Capítulo 13 (primera parte)

1 0 0
                                    

Lo primero que hicieron en cuanto abandonaron el Bosque Interior fue pararse a descansar bajo el sol del mediodía. Yanis localizó en el mapa la ruta que deberían seguir para llegar hasta Cyrill desde allí y anunció que, tras ese breve descanso, retomarían el camino y ya no se detendrían hasta llegar a la ciudad.

Ivy se acercó a su caballo y se entretuvo dándole un trago de agua. A su lado, Lanson estaba haciendo lo mismo con su montura. El alto aristócrata le dedicó una mirada de soslayo que, pese a no ser tan fría como otras veces, logró helar de igual modo la sangre de la elfa.

—¿Estáis preocupada por lo que nos podamos encontrar en Cyrill? —le preguntó Lanson y ella supuso que había malinterpretado el temblor de su mano y la palidez de su rostro.

—Mientras no nos encontremos con el diarca, supongo que estaremos bien —aventuró.

—Hay muchos más peligros en este país aparte de los diarcas.

—¿Ya habíais estado en Maeghar antes, señor Noelle? —se interesó Ivy. Él sacudió la cabeza.

—No. Pero las cosas que he escuchado... En especial en relación a las mujeres.

—Yo soy elfa, así que eso no me preocupa. Jamás me confundirían con una mujer maegharense.

—Desde luego —aceptó él y añadió tras una vacilación—. Además, vos sois una persona sensata. Nunca permitiríais que os manipularan de ese modo.

Ivy lo escrutó, tratando de encontrar algún ápice de ironía en las palabras del alto aristócrata, pero este se mostraba tan serio como de costumbre. «Además, él nunca miente», recordó.

—Gracias por vuestras palabras. Aunque no sé si las merezco...

—En estas últimas semanas he comprendido muchas cosas sobre las personas —comentó él y desvió la mirada hacia Veda y Yanis; la princesa estaba sometiendo al geógrafo a un concienzudo interrogatorio sobre la historia de Maeghar—. A veces las primeras impresiones nos confunden y nos impiden ver la verdad. En ocasiones las personas no son cómo habíamos pensado en un primer momento.

El alto aristócrata se alejó de ella sin añadir nada y la elfa se preguntó qué habría querido decir con esas palabras.

Tras el descanso, retomaron el camino y, apenas tres horas después, hicieron su entrada en Cyrill por el acceso norte. Cruzaron la muralla, construida en piedra tosca y gris, y se adentraron en un barrio residencial de casitas bajas con techos a doble vertiente y hermosos jardines adornados con árboles frutales y parterres. La calle desembocaba en una exuberante plaza con suelos enlosados y dos estatuas de piedra a cada lado que representaban unas figuras espantosas, con cabezas demasiado grandes para unos cuerpos enclenques, cuernos, dientes afilados, garras y un rabo retorcido acabado en punta.

—Esta es la plaza de las Gárgolas —informó Yanis—. Se llama así por... bueno, es evidente. Por las gárgolas.

Lanson le lanzó una mirada cargada de curiosidad.

—Sé lo que me vas a contestar, aun así preguntaré: ¿cómo sabes esas cosas si nunca has estado en Cyrill?

Yanis rio.

—Para eso ni siquiera hace falta leer libros. ¿No sabéis que existen los planos de las ciudades?

En lugar de molestarse con el joven y lanzarle alguna pulla envenenada, Lanson rio su broma. Ivy recordó las breves palabras que había intercambiado con el alto aristócrata después de salir del Bosque Interior: «En ocasiones las personas no son cómo habíamos pensado en un primer momento». Se preguntó si sería posible que el Guardia Azul hubiera empezado a ver al joven geógrafo con otros ojos. De ser así, existía la esperanza de que también pudiera cambiar la manera con la que la veía a ella.

El último Sacrificio (Hijos del Primigenio I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora