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—Otra vez aquí, ¿eh? —dijo Yoongi, con su voz tranquila que siempre parecía estar al borde de una sonrisa burlona.

Jungkook, sentado en una roca en la profundidad del bosque, apenas levantó la vista. El cuchillo en su mano brillaba a la luz tenue del sol que se filtraba entre las hojas.

—¿Dónde más podría estar? —murmuró, su tono impregnado de una pizca de sarcasmo—. ¿Vienes a asegurarte de que no me haya colgado de un árbol?

Yoongi soltó una risa suave mientras se dejaba caer a su lado.

—No, no creo que tengas el valor para hacerlo —replicó con naturalidad, como si su respuesta fuese la cosa más obvia del mundo.

Yoongi había llegado a la cabaña una semana antes que Jungkook. A diferencia de él, Yoongi nunca esperó ser rescatado; aceptó su destino desde el primer momento, como si comprendiera que no había otro camino para ellos. Con el tiempo, una camaradería inusual se había formado entre los dos. Yoongi, con su sentido del humor seco y su naturaleza tranquila, había sido la única persona capaz de atravesar el muro de aislamiento que Jungkook había levantado a su alrededor con los años.

Jungkook era del tipo de chico que no rompía un plato. Siempre que no estaba entrenando estaba perdido en el bosque, buscando la compañía de los animales o la soledad.

Era obediente, un rasgo que Seokjin apreciaba enormemente en él. A pesar de su mal humor y su tendencia a perderse en el bosque, Jungkook nunca causaba problemas, y su presencia era tan discreta que a veces parecía casi invisible para los demás.

No es que odiara al resto de las personas, simplemente nunca había aprendido a conectar con ellos. Para él, la soledad era un refugio seguro, un lugar donde no había expectativas ni decepciones. Sin embargo, había una excepción: Yoongi.

Nunca entendió del todo por qué había decidido acercarse a él, pero con el tiempo, la presencia de su amigo se había vuelto algo familiar, casi reconfortante.

—Hoy habrá un entrenamiento especial —dijo Yoongi, después de un rato—. Seokjin parece más serio de lo habitual.

Jungkook levantó la vista, interesado pero sin mostrarlo demasiado. Aunque respetaba profundamente a Seokjin, sus instintos siempre le hacían desconfiar de cualquier cosa fuera de la rutina.

—¿Qué tan serio? —preguntó, finalmente rompiendo el silencio.

Yoongi se encogió de hombros. —Lo suficiente como para que Jimin dejara de bromear. Lo que significa que probablemente va a ser algo grande.

Jungkook soltó un suspiro y guardó su cuchillo. —Supongo que no podemos quedarnos aquí todo el día.

Yoongi esbozó una sonrisa. —No, no podemos. Aunque sería más divertido que estar corriendo por el campo de entrenamiento bajo la mirada de Seokjin.

Ambos se pusieron de pie, y mientras caminaban de regreso hacia la cabaña, Jungkook no pudo evitar sentir una ligera tensión en el aire. Yoongi tenía razón: si Seokjin estaba más serio de lo habitual, eso solo podía significar una cosa. Algo se estaba gestando, y pronto, todos serían puestos a prueba.

Seokjin, el hombre que los cuidaba, era una figura imponente. Aunque nunca levantaba la voz ni la mano contra ninguno de ellos, había algo en su presencia que imponía respeto. Era el tipo de líder que no necesitaba gritar para ser escuchado, su simple mirada podía detener a cualquiera en seco. Los había aceptado a todos, con sus pasados oscuros y cicatrices invisibles, convirtiéndose en algo más que un mentor; para muchos de los niños, Seokjin era lo más cercano a un padre que habían conocido.

De regreso en la cabaña, los demás cazadores ya estaban reunidos. Jimin, y otros niños practicaban movimientos básicos bajo la atenta mirada de Seokjin. Alto, de facciones duras y con cicatrices de batallas pasadas, Seokjin nunca se permitía relajarse, ni siquiera cuando sus niños, compartían un momento de tregua.

Entre sombras y sueños. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora