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Feng Xin caminaba rápidamente por los pasillos del gran castillo de la Reina de Corazones. Su expresión era la misma de siempre: seria, concentrada y con una pizca de irritación. Era un hombre de principios, con una lealtad inquebrantable hacia su madre y el reino que algún día heredaría.

Sin embargo, en los últimos días, algo había cambiado. Había algo en el aire, una sensación que lo ponía nervioso. Algo que no podía identificar con claridad, pero que lo seguía a cada rincón del castillo.

Y esa sensación se intensificaba cuando veía esas sonrisas... Esas malditas sonrisas flotando en el aire.

Primero, había pensado que estaba alucinando. Después, había creído que se trataba de alguna broma de mal gusto de parte de Pei Ming, hijo de la Liebre de Marzo.

Pero ahora, comenzaba a sospechar que había algo más. Algo que le erizaba la piel y le hacía apretar los puños en señal de alerta.

—¿Por qué todo el mundo tiene que estar sonriendo? —murmuró, al pasar por uno de los corredores del castillo, donde otra sonrisa flotaba en el aire, esfumándose justo cuando él la miraba.

Por supuesto, Feng Xin no era tonto. Sabía de los trucos que el hijo del Gato de Cheshire podía hacer. Pero había algo inquietante en esta situación, algo que no encajaba del todo. No solo eran las sonrisas, sino la forma en que aparecían y desaparecían, siempre cuando estaba solo, siempre cuando se encontraba pensando en...

Sacudió la cabeza. No, no podía estar pensando en él.

Mu Qing se recostó en una rama alta de un árbol del jardín del castillo, observando con indiferencia el horizonte

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Mu Qing se recostó en una rama alta de un árbol del jardín del castillo, observando con indiferencia el horizonte. Una sonrisa juguetona se dibujaba en sus labios mientras su cuerpo se desvanecía en el aire, dejando solo esa curva traviesa flotando en la nada.

Había estado jugando con Feng Xin durante semanas, divirtiéndose al ver cómo el hijo de la Reina de Corazones se inquietaba cada vez más. Mu Qing sabía que había algo que lo atraía de aquel hombre recto y testarudo. Tal vez era la pureza de su corazón o la firmeza de sus convicciones. O tal vez era simplemente que Feng Xin era lo opuesto a él: un hombre que vivía para servir a los demás, mientras que Mu Qing solo buscaba su propia diversión.

Sin embargo, en el fondo, sabía que había más que eso. La verdad era que Feng Xin le fascinaba. Y, aunque nunca lo admitiría en voz alta, se encontraba cada vez más atrapado por la fuerza de ese sentimiento.

— Idiota — se dijo a sí mismo en voz baja, su sonrisa desapareciendo por un instante antes de reaparecer con una intensidad renovada — Solo estoy jugando.

Sin embargo, había algo en su pecho que latía de forma extraña cada vez que pensaba en Feng Xin, algo que no podía ignorar por mucho que quisiera.

Sin embargo, había algo en su pecho que latía de forma extraña cada vez que pensaba en Feng Xin, algo que no podía ignorar por mucho que quisiera

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