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Jungkook caminaba al frente con pasos seguros, su figura esbelta apenas iluminada por la tenue luz que se colaba entre las grietas del techo. El silencio entre él y Taehyung era denso, casi palpable, cargado de resentimiento y desconfianza. La tensión entre ambos seguía latente, resultado del violento enfrentamiento de hacía apenas unos minutos, una chispa de lo que prometía ser una enemistad naciente.

Para Jungkook, Taehyung no era más que otro chico engreído, atrapado en su propio dolor y orgullo. Al castaño le resultaba difícil ver más allá de esa máscara de arrogancia, y ni siquiera intentaba hacerlo. Taehyung, por su parte, sentía que todo en este lugar le era ajeno, casi como un mal sueño del que no podía despertar. Había llegado allí de manera confusa, arrancado de su vida anterior, sumergido en este mundo oscuro que le resultaba opresivo y sofocante.

Jungkook, con su expresión dura y distante, caminaba delante de él, sus ojos ocultos tras un muro de indiferencia. Mientras tanto, Taehyung seguía con los puños apretados, sus uñas clavándose en la palma de sus manos, intentando en vano desterrar los recuerdos que lo acosaban. El crujir de la madera bajo sus pies hacía eco de las pesadillas que lo perseguían, reviviendo constantemente la tragedia que lo había llevado hasta aquí.

Detrás de ellos, Yoongi los seguía de cerca, observándolos con la misma cautela que un halcón acecha a sus presas. Seokjin lo había enviado para asegurarse de que no hubiera otro incidente. Yoongi, aunque mantenía una expresión neutra, podía sentir la agitación en el aire, como si algo estuviera a punto de romperse.

Los pasillos por los que Jungkook guiaba a Taehyung eran largos y fríos, revestidos de una oscuridad que parecía impregnada en las paredes. Estas, decoradas con antiguas armas y amuletos, hablaban de vidas pasadas, de luchas constantes y perdidas irremediables. Cada objeto tenía su historia, aunque ninguno de ellos parecía proporcionar consuelo o calidez. No, esta cabaña no era un hogar; era un lugar diseñado para la disciplina, el dolor, y el sacrificio.

—Aquí dormirás —anunció Jungkook, deteniéndose frente a una pequeña habitación. El cuarto era apenas una celda: una litera de madera desgastada, una mesa vieja y una ventana diminuta por donde se colaba algo de luz mortecina. Las paredes eran frías y desnudas, el aire impregnado con un olor a humedad y a tiempo estancado. —No es mucho, pero es lo que hay.

Taehyung apenas se dignó a mirar la habitación antes de cruzarse de brazos. Su expresión era desafiante, pero había un leve temblor en sus manos, un indicio de que no estaba tan tranquilo como quería aparentar. Jungkook lo notó, pero no dijo nada. Simplemente se apoyó contra la puerta, observándolo en silencio.

—¿Y qué se supone que debo hacer ahora? —preguntó Taehyung, su voz llena de sarcasmo y resentimiento.

Jungkook suspiró, cruzándose de brazos mientras lo miraba. —Vivirás aquí, como todos nosotros —dijo con tono plano, casi despectivo—. Este será tu hogar a partir de ahora.

—Ya tengo un hogar —gruñó Taehyung, su mandíbula tensa—. Tengo que regresar con mi familia.

—¿Para qué? —su voz era cortante, casi cruel—. Ellos ya están muertos.

—Jungkook… —intervino Yoongi, nervioso, lanzándole a su amigo una mirada de advertencia.

—No están muertos —insistió Taehyung, dando un paso adelante, su furia palpable en el aire.

Jungkook ladeó la cabeza, sus ojos fríos y distantes. —La negación es el primer paso —murmuró, sus palabras impregnadas de un tono cruel que no pasó desapercibido para Yoongi.

Antes de que pudiera mediar la situación, la temperatura en la habitación comenzó a descender bruscamente. Una fina capa de hielo se formó en las paredes de la cabaña, mientras los ojos de Taehyung brillaban con una ira gélida. Sus puños, aún apretados, temblaban violentamente, mientras su mente se llenaba de imágenes de su hogar destruido y su familia perdida. Deseaba con toda su alma hacer que Jungkook pagara por cada palabra cruel que había dicho.

Entre sombras y sueños. Donde viven las historias. Descúbrelo ahora