Andrea:
Desperté lentamente, sintiendo el calor familiar de las mantas y la suavidad de la almohada bajo mi cabeza. Aún no había abierto los ojos del todo, pero sabía que Finn estaba en casa. Lo percibía en el ambiente, en la quietud de la mañana, en el eco de su respiración cerca de mí. Había vuelto de su viaje, y todo parecía encajar nuevamente en su lugar.
Al abrir los ojos, me di cuenta de que él ya estaba despierto, observándome con esa mezcla de calma y cariño que siempre lograba tranquilizarme. No hizo falta decir nada; simplemente sonreí y me acerqué un poco más a él, disfrutando de esos primeros minutos del día en los que el mundo aún no había comenzado a girar con fuerza.
Después de un rato, nos levantamos y fuimos a la cocina. Mientras él preparaba café y yo me encargaba de tostar el pan, todo parecía tan normal, tan cotidiano, que por un momento olvidé lo caótico que había sido todo antes de su regreso. El desayuno fue simple, pero reconfortante: tostadas, huevos y el café que siempre nos unía en las mañanas.
Gia se unió a nosotros poco después, aún somnolienta pero con esa energía contagiosa que siempre parecía tener. Decidimos salir a pasear, aprovechando que el día estaba soleado. Caminamos por el parque cercano, Freddo correteando a nuestro alrededor mientras Gia reía y señalaba cada perro, cada flor, como si fuera la primera vez que los veía.
Almorzamos en un pequeño restaurante en la esquina de la plaza. Nada ostentoso, solo comida sencilla que nos llenaba de esa calidez que tanto necesitábamos. Fue un momento de calma, de disfrutar el aquí y el ahora, lejos de las preocupaciones que acechaban.
Por la tarde, regresamos a casa. Estábamos cansados, pero de esa manera placentera que viene después de un día bien aprovechado. Nos acomodamos en la sala, y Finn y yo comenzamos a hablar, como hacía tiempo que no lo hacíamos. Conversamos sobre todo lo que había pasado en su ausencia, las decisiones que había tomado, las cosas que me habían preocupado, las que nos esperaban.
Sentí cómo el peso de los últimos días comenzaba a disiparse mientras hablábamos. Estábamos juntos, y eso era lo que importaba.
—Entiendo que no me dijeras lo de los ruidos en la casa, no querías preocuparme... No lo comparto, pero lo entiendo—dijo Finn, haciendo una pausa mientras me miraba con una mezcla de confusión y preocupación.
—Entiendo que llamaras a Giovanni porque es el pediatra de Gia y te pareció mejor no sacarla de casa, lo comprendo...—Su mirada se endureció
— Lo que no entiendo es por qué estás tomando anticonceptivos. Pensé que habíamos acordado que no era necesario. No necesitas reforzar nada, estás bien, y no querías exigirle más a tu cuerpo—
Sabía que su confusión era lógica. Habíamos discutido el tema antes. Tomé aire y respondí:
—Lo sé, Finn, pero lo pensé con calma. No quiero casarme embarazada... Ya es bastante estrés con todo lo que estamos organizando. Más cerca de la boda, será peor, y vamos a viajar. Además, seguirás yendo a Nueva York una vez al mes hasta que nazca el bebé de María, y quiero acompañarte. También está lo de Gia... Me tiene algo nerviosa porque no sé qué sucederá—admití, sintiéndome aliviada de haberlo dicho en voz alta.
Sin embargo, no parecía agradarle lo que escuchaba.
—Te prometo que podemos celebrar la boda en dos o tres meses máximo. Si quedas embarazada, puedes viajar, usar tu vestido e incluso no decirle a nadie. No se darán cuenta—respondió con esa paciencia extrema que solo él tenía
— Lo de Gia, ya lo hablamos. Déjalo fluir, deja que las cosas pasen como deben ser— Sus palabras me tranquilizaban, pero aún tenía otra preocupación.
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Sencilla dignidad- La liberación de los secretos - Libro II
RomanceEn ocasiones, las ataduras que nos aprisionan nos sumergen en una oscuridad intrincada, donde solo los secretos más profundos de nuestros corazones encuentran refugio. Es entonces cuando el orgullo y la vanidad irrumpen, desatando la destrucción a s...