Cuando Phelann Sanadria perpetró el golpe de estado que destronó a Ollen Arezo, lo hizo con violencia. Irrumpió con sus partidarios en el Palacio Real y obligó al monarca a abandonar el trono alegando el vergonzoso tratado de paz que habían firmado Nandora y Diema tras la primera guerra. Ollen Arezo se negó, así que los cómplices del Sanadria, la gran mayoría del ejército y los asambleístas, lo asesinaron. Fue el único Arezo muerto durante el golpe de estado; los golpistas perdonaron a su familia e incluso les permitieron formar parte de la Asamblea.
«Y por culpa de esa decisión el pasado se repite», pensó Rella. Solo que, en esta ocasión, el golpista era un Arezo.
El día que empezó el golpe de estado los reyes habían ido al Eirenado, como debían hacer una vez por semana, para informar al eirén de los avances de la partida de búsqueda inexistente.
Rella estaba cansada de mentir. Por eso, esa mañana, mientras se inclinaba ante la figura enmascarada del eirén y se disponía a contarle la misma patraña de siempre, decidió que había llegado el momento de explicarle la verdad a Kendal.
—No hemos recibido noticias aún, gran señor eirén —le informó el rey. El eirén observó a los reyes impertérrito, sentado en la sala de audiencias del templo y custodiado por sus decenas de acólitos. Tras él, la elfa Lena asistía a la reunión con expresión ausente, como si fuera solo su cuerpo el que estaba allí y su mente se encontrara a cientos de kilómetros de distancia.
—Nuestro padre está perdiendo la paciencia —repuso el eirén. El rubí de su amuleto brilló bajo la luz artificial y Rella se estremeció al pensar que el Primigenio estaba viendo todo lo que estaba ocurriendo allí a través de él—. ¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde la marcha del Sacrificio?
—Cuatro meses, mi señor eirén —contestó Kendal.
—Es inaceptable que en todo este tiempo sigamos sin saber nada. Nuestro padre nos exige lo siguiente: si en una semana no ha regresado, otra persona ocupará su lugar.
—¿Quién, mi señor? —quiso saber Rella. La mirada verde y apagada del eirén se posó sobre ella.
—Quien nuestro padre decida, por supuesto. Me encuentro algo fatigado. —Los acólitos, como si hubieran recibido una orden muda, se acercaron a él y le tendieron los brazos—. Voy a retirarme ya.
El eirén se apoyó en Lena y abandonó la sala. Rella vio cómo el grupo se marchaba y suspiró. «Kendal tiene que saber la verdad ya. Toda la verdad».
En cuanto llegaron al palacio, lo primero que hizo fue permitir que sus sirvientas le quitaran la crinolina y el corsé. Una vez estuvo cómoda, les pidió que buscaran al rey y lo condujeran a sus aposentos a la mayor brevedad.
Lo esperó sentada en la cama. Kendal tardó apenas diez minutos en entrar en la habitación, con aspecto extrañado.
—Debo explicarte algo, Kendal. Algo importante. Por favor, cierra la puerta.
Él obedeció y se sentó a su lado. Rella respiró hondo y, sin meditarlo más, le narró la verdad tras la marcha de Veda. Le habló de cómo había convencido a Ivy para llevarla hasta la isla de los elfos y del verdadero motivo por el que ni el guardia azul Lanson Noelle ni Eseneth habían vuelto al palacio desde la fatídica noche del nombramiento del Sacrificio. La mirada de Kendal pasó de la confusión y la extrañeza a la ilusión; por primera vez en cuatro meses el rey volvía a albergar esperanza.
—¿Por qué no me lo has explicado antes? —le preguntó. No había inquina en su voz, aunque sí una pena sincera—. También es mi hija.
—Lo sé y lo siento. Era importante que nadie supiera la verdad y...
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El último Sacrificio (Hijos del Primigenio I)
FantasyEl mundo de Celystra vive asolado por el Primigenio, su dios y creador, pero también su verdugo. Varios pueblos se atrevieron a alzarse contra él en el pasado, y su desfachatez les salió muy cara. Ahora, siglos después, el Primigenio exige que cada...