le pasó anoche para venir aquí?

— Ah....

Y ahí fue cuando Harry recordó su muñeca lastimada, después de pasársela a la enfermera y que ella lo manipulase con fuerza, haciéndolo gritar.

También recordó su enojo y mal humor.

Aroma a menta [Harco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora