LXXXI: Refugio

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Zeth se apoyó en la orilla más profunda del estanque relajando un poco su cansado cuerpo disfrutando de la frescura del agua. Cerró los ojos y apoyó su cabeza en la roca que tenía a su espalda. El rugido del viento de la tormenta que pasaba sobre la grieta, como él llamaba a ese refugio temporal, era constante y se convirtió en un sonido sordo a sus oídos. Hubiera preferido el silencio, pero la paz de saber que allí abajo estaban a salvo, ocultos dentro de la tormenta lo dejaba tomarse un descanso de las preocupaciones de los peligros y los carroñeros de afuera.

El sonido del agua lo sacó de sus pensamientos y alzó la cabeza poniéndose en guardia rápidamente, pero sus ojos se clavaron en la figura de Samira, vestida solo con una delgada camisa larga entrando al estanque. Sonrió de lado notando que ella se estremecía un poco por el contacto del agua fresca en sus piernas.

—Está un poco fría al principio

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—Está un poco fría al principio. Pero si te sumerges, te acostumbras más rápido. – le dijo el acercándose un poco.

Ella entonces tomó aire y se sumergió por completo, pero volvió a salir rápidamente. El agua realmente estaba fría, y no sabía si era el cambio brusco de temperatura o al ver a Zeth con su torso desnudo acercarse, que su cuerpo comenzó a temblar por completo.

—Mentiroso— dijo Samira abrazándose a sí misma. – Sigue helada... y ahora mi camisa esta mojada...—

—Jajaja, eso es porque no te mueves lo suficiente...— dijo el sumergiéndose y nadando a su alrededor para emerger a su espalda. Ella se giró algo nerviosa.

—No te acerques demasiado... —dijo ella cubriéndose un poco avergonzada de repente. Pues era consiente que con su camisa mojada la tela sería más traslúcida aún.

Zeth la recorrió meticulosamente con sus ojos grises sonriendo.

—Me gusta mucho lo que veo. Pero no voy a acercarme si no quieres... —

— No, no quise decir eso...— dijo ella de inmediato y lo miró a los ojos. Aquellos ojos grises ahora reflejaban parte de esa vulnerabilidad que dejaban ver cuando el bajaba la guardia.

Se quedaron en silencio unos largos minutos.

—Yo... lo siento... me porté como un idiota... Aquella noche que me emborraché y quise forzarte, no estaba en mi...— hizo una pausa Zeth. —... El día de nuestra boda, estabas tan hermosa... y yo... fui un imbécil... Desearía poder volver el tiempo atrás, cortejarte, seducirte como te mereces...— dijo Zeth de repente.

Samira estaba completamente conmovida por aquella confesión... Recordó la noche de su boda, y aquella duda que le quedó clavaba en su pecho.

—Aquella noche, cuando te tumbaste en tu cama borracho, dijiste cosas que me hicieron dudar... pensé que yo... no te agradaba...— dijo ella, pero Zeth la interrumpió.

—No, todo lo contrario. Para mí, eres más de lo que jamás podría haber soñado. Tan hermosa, tan pura... Soy torpe y tosco ante tu suavidad... No quiero hacerte daño, no quiero hacerte llorar más. Samira... yo esperaré todo el tiempo que necesites para perdonarme, solo te pido que me des la oportunidad de comenzar de nuevo...— dijo Zeth.

Los hijos del DesiertoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora