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-¿Señorita Armstrong?

La voz de la profesora Freen Sarocha atravesó el aula en dirección a la atractiva joven de cabello castaño sentada en las últimas filas. Perdida en sus pensamientos, o en la traducción, tenía la cabeza gacha, mientras tomaba notas frenéticamente en su cuaderno.
Diez pares de ojos se volvieron hacia ella y contemplaron su cara pálida, sus largas pestañas y sus delgados dedos, que sostenían un bolígrafo. Luego, esos mismos diez pares de ojos se volvieron hacia la profesora, que permanecía inmóvil y había empezado a fruncir el cejo.
Su actitud mordaz contrastaba vivamente con la atractiva simetría de sus rasgos: con sus ojos, grandes y expresivos, y su boca de labios gruesos. Era una de esas mujeres guapas de aspecto ruda, pero en esos momentos su gesto amargo y severo estropeaba el efecto.

-Ejem.

Una tos discreta a su derecha llamó la atención de la joven, que levantó la vista hacia el estudiante de anchos hombros sentado a su lado. Sonriendo, éste señaló con la mirada hacia la profesora.
Ella siguió el recorrido de su mirada y se encontró con unos ojos marrones y muy enfadados. Tragó saliva audiblemente.

-Estoy esperando una respuesta, señorita Armstrong. Si le apetece unirse a la clase -añadió, con una voz tan glacial como su mirada.

El resto de alumnos del seminario se revolvieron inquietos en sus asientos y se dirigieron miradas furtivas. En éstas se leían preguntas del tipo « ¿Qué mosca le ha picado?», pero ninguno dijo nada. (Porque es de sobra conocido que los licenciados odian enfrentarse a sus profesores sobre el tema que sea, no digamos ya por una falta de educación).
La joven abrió la boca para contestar, pero cambió de opinión en seguida y la cerró, sin apartar la vista en ningún momento de aquellos imperturbables ojos marrones. Los de ella estaban tan abiertos que le daban aspecto de conejito asustado.

-¿Habla nuestro idioma, señorita Armstrong? -se burló la profesora.


A una chica morena sentada a la derecha de ella se le escapó la risa, aunque trató de disimularla con una tos poco convincente. Todos los ojos volvieron a dirigirse hacia el conejito asustado, que se había ruborizado furiosamente y que agachó la cabeza, apartando la vista de la profesora.

- Dado que la señorita Armstrong parece estar asistiendo a un seminario paralelo en un idioma distinto, ¿tal vez alguien sería tan amable de responder a mi pregunta?

La bella morena sentada a su lado estuvo encantada de hacerlo. Se volvió hacia ella y le dirigió una sonrisa deslumbrante, mientras respondía a su pregunta con todo detalle, gesticulando mucho con las manos mientras citaba a Dante en italiano. Al terminar, dedicó una sonrisa ácida a la recién llegada, se volvió de nuevo hacia la señora Sarocha y suspiró. Lo único que le faltó fue rodar un poco por el suelo y frotarse contra su pierna para demostrarle que nada la haría más feliz que ser su mascota. (Aunque a ella no le habría gustado nada que lo hiciera).

La profesora frunció el cejo de manera casi imperceptible a nadie en particular y se volvió para escribir en la pizarra. El conejito asustado parpadeó con fuerza varias veces mientras seguía tomando apuntes, pero gracias a Dios no lloró.

Más tarde, mientras la señora Sarocha seguía hablando sin parar sobre el conflicto entre güelfos y gibelinos, un trozo de papel doblado apareció sobre el diccionario de italiano del conejito asustado. Al principio ella no se dio cuenta, pero un nuevo «ejem» hizo que se volviera hacia el guapo joven sentado a su lado. Esta vez él le dedicó una sonrisa más amplia y le señaló la nota con los ojos.

Al verla, ella parpadeó sorprendida. Vigilando la espalda de la profesora, que no dejaba de rodear con círculos palabras italianas, se llevó la nota al regazo y la abrió discretamente

El Infierno de FreenWhere stories live. Discover now