Capítulo 7: La Reputación y la calle

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El día después del incidente en la universidad, Sofía se despertó sintiéndose completamente derrotada. La vergüenza del día anterior seguía fresca en su mente, y la sensación de exposición y vulnerabilidad no la había abandonado. Al abrir los ojos, sintió una pesadez en su pecho, como si un gran peso estuviera oprimiéndola. Los murmullos y las miradas de sus compañeros seguían resonando en su cabeza. Sofía se dio cuenta de que su reputación en la universidad estaba en ruinas. Ahora la veían como una exhibicionista, alguien que disfrutaba de la atención negativa y la humillación pública.

Mientras se miraba en el espejo, luchó contra la ansiedad y la tristeza que la abrumaban. Las lágrimas comenzaron a rodar por su rostro al recordar los susurros y risas de sus compañeros de clase. Había sido un día humillante y doloroso, y sabía que nada podría reparar el daño a su reputación. Sofía nunca había querido esto. A pesar de haber sido Carlos, el chico popular y seguro de sí mismo, ahora era Sofía, una joven mujer con una reputación completamente destrozada.

Decidida a cambiar las cosas, Sofía decidió buscar a Lucía en la universidad. Sabía que ella era la única que podía revertir esta situación y, aunque temía su reacción, sentía que no tenía otra opción. Sofía necesitaba pedirle perdón, aunque no estaba segura de qué tan sincero podía ser su arrepentimiento bajo la presión de tantos castigos.

Cuando llegó a la universidad, encontró a Lucía sentada sola en una de las bancas del jardín. Lucía estaba leyendo un libro, aparentemente ajena al dolor y la angustia que Sofía estaba experimentando. Sofía se acercó lentamente, con el corazón acelerado y la mente llena de pensamientos contradictorios.

-Lucía... necesito hablar contigo -dijo Sofía, con la voz temblorosa y llena de arrepentimiento.

Lucía levantó la vista del libro y la miró con una expresión de calma, pero había una frialdad en sus ojos que hizo que Sofía se estremeciera.

-¿Qué es lo que quieres, Sofía? -preguntó Lucía, su tono era neutral pero firme.

Sofía se sentó junto a ella, tratando de encontrar las palabras correctas. Sabía que no podía permitirse un error.

-Quiero pedirte perdón, Lucía. Sé que me equivoqué y que te hice daño. Lo siento mucho por lo que pasó. Por favor, detén esto. No puedo seguir así -suplicó Sofía, su voz llena de desesperación.

Lucía la observó en silencio por un momento, evaluando sus palabras.

-¿De verdad sientes lo que dices? ¿O solo te arrepientes porque ahora te sientes vulnerable y avergonzada? -replicó Lucía, con una dureza en su tono que perforó el corazón de Sofía.

Sofía se mordió el labio, sabiendo que Lucía tenía razón. Aunque se sentía arrepentida por haber herido a Lucía, también sabía que gran parte de su deseo de detener los castigos venía de su propio sufrimiento y no necesariamente de un verdadero remordimiento.

-Yo... sí, siento mucho haberte herido. Pero también estoy sufriendo, Lucía. Todo esto es demasiado. Por favor, ten piedad -dijo Sofía, tratando de mantener la calma.

La expresión de Lucía se endureció. Había esperado que Sofía mostrara un arrepentimiento genuino, no una súplica motivada solo por su propio dolor.

-No creo que entiendas aún, Sofía. No has aprendido la lección que necesitas aprender -respondió Lucía con severidad.

La frustración comenzó a hervir dentro de Sofía. Había tratado de ser humilde y pedir perdón, pero parecía que nada de lo que hacía o decía era suficiente para Lucía.

-¿Qué más quieres de mí? ¡Estoy haciendo todo lo que puedo! -gritó Sofía, levantándose de la banca. Las lágrimas de frustración y desesperación comenzaron a llenar sus ojos.

Lucía se levantó también, con una mirada de decisión en su rostro.

-Si no puedes aceptar tu castigo y aprender de él, entonces tal vez necesitas un recordatorio más fuerte -declaró Lucía con una frialdad implacable.

Con un movimiento rápido de su mano, Lucía pronunció unas palabras en un idioma antiguo y misterioso. Antes de que Sofía pudiera protestar, sintió una sensación de cosquilleo recorrer su cuerpo. Miró hacia abajo y vio cómo su ropa comenzaba a cambiar. La camiseta y la falda desaparecieron, reemplazadas por un diminuto bikini. El top del bikini era apenas suficiente para cubrir sus pechos, y la parte inferior era tan pequeña que dejaba muy poco a la imaginación.

Sofía quedó paralizada por la sorpresa y la vergüenza. El bikini era escandalosamente revelador, dejando expuesta gran parte de su piel. Miró a Lucía con horror, pero Lucía simplemente le devolvió la mirada con una expresión de calma.

-Vas a caminar a casa así, Sofía. Quizás esto te enseñe algo sobre la humillación y la empatía -dijo Lucía, dándole la espalda y alejándose.

Sofía se quedó ahí, inmóvil por un momento, tratando de procesar lo que acababa de suceder. No tenía otra opción; tenía que caminar a casa en ese diminuto bikini. Tomando una respiración profunda para calmarse, comenzó su camino hacia casa.

Cada paso era un desafío. Sofía sentía las miradas fijas en ella, cada uno de los transeúntes mirándola con sorpresa, curiosidad, e incluso lujuria. La vergüenza que sentía era insoportable. Trató de cubrirse lo mejor que pudo con sus brazos, pero el bikini apenas dejaba algo para la imaginación.

A medida que caminaba por las calles, la atención que recibía era increíble. Los conductores tocaban las bocinas y gritaban comentarios obscenos, mientras otros peatones simplemente se detenían para observarla, incrédulos por lo que veían. Sofía se sentía diminuta y expuesta, como si estuviera completamente desnuda, y cada paso parecía durar una eternidad.

Cuando finalmente llegó a su apartamento, cerró la puerta detrás de ella con un suspiro de alivio, las lágrimas finalmente brotando de sus ojos

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Cuando finalmente llegó a su apartamento, cerró la puerta detrás de ella con un suspiro de alivio, las lágrimas finalmente brotando de sus ojos. Se dejó caer al suelo, sintiendo una mezcla de desesperación y agotamiento. La humillación de ese día había sido insoportable, y el peso del castigo de Lucía era más de lo que podía soportar.

Sofía sabía que este era solo el tercer día. Había 27 días más por delante, y cada día, cada castigo, parecía más severo que el anterior. Mientras sollozaba en el suelo de su apartamento, no podía evitar preguntarse si alguna vez saldría de esta pesadilla, y si alguna vez aprendería lo que Lucía quería que aprendiera.

EL CASTIGO DEL INFIELDonde viven las historias. Descúbrelo ahora