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Durante una época de su vida, si hubiese tenido que enfrentarse a un acontecimiento tan embarazoso como ése, Rebecca se habría echado al suelo y habría adoptado una posición fetal, probablemente para siempre. Pero a los veintitrés años ya estaba hecha de otra pasta. Así que, en vez de quedarse frente a los buzones, contemplando cómo su breve carrera académica ardía y quedaba reducida a un montón de cenizas a sus pies, hizo rápidamente lo que había ido a hacer y regresó a casa.

Una vez allí, e intentando no pensar en los asuntos académicos, hizo cuatro cosas:
Primero, cogió un poco de dinero del fondo para emergencias que guardaba en una fiambrera debajo de la cama.
Segundo, fue a la tienda de licores más cercana y compró una botella muy grande de tequila muy barato.
Tercero, volvió a casa y escribió un largo y sentido mensaje de pésame para Rachel. Olvidó a propósito comentarle qué estaba haciendo y dónde estaba viviendo, y lo envió desde su cuenta de gmail en vez de desde su cuenta universitaria.
Cuarto, se fue de compras. Esa última actividad era un desconsolado homenaje tanto a Rachel como a Grace, porque a ambas les encantaban las cosas caras. En realidad, Rebecca era demasiado pobre para ir de compras.

Cuando se mudó a Selinsgrove y conoció a Rachel, durante su primer año de instituto, no podía permitirse comprarse nada. De la misma forma que tampoco podía permitírselo en esos momentos. Con la beca de estudios que le habían concedido, a duras penas llegaba a fin de mes y no podía trabajar para complementar sus ingresos, porque, com o estadounidense con visado de estudios, eran muy pocas las tareas que podía realizar.
Mientras paseaba lentamente frente a los bonitos escaparates de la calle Bloor, pensó en su vieja amiga y en su madre sustituta. Se paró delante del escaparate de Prada recordando la única vez que había ido a comprar zapatos de marca con Rachel. Rebecca todavía conservaba esos zapatos negros de tacón de aguja guardados en una caja al fondo del armario. Sólo se los había puesto una vez: la noche en que descubrió que estaba siendo traicionada.

Quiso destrozarlos, igual que había destrozado el vestido, pero no pudo. Los zapatos habían sido un regalo de bienvenida de Rachel, que no sabía qué iba a encontrarse ella en casa.
Luego se detuvo una eternidad delante de la tienda Chanel y lloró recordando a Grace. Recordó que siempre la recibía con una sonrisa y un abrazo cuando iba de visita.
Recordó que, cuando su verdadera madre murió en trágicas
circunstancias, Grace le dijo que la quería y que le encantaría ser su madre si a ella le apetecía. Y había sido una madre mucho mejor de lo que Sharon lo fue nunca, para vergüenza de Sharon y pena de Rebecca.
Cuando se le agotaron las lágrimas y las tiendas cerraron, regresó a casa lentamente y empezó a torturarse diciéndose que había sido una mala hija adoptiva, un desastre de amiga y una boba insensible a la que no se le ocurría asegurarse de que un trozo de papel estaba en blanco antes de dejárselo firmado a una persona cuya querida madre acababa de morir.

« ¿Qué habrá pensado al ver la nota?». Más animada después de un chupito o dos o tres de tequila, Rebecca se permitió seguir haciéndose preguntas. « ¿Qué debe de pensar de mí ahora

Se planteó hacer el equipaje y coger el primer autobús que se dirigiera a Selinsgrove para no tener que enfrentarse a ella. Se sentía avergonzada por no haberse dado cuenta de que Freen Sarocha estaba hablando de Grace aquel horrible día al teléfono. Pero no se le había pasado por la cabeza la posibilidad de que el cáncer de ésta se hubiera reproducido. Y mucho menos que hubiera muerto. Aquel día estaba más preocupada por haber empezado su relación con La Profesora con tan mal pie. Su hostilidad la había pillado por sorpresa, pero todavía la había sorprendido más verla llorar. En lo único que había podido pensar había sido en consolarla. Esa idea se había impuesto a todas las demás y ni siquiera la había dejado preguntarse por la causa de su dolor.
No había bastado con que acabaran de romperle el corazón con la noticia de que su madre había muerto sin haber podido despedirse de ella ni decirle que la quería. No había sido suficiente con que alguien, probablemente su hermano Heng, hubiera discutido con ella por no haber vuelto aún a casa. No. Cuando destrozada y llorando como una niña había abierto la puerta del despacho para irse corriendo al aeropuerto, se había encontrado con su nota de consuelo y con lo que Gemini había escrito por el otro lado.
« Estupendo».
A Rebecca la sorprendía que La Profesora no la hubiera expulsado del curso en aquel mismo momento.
« Tal vez me ha reconocido». Un nuevo chupito de tequila le permitió formular esa idea, pero ninguna más, porque cayó al suelo desmayada.

El Infierno de FreenWhere stories live. Discover now