El camino subacuático atravesaba una buena parte del fondo marino hasta que llegaba a otro pozo similar al que habían usado para entrar. Subieron con cautela; Eseneth fue el primero en asomarse a la sima que se abría en el suelo y lo que vio le hubiera robado el aliento de haber tenido.
El pozo se abría entre un grupo de encinas cuyas ramas tuvo que apartar para poder salir a tierra firme. Al mirar hacia arriba, entre las copas de los árboles, distinguió el emplazamiento más bello e imponente que había visto nunca.
—Eso es... es el Monte Linho —susurró la voz de Yanis a sus espaldas. El joven había salido del hueco justo detrás de él.
«La montaña de los enanos». Recordó a Zadie y se preguntó si hubiera sido capaz de llegar hasta allí él solo si el grifo de Lysange no lo hubiese matado.
—¿Estamos en Andelin? —preguntó Lanson, emergiendo del pozo con un gesto de esfuerzo. Tras él salieron Ivy y Veda, que se había empeñado en subir por los escalones de piedra ella misma pese a su pie vendado, seguidas de un Zay gimoteante y Shaleen.
—Eso parece. —Yanis extrajo su mapa y lo estudió—. Debemos seguir hacia el norte para ir hasta Anael. Nuestro destino inicial.
—¿Hacia el norte? —Lanson señaló el complejo montañoso que parecía ir a caer sobre ellos en cualquier momento—. ¿Cómo quieres que crucemos eso?
—El Monte Linho tiene pasos de montaña por los que podemos cruzar —informó el geógrafo, mordisqueándose un dedo—, aunque tal vez sea más seguro desviarnos hacia el oeste y cruzar el Bosque de los Gnomos.
—No quedan muchas horas de sol —observó el alto aristócrata, mirando el cielo—. ¿Hay alguna ciudad cerca?
Eseneth sonrió al pensar que Lanson ya había obviado la posibilidad de pernoctar al raso. «Incluso a un alto aristócrata como él deben dolerle los huesos de dormir en el suelo».
—Davina —contestó Yanis y se apresuró a añadir al ver que Lanson arrugaba la frente—. Es una ciudad tranquila. Podemos pasar la noche allí, comprar provisiones y hacernos con algunos caballos.
—Hay un eirén viviendo allí —repuso Ivy y el geógrafo sacudió la cabeza.
—El Eirenado de Davina no está dentro de la ciudad. Para ir hasta él hay que cruzar la puerta norte y seguir un caminito estrecho.
Lanson lo escrutó con los ojos entrecerrados.
—¿Y eso por qué es así?
El joven encogió los hombros.
—Una preferencia del eirén, supongo. Pregúntaselo a él.
—Espero no tener la posibilidad de hacerlo nunca.
—¿Tú has estado en Davina antes, Yanis? —le preguntó Veda. Aunque aseguraba que no le dolía el pie herido, Eseneth se había dado cuenta de que apoyaba el peso del cuerpo sobre el izquierdo.
Yanis negó con la cabeza y Lanson resopló.
—¿Y entonces cómo sabes que el Eirenado está fuera?
—Porque existen unas cosas que se llaman mapas.
El Guardia Azul puso los ojos en blanco, pero no objetó.
—Será mejor que nos demos prisa —apreció Eseneth, consciente de que si no los detenía, aquellos dos podían seguir discutiendo hasta el fin de los tiempos—. Al menos si queremos pasar la noche en Davina.
Por lo que indicaba el mapa, la distancia hasta la ciudad no era larga. Aun así, tardaron algo más de dos horas en recorrerlo porque Veda se había empecinado en que podía caminar sola sin ayuda. Cuando llegaron a Davina el sol empezaba ya a ocultarse tras las estribaciones más meridionales del monte Linho.
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El último Sacrificio (Hijos del Primigenio I)
FantasyEl mundo de Celystra vive asolado por el Primigenio, su dios y creador, pero también su verdugo. Varios pueblos se atrevieron a alzarse contra él en el pasado, y su desfachatez les salió muy cara. Ahora, siglos después, el Primigenio exige que cada...