Capítulo 15 (segunda parte)

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Shaleen despertó y lo primero que sintió fue un penetrante dolor en la sien derecha. Se palpó con la mano y notó un bulto pequeño un poco por encima de la cicatriz que le había regalado Tèrold Logios. Ignoró unas náuseas que intentaron subir por su esófago y se esforzó en reconocer el lugar donde se encontraba: estaba tumbada en una cama mullida y cómoda, a su izquierda unas amplias cortinas ocultaban una ventana que ocupaba toda la pared y, a su derecha, otra cama similar a la suya albergaba el cuerpo dormido de Ivy. Al ver a la elfa, Shaleen recordó los últimos acontecimientos.

«Yanis».

Se incorporó con una amarga protesta de sus costillas. El dolor desapareció en cuanto vio al geógrafo sentado en una litera en el otro extremo del cuarto, charlando animadamente con un hombre joven que Shaleen no reconoció. Junto a ellos, Lanson y Eseneth ayudaban a Veda, que llevaba el tobillo derecho vendado, a sentarse en otra de las camas. Zay se encontraba tumbado en el centro de la estancia, durmiendo como si no hubiera pasado nada.

«Parece que todos estamos bien —suspiró aliviada—. Todos menos Ivy».

La miró. La respiración de la elfa parecía regular, así que supuso que solo estaba durmiendo. La zarandeó con suavidad.

—Ivy, despierta. ¿Me oyes?

—No temas, se encuentra bien.

Se giró y vio que el hombre desconocido se había acercado a su litera. Tenía una bandeja en la mano con varios frascos y recipientes. El joven dejó los enseres sobre una mesa con un gesto que a Shaleen le resultó demasiado elegante para las sencillas ropas de algodón que vestía.

—Espero que no te duela la herida de la cabeza —le dijo—. Esa serpiente te pegó bien.

Shaleen rozó con los dedos el bulto en la sien derecha; el dolor intenso de unos minutos atrás estaba desvaneciéndose poco a poco y solo permanecía una palpitación sorda.

—Estoy bien, gracias.

—Me alegro. —El joven sonrió y sus ojos del color de las perlas brillaron—. Tú eres Shaleen, ¿verdad? Los demás estaban muy preocupados por ti. Sobre todo él —añadió, señalando a Yanis, y ella enrojeció. La vergüenza le impidió darse cuenta enseguida de que la había llamado por su nombre real en lugar de por su identidad falsa.

—¿Y tú quién eres? ¿Nos has curado a todos?

—Perdona por no haberme presentado. Mi nombre es Jaidan. Soy chamán.

Un quejido a su derecha interrumpió su conversación. Ivy había abierto los ojos y los observaba con estupor. Jaidan estudió su estado durante unos minutos hasta que les aseguró a ambas que se encontraba bien.

—No tenéis ninguna herida grave, solo cortes y contusiones. Os pondréis bien.

La elfa se sentó en la litera y buscó a Veda, que balanceaba los pies sentada en una cama. El chamán siguió su mirada.

—Tenía una torcedura en el tobillo —le explicó—. Bastará con que descanse un poco. Ahora deberíais comer algo. Por favor, acompañadme al comedor.

Jaidan abandonó la estancia y los demás fueron tras él. Antes de salir por la puerta, Shaleen sintió que una mano aferraba la suya y, al darse la vuelta, se encontró con los labios de Yanis sobre su mejilla.

—Tenía mucho miedo —le confesó él, pegando su frente a la de ella—. Pensé que...

—Yo sí que he pasado miedo. Te vi allí debajo, en el agua. Estabas inconsciente y te hundías...

—Ya estoy bien.

Ella suspiró.

—Debimos haberte hecho caso y no haber cogido el barco en Cyrill.

El último Sacrificio (Hijos del Primigenio I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora