Capitulo Treinta y ocho- Un disparo

12 2 0
                                    


La luz del mediodía se colaba por la ventana. Ella disfruto de su jugo de naranja mientras una masajista le trabajaba los pies. Su esposo llegó en ese momento y soltó una imprecación. Su esposo no solía decir palabrotas y menos cuando había personas desconocidas en el lugar. Así que ella soltó un carraspeo y lo miró duramente.

—¿Se puede saber qué diablos te pasa? —Ella sí que jamás se controlaba para decir lo que pensaba con toda la entonación y palabras groseras.

—No pasa nada, luego te cuento. —Dijo él saliendo del cuarto que ella había terminado para hacerse los servicios de pedicura y manicura, así también como masajes y faciales. Su mansión tenía cinco habitaciones, una de ellas disponible para toda clase de servicios de estética.

Él murmuró algo al salir, pero ella no le prestó atención. Se terminó el servicio y se dedicó a tomarse más jugo de naranja, pues según el especialista, la vitamina C era excelente para rejuvenecer su piel.

Al despedir a la joven del servicio de manicura y pedicura, se acercó a su esposo con las pantuflas puestas y le preguntó sobre lo que le acontecía.

—Has llegado de la calle, enojado, ¿quién te ha puesto así? —Le preguntó de inmediato, sin miramientos.

—No me interesa contarte. —La respuesta de su esposo la alteró de inmediato, cruzándose de brazos, caminó hacia él. —No me pongas esa cara, no voy a contarte, eres una chismosa y estoy segura que de inmediato te vas a poner a contarle a nuestro hijo sobre lo sucedido.

—¿Qué diablos hiciste, Anker? —Comenzó a preocuparse más que estar alterada por la incertidumbre, estaba preocupada por lo que él pudo haber hecho.

—He hablado con la mosquita muerta. —Ella tardó un momento en poder entender a quién se refería y cuando lo hizo levantó las cejas y apretó los labios.

—¿Qué le dijiste? Dime, por favor que no has arruinado la tranquilidad que mi hijo está teniendo ahora mismo en su vida. —ella aguardó por una respuesta, pero su esposo agachó la cabeza, estaba avergonzado y eso no era un buen pronóstico.

—¿Qué te crees que le dije?

—No me hagas preguntas retóricas, dime de una vez que le dijiste para ver cómo voy a arreglar la situación.

—Le dije que se fuera a Chicago de una vez por todas. Eso es lo que todos queremos, eso es lo que necesitamos. Este niño merece estar con su familia...

—Anker, Nala también es su familia. Es su madre.

—¡No! ¡Ella es su tía! ¡Nada más! — Él se levantó de detrás de su escritorio y se puso a caminar por todo el estudio.

Anielly comenzó a enojarse. Su esposo no tenía el derecho de intervenir. La fiesta había sido un fiasco. Habían intentado por todos los medios que ellos dos se llevasen bien y había resultado toda una catástrofe. Pero ahora, según lo que Sanda le contaba, los dos jóvenes comenzaban a llevarse bien finalmente, y eso a ella le ponía extraordinariamente feliz.

—La cagaste. Ellos están bien sin nosotros, sin nuestra intervención. ¿Es que no te das cuenta? Ellos están...

—No te atrevas a decirme que están enamorados, estás viendo sentimientos donde no hay. Lo único que hay entre esos dos es puro odio. Yo solamente quiero ayudar a mi hijo, quiero ayudar a mi familia. — Su esposo comenzó a hablar rápidamente y a alterarse, su pecho subía y bajaba, y sus ojos se tornaron de un azul intenso.

Ella conocía muy bien cuando su esposo estaba perdiendo el control, pero aún así, la traición que ella sintió en aquel momento e incluso la vergüenza de que su marido se atreviese a ir a hablar con esa chica que no merecía el desprecio de nadie, le hizo obviar los sentimientos hacia su marido.

Una noche en Grecia (EN EDICION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora