La felicidad comedida no es felicidad, simplemente, no es nada.
Sus labios palparon el calor de la cerámica que sostenía mientras que sus ojos ya eran pasajeros de otro continente distinto. Los aromas se mezclaron dentro de un mismo cuadrado agobiado por las sábanas blancas y la luz de un amanecer cálido.
Y la felicidad liberada no son más que emociones malgastadas, que sin un fin, no llegan a nada.
Pero el frío volvió a calar su pecho, el invierno se acercaba tan rápido como se iba el otoño y con ello se intentó despedir de sus recuerdos. Su piel no percibía la suavidad de la seda, ni el Sol que deformaba su propia sombra, simplemente sentía miedo.
Y mi felicidad se fue, cuando dejé de sentir la tuya, cuando la vi desaparecer. Y con ello te vi marcharte también a ti.
El ruido metálico de unos cubiertos llenos de comida, el murmullo resonante de aquellas personas llenas de alegría, el crujir de sus labios en una taza llena de aroma y sabor. Y sin embargo, todo estaba vacío dentro de él.
La felicidad no se elige, llega.
Y anhelo la mía.