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Unos labios tiernos me acarician la sien, dejando un reguero de besitos a su paso, y en el fondo quiero volverme y responder, pero sobre todo quiero seguir dormido. Gimo y me refugio
debajo de la almohada.

—Roier, despierta -me dice Spreen en voz baja,
zalamero.

-No gimoteo.

—En media hora tenemos que irnos a cenar a casa de mis padres -añade divertido.

Abro los ojos a regañadientes.  Fuera ya es de noche. Spreen está inclinado sobre mí, mirándome fijamente.

—Vamos, bello durmiente. Levanta. -Se agacha y me besa de nuevo. —Te he traido algo de beber. Estaré abajo. No vuelvas a dormirte o te meterás en un lio -me amenaza, pero en un tono moderado.

Me da otro besito y se va, y me deja intentando abrir del todo los ojos en la fría y oscura habitación. Estoy despejado, pero de pronto me pongo nervioso. Madre mía, ¡voy a conocer a sus padres! Hace nada me estaba atizando con una fusta y me tenía atado con unas bridas para cables que yo mismo le vendí, por el amor de Dios... y ahora voy a conocer a sus padres. Será la primera vez que Samy los vea también; al menos ella estará alli... qué alivio. Giro los hombros. Los tengo rígidos. Su insistencia en que tenga un entrenador personal ya no me parece tan disparatada; de hecho, va a ser imprescindible si quiero albergar la menor esperanza de seguir su ritmo. Salgo despacio de la cama y observo que mi vestido cuelga fuera del armario y mi sujetador está en la silla. ¿Dónde tengo los boxers? Miro debajo de la silla. Nada. Entonces me acuerdo de que se las metió en el bolsillo de los vaqueros. El recuerdo me ruboriza: después de que él. me cuesta incluso pensar en ello; de que él fuera tan... bárbaro. Frunzo el ceño. ¿Por qué no me ha devuelto los boxers?. Me meto en el baño, desconcertado por la ausencia de ropa interior. Mientras me seco después de una gozosa pero brevisima ducha, caigo en la cuenta de que lo ha hecho a propósito. Quiere que pase vergüenza teniendo que pedirle que me devuelva los boxers, y poder decirme que sí o que no. El dios que levo dentro me sonrie. Dios... yo también puedo jugar a ese juego. Decido en ese mismo instante que no se los voy a pedir, que no voy a darle esa satisfacción; iré a conocer a Sus padres "Sans culottes" ¡Roier Luckity!, me reprende mi omega ineterior, pero no le hago ni caso, casi me abrazo de alegria porque sé que eso la va a desquiciar.

De nuevo en el dormitorio, me pongo el sujetador, me pongo el vestido y me encaramo en mis zapatos. Me deshago la trenza y me cepillo el pelo rápidamente, luego le echo un vistazo a la bebida que me ha traído. ¿Es de color rosa será? Zumo de. Qué Mmm... está deliciosa y sacia mi sed.
arándanos con gaseosa, Vuelvo corriendo al baño y me miro en el espejo: ojos brillantes, mejillas ligeramente sonrosadas, sonrisa algo pícara por mi plan de los boxers. Me dirijo abajo.
-Quince minutos. No está nada mal, Roier. Pienso para mis adentros.

Spreen está de pie delante del ventanal, vestido con esos pantalones de franela gris que me encantan, esos que le caen de una forma tan increiblemente sexy, y, por supuesto, una camisa de lino blanco. ¿No tiene nada de otros colores? Frank Sinatra canta suavemente por los altavoces del sistema sonido surround, Se vuelve y me sonrie cuando entro. Me mira expectante.

—Hola -digo en voz baja, y mi sonrisa de esfinge se encuentra con la suya.

—Hola -contesta. —¿Cómo te encuentras? -Le brillan los ojos de regocijo.

—¿Bien, gracias. Y tứ?

—Fenomenal, joven Luckity.

Los Juegos Oscuros De Un MillonarioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora