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Lo que él tiempo puede sanar 18+

Las semanas siguientes transcurrieron sin incidentes notables. Las cartas de Remus llegaban puntualmente cada semana, llenas de palabras cariñosas y afectuosas que siempre me ponían una sonrisa en el rostro. A pesar de la distancia, siempre encontraba la manera de hacerme sentir cerca de él con sus palabras.

Su ausencia se sentía más palpable con cada semana que pasaba, pero las palabras de sus cartas siempre me llenaban de felicidad y anhelo. Anhelaba estar en sus brazos y sentir su calor, pero las fotos que siempre incluía en sus cartas servían como un pequeño consuelo.

Las fotos eran una pequeña ventana a su vida diaria, me mostraban escenas de su entorno y actividades que estaba haciendo. Siempre incluía notas con cada fotografía que me hacían sentir aún más cerca de él, como si estuviéramos compartiendo juntos cada momento .

Aunque las imágenes y las notas eran valiosos, nada podría reemplazar el contacto físico con él. Anhelaba su abrazo, su risa, el olor de su cuerpo. Su ausencia se sentía como un pequeño agujero en mi corazón que sólo podía llenarse con su presencia.

A pesar de esos sentimientos de añoranza, no dejaba que eso arruinara mi estado de ánimo. Cada semana, esperaba con ansias la llegada de su carta, anticipando las palabras de amor y los detalles de su vida. Sabía que él también me echaba de menos tanto como yo a él, y eso me daba un pequeño consuelo a pesar de la distancia.

Decidí mantenerme ocupada en el pequeño huerto del jardín, pues sabía que me haría bien mantener mi mente y mis manos ocupadas. El simple acto de cuidar las plantas y trabajar en la tierra siempre me había traído una sensación de tranquilidad y conexión con la naturaleza.

El jardín era un lugar de paz y relajación para mí. La actividad física del cuidado de las plantas y el contacto con el barro y la tierra me calmaba y hacía que mis preocupaciones desaparecieran por un momento. Además, estaba orgullosa de ver los pequeños brotes y flores que iba cultivando con el paso de las semanas.

Cada mañana, me despertaba temprano y pasaba un par de horas en el jardín, regando y vigilando el desarrollo de las plantas. Era un momento en el que podía relajarme y conectar con la naturaleza, dejando de lado todos los problemas y preocupaciones. Era como una terapia natural para mí, pues el simple acto de cuidar las plantas me llenaba de un sentimiento de tranquilidad y satisfacción.

Una tarde soleada, decidí tomar una pequeña siesta debajo de un árbol cerca del estanque del jardín. El sol brillaba en mi rostro y una suave brisa mecía ligeramente las ramas de los árboles, creando una atmósfera relajante y pacífica. Permanecí allí, escuchando el canto de los pájaros y el sonido del agua del estanque, permitiendo que el cansancio se apoderara de mí.

Mis padres habían establecido una regla clara en casa, prohibiendo el uso de magia dentro de nuestros aposentos. Su deseo era llevar una vida más apacible y relajada, sin depender del uso constante de magia para todo. Aunque al principio me había costado adaptarme a esta nueva norma, finalmente había aprendido a apreciar la simplicidad en las tareas cotidianas y disfrutar del momento presente sin magia.

A diferencia de mis hermanos, quienes se escapaban al jardín para jugar con sus varitas mágicas y conjurar hechizos sin sentido alguno, yo prefería pasar mi tiempo en actividades más tranquilas. Mientras ellos salpicaban con magia el patio, disfrutaba de la lectura debajo de un árbol o me ocupaba en el pequeño huerto del jardín.

─Los van a descubrir tarde o temprano─Advertí a erik quien estaba frente a mi con su varita en mano.

─Oh, vamos ─respondió Erik con confianza, agitando ligeramente su varita mágica en su mano ─No pasará nada si sólo practicamos un par de hechizos en el jardín. Además, mamá está demasiado ocupada preparando la cena y papá no volverá hasta más tarde.

Divine violenceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora