Capítulo 18

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La fiesta prometida por Mervin Piedrablanca empezó esa misma noche y se alargó hasta el día siguiente. El rey preparó un banquete especial en la plaza central del Enclave al que invitó a todos los enanos. Teniendo en cuenta su situación, Shaleen esperaba encontrar rostros apagados, tristes y compungidos; por eso se sorprendió al descubrir a decenas de enanos felices y sonrientes, que cantaban y bailaban animados por el vino.

—Para ser un pueblo que se está muriendo, se les ve muy alegres —comentó Lanson, mientras ocupaban los asientos que el rey había escogido para ellos. El monarca había reservado una mesa de obsidiana en el centro de la plaza para él y sus hijos.

—Supongo que a estas alturas ya lo tienen más que asumido —reflexionó Yanis, sentándose entre el alto aristócrata y Shaleen. Eseneth, Ivy y Veda se acomodaron en las tres sillas restantes.

—Tienen pocas cosas que celebrar —observó el mago—. Así que en cuanto encuentran algo, lo festejan a lo grande.

Mientras los demás debatían sobre las causas de la felicidad de los enanos, Yanis se inclinó hacia Shaleen y le susurró al oído.

—Estás preciosa.

Ella rio. No había podido cambiarse de ropa para la ocasión, pues no había encontrado prendas de su talla en las tiendas del Enclave, así que se había limitado a recogerse el pelo en un rodete a la altura del cuello.

—Solo me he peinado —objetó.

—Estás preciosa siempre.

El joven apretó su mano por debajo de la mesa y le dedicó esa sonrisa con hoyuelos que tanto le gustaba.

Pronto empezaron a servir fuentes cargadas de cordero asado con hierbas aromáticas, caldos de hortalizas y carnes, verduras braseadas del Bosque de los Gnomos, cerveza fría, ensaladas de pasas y frutos secos y otros manjares autóctonos de la región que Shaleen no supo reconocer.

—Toma, Yanis, ¿no te gustaba esto? —le ofreció Lanson, tendiéndole un pedazo de pan de queso. El joven soltó una exclamación y se lo llevó a la boca entero.

—Creo que quedarnos a esta fiesta ha sido una buena idea —dijo, tras darle un buen sorbo a su copa de cerveza. Lanson se la quitó de las manos de un tirón.

—No bebas tanto. Vas a emborracharte y te necesitamos sobrio.

—Tengo más tolerancia al alcohol de la que tú crees.

El alto aristócrata soltó una carcajada.

—¿Acaso te has visto? Estás colorado como una cereza madura...

Shaleen se dio cuenta de que las mejillas de Yanis estaban encendidas y rio encantada. Frente a ellos, Veda preguntó si podía probar la cerveza y tanto Ivy como Yanis soltaron un «no» rotundo.

Un repentino tintineo interrumpió su conversación. En la mesa del rey, el príncipe Keegan Piedrablanca se había levantado y estaba entrechocando una cuchara dentro de su copa.

—¡Prestadme atención, por favor! —Pese a su elevada posición, le costó unas cuantas llamadas que todos callaran y lo escucharan—. Ha llegado el momento que todos estabais esperando.

Los enanos irrumpieron en un grito de entusiasmo. Keegan rio y trató de apaciaguarlos con un gesto de la mano.

—¡Sí, sí! Sé que tenéis ganas de escucharla, así que no os voy a hacer esperar más. —Se giró y miró a su hermana—. ¡Vamos, Leete! ¡Hazlo como tú sabes!

La plaza se llenó de gritos y aplausos. Shaleen intercambió una mirada confusa con los demás.

—¿Qué va a hacer?

El último Sacrificio (Hijos del Primigenio I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora