Prologo

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Desde que era pequeña, Ámbar siempre había soñado con el amor. No con cualquier amor, sino con ese amor que te hace sentir mariposas en el estómago, que transforma los días grises en brillantes y que te llena de una calidez indescriptible. Había pasado años leyendo novelas románticas y viendo películas donde las protagonistas encontraban su "felices para siempre". Sin embargo, la realidad siempre parecía ser menos generosa con ella. A sus 22 años, Ámbar seguía esperando, con el corazón abierto y la esperanza intacta.

París había sido un escape, una ciudad donde podía perderse en sus pensamientos mientras caminaba por las estrechas calles empedradas de Montmartre, rodeada de arte y belleza. Pero incluso en esta ciudad llena de magia, el amor había sido esquivo. Ámbar no era una persona desesperada por tener pareja, pero sí anhelaba esa conexión especial, esa chispa que todos describían, pero que ella solo conocía a través de las páginas de un libro.

Cada mañana, al despertar en su pequeño apartamento con vista a los tejados parisinos, Ámbar se preguntaba si ese día sería diferente, si acaso el destino le tenía preparado un encuentro inesperado. Era una persona romántica por naturaleza, creyente en las señales del universo y en que todo ocurría por una razón. Pero los días pasaban, y aunque París seguía siendo tan encantadora como siempre, su corazón comenzaba a sentir el peso de la soledad.

enía a Tanya, su mejor amiga, que siempre estaba allí para escucharla y animarla, pero había un vacío que ni la más cercana de las amistades podía llenar. Tanya solía decirle que el amor llegaría cuando menos lo esperara, pero Ámbar ya había esperado mucho. Había intentado no forzarlo, dejar que la vida siguiera su curso, pero la ansiedad se colaba en sus pensamientos más a menudo de lo que le gustaba admitir.

A veces, en las noches de insomnio, Ámbar se encontraba mirando las estrellas desde su balcón, preguntándose si en algún lugar de esta vasta ciudad, alguien más estaría buscando lo mismo que ella. Alguien con quien pudiera compartir esos pequeños momentos de felicidad, como reír juntos por una tontería, o simplemente disfrutar de un silencio cómodo. Quería sentir que pertenecía a alguien, no en el sentido de posesión, sino en el de compartir un vínculo tan profundo que las palabras no fueran necesarias.

El amor verdadero, para Ámbar, era más que una simple atracción o una relación pasajera. Era una conexión de almas, un entendimiento mutuo que trascendía lo físico. Era encontrar a alguien que la viera por lo que realmente era, con sus miedos, sus sueños, y la aceptara completamente. Alguien con quien pudiera ser vulnerable, pero también alguien que la hiciera sentir fuerte, capaz de enfrentar cualquier cosa.

Con un suspiro, Ámbar cerró los ojos y se dejó llevar por el suave murmullo de la ciudad. París, la ciudad del amor, aún guardaba secretos para ella. Quizás mañana, o tal vez el día después, el destino finalmente la sorprendería. 

Susurros de Amor en ParisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora