Capitulo 01

10 2 0
                                    

Ahí esta yo, sentado frente a la iglesia en una de esas incomodas bancas de metal que se encuentran en el parque, a mis pies, un montón de palomas esperando deseosas que suelte el churro dulce que tengo en mi mano.

Es domingo a medio día y el paisaje tiene muchas impresionantes vistas que ofrecer, en la banca continua a la mía esta un señor en situación de calle admirando su increíble uña larga del pie derecho, tiene un aroma entre sudor y mugre mezclado con el amargo olor del tonayan, si, ese hombre estaba alcoholizado en esta vía publica a estas horas del día. Hasta el hambre me quitaba. 

A unos pocos metros están un par de niños intentando atrapar alguna paloma, la que supongo es su madre no deja de gritarles que se sienten junto a ella, pero a los chiquillos no parecen importarles los regaños. Esa misma señora esta meciendo a un bebé que no alcanzo a ver sobre una enorme carriola. 

Luego, más apartados y sobre el pasto, esta una familia de siete comiendo un pollo asado acompañándolo con pan blanco en rebanadas, parecen estar disfrutando de un buen momento en conjunto, el señor, que se nota es el "líder", no deja de levantar su teléfono para tomar fotos y videos del momento. Hay otras muchas familias esparcidas en toda la zona pasteada, unas junto a la fuente disfrutando de un helado en cono, otras bajo los arboles comiendo frituras preparadas y algunas detrás de arbustos simplemente pasando el rato viendo a los más pequeños correr por todas partes, veo que también hay papalotes en el aire. Vaya, resulta ser un día de lo más agradable. 

Y en cambio aquí estoy yo, sentado con el trasero adolorido con un maldito churro que ha comenzado a dejarme la mano pegajosa y a atraer asquerosas moscas. Solo espero a que comiencen a salir las personas de la iglesia, señal de que la misa a terminado. Esperar con paciencia no es una virtud mía.

En cuanto veo salir a mí madre me levanto deprisa y me dirijo hacia ella, no sin antes dejar el churro en el suelo para que lo devoraran esas palomas aparentemente hambrientas.
—¿Qué ha tomado tanto tiempo? —le pregunté a mí madre que platicaba amenamente con una señora que seguramente había conocido dentro.

—Saluda, no seas grosero.

Me voltee entonces hacia la mujer que la acompañaba, de baja estatura y al menos unos veinte años más grande que mi mamá, y la saludé con un “buenas tardes”. Me volví hacia mí madre una vez más esperando a que contestara mi pregunta, pero ella seguia hablando con esa señora sobre el sermón que había dado el sacerdote ese día, algo sobre ser buena persona.

Fue hasta que la señora se despidió porque se le hacía tarde para hacer no sé que cosa que la mujer que me trajo al mundo me volvió a prestar atención.
—¿Qué me decías? —me preguntó con la mirada puesta en su bolso. Buscaba algo ahí

—Te pregunté por qué tardaron tanto.

Mí madre levantó entonces la mirada y la posó sobre mi. Era una de esas miradas que vendrán acompañadas de un regaño o reclamo. Entonces soltó:
—Es lo que se dura en misa, lo sabrías si te dignaras a entrar alguna vez, estupido ateo.

—¡Mamá! Ya te dije que no soy ateo —no lo era.

—Como sea.

Caminamos lado a lado hasta llegar al mercado, como pasaba de medio día el lugar estaba que parecía que estaban dando regalado en cada puesto. El movimiento de gente era agobiante si no estabas acostumbrado a algo así, pero mi mamá, ella sabía muy bien cómo moverse entre multitudes para conseguir lo que necesitaba, que en este caso era una lechuga del local de la señora Carmela.
—Toma —me dijo extendiéndome un billete de cincuenta pesos. —, vete a dónde La Cotorra y tráete medio kilo de tortillas.

No hizo falta que le dijera nada, simplemente me encamine a dónde me pidió que fuera, en el camino me topé con una banda de músicos que tocaban un poco disparejos una canción de Los Tigres del Norte que apenas me sabía.

Por suerte en dónde La Cotorra estaba casi desocupado así que no hizo falta esperar demaciado para que me atendiera. Nunca he sido muy ameno a las conversaciones los comerciantes intentan hacerte, por lo que apenas conteste sus preguntas sobre el clima del día de hoy o el de ayer, compré, pague y me fui.

Camine sin prestar mucha atención a la gente a mí alrededor. Miraba de vez en cuando al interior de los locales en busca de algo que llamara mi atención, baje las gradas con intención de incorporarme a la calle cuando un letrero con bastantes colores me atrapó. Me detuve delante de la sección de anuncios para leerlo.

«¿LISTO PARA EL FUTURO?»

Era todo lo que decía esa cartulina brillante. Me quedé quieto leyendola una y otra vez, de pronto sentía que tenía que contestarle algo al letrero ese, y en seguida lo sentí como un reto. Si, esa cartulina me acababa de preguntar algo a lo que no sabía muy bien que contestar. ¿El futuro? ¿Se supone que la gente se prepara para él? ¿No solo sucede y listo?

Me resultaba de lo más extraño aquel cartel rodeado otros sobre ofertas de la carnicería y uno sobre un gato perdido. No sé cuánto tiempo me perdí viendo aquel papel colorido, pero volví en mi hasta que me escuche llamar.
—Matías —me giré para encontrarme con mi madre que venia cargando mucho más que una sola lechuga.

—¿No venías nomás por una cosa?

—Pues si no nomás hacia falta una lechuga en la casa, mejor deja de hacer preguntas a lo tarugo y ayúdame a cargar las bolsas.

Le quite de las manos tres bolsas, las que notoriamente eran más pesadas y volvimos a caminar lado a lado hasta llegar a casa. Lo bueno de un pueblo como Santa Guadalupe es que a dónde quiera se puede llegar caminando, no hace falta tenes un transporte a menos que seas de los desafortunados que viven en las orillas, rumbo al libramiento; solo ellos ocupaban de un carro o de una moto para moverse.  Mi mamá y yo vivíamos en el centro, no a un lado del mercado, pero si a unas pocas cuadras.

El ladrar de los perros es lo primerito que te indica que ya casi llegas a dónde vivo, nosotros no tenemos perros, mi vecino es el que casi cada semana trae uno nuevo, dice que se los encuentra tirados por donde trabaja y que el corazón se le hace chiquito de verlos ahí con hambre y frío. La única queja que tiene mi mamá sobre eso es que tiene toda la cuadra apestada a orina y estiércol de animal, otro indicativo de que estás cerca.

Apenas entramos a la casa y el maldito gato de mi mamá me mufo como a sabido hacer siempre desde que llegó a la casa, ese gato es uun animal de los amargado, vive para estar acostado sobre una maceta que ya solo tiene tierra porque la planta que tenia ya la seco de tanto estar arriba de ella y comer. Y no come cualquier cosa, no, está exclusivamente acostumbrado a comer sardina en lata, cualquier otra cosa hasta lo enferma. No me agrada el gato ese.
—Deja de estarlo viendo así —me regaño mi abuela, que también viva con nosotros, cuando me encontró viendo fijamente al animal.

—Han pensado que tal vez tenga dueño —le solté.

—Si, nosotros, y cualquier cabron que me lo intente quitar se las vera conmigo y la escoba que tengo allá en el patio.

Mi abuela adora al gato, le habla y todo.

La dejé ahí mimando al animal y subí a mí habitación, apenas entre me quite los zapatos que ya me tenian bastante cansado de los pies y me tire sobre la cama, los calcetines me los quite uno con el pie derecho y el otro con el pie izquierdo.
—No pises descalzo —me dijo mi madre pasando por enfrente de mi puerta, sin detenerse.

No me moví y al rato me quedé dormido.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Aug 31 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Tal vez o nuncaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora