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—¿Señora Hana Soto?

Una voz me llama. Salgo de mi letargo y observo mis manos y mi blusa de seda con manchas rojas. Claro, cuando salí del auto, cargué al chiquillo hasta la puerta de emergencias, pero cuando lo dejé con las enfermeras, descubrí que tenía el pantalón manchado de sangre.

—¿Es usted su pareja? —me pregunta un enfermero, quien llevaba una tableta digital en la mano.

—N-no, yo soy... —Pues una desconocida, ya vete de ahí, Hana.— Una amiga.

—Bien. El paciente no contaba con su identificación y no tenemos cómo contactarnos con sus familiares. Por ello, queremos que usted, quien lo encontró en ese estado, firme un consentimiento para realizar una operación de emergencia. Por favor, firme aquí.

—Ah... ¿está muy mal? —Pues claro, tonta, ya viste toda la sangre en su ropa.

—Su condición es reservada, pero si no le aplicamos pronto una operación, podría complicarse el embarazo.

—Bien, por favor, atiéndalo como es debido. —Y mi mano se mueve automáticamente, dibujando un garabato tembloroso sobre la pantalla digital.

Cuando el enfermero se retira, observo el pasillo. Estoy sola en un hospital desconocido, haciendo de samaritana para un tipo del que no sé su nombre o dónde vive. Solo sé que es un Omega embarazado que sufrió un ataque a plena luz del día.

—Eres un Omega en esta podrida sociedad —murmuro, recordando las terribles noticias donde ubican a los Omegas como parte de la población vulnerable junto a niños y mujeres Beta.

"Protesta pacífica por los derechos de los Omegas termina en violento enfrentamiento."
"Diez Omegas asesinados en el primer cuarto de año."
"Embarazo escolar: padres del afectado culpan a las feromonas del Omega."

Y lo peor de todo es que los encabezados sentencian a estas personas y las lapidan; no hay empatía siquiera de los medios periodísticos. Así como muchas personas luchan por ser reconocidas en la sociedad, los Omegas la tienen igualmente difícil.

***

Luego de media hora, pedí a los enfermeros noticias de aquel muchacho, pero no hubo respuestas, ya que aún se encontraba en el quirófano. Con un sentimiento de derrota, salí del hospital, llegué a mi auto y manejé de regreso a mi departamento. Sin embargo, di unas vueltas antes, aún asimilando todo lo que había vivido esa tarde. Me detuve frente a un estacionamiento frente al mar, apreciando la inmensa oscuridad en el horizonte. Llegada la medianoche, casi la una de la madrugada, al llegar a casa, me desvestí y lancé las ropas manchadas en la lavadora. Me dirigí al baño y abrí el grifo para tomar una larga ducha caliente.

Las gotas caían sobre mi cuerpo mientras me enjabonaba los brazos y los muslos. Toda mi vida había sentido que mi estatus de Alfa y todo lo que había logrado me apartaban del mundo ordinario. Ese mundo donde los Betas y, especialmente, los Omegas, tenían un trato que yo jamás había experimentado.

—Al menos lo llevaste a emergencias, ya con eso cumpliste, Hana —me dije a mí misma, intentando convencerme de mis buenas acciones. No podía salvarlos a todos, pero al menos había colaborado para que alguien no muriera frente a mí esa tarde.

"S-sálvalo, por favor."

De pronto, recordé la mirada desconsolada de aquel muchacho. Sentí un nudo en el estómago al recordar sus palabras y su suave voz. La sola idea de que me hubiera pedido salvar a su hijo y de que yo hubiera accedido a hacerlo, me hizo temblar. Algo en sus ojos despertó una chispa desconocida en mí, un sentimiento que quería ignorar, pero sin éxito.

Al salir del baño, observé que mi celular llevaba algunos minutos sonando. Atendí al instante una llamada entrante del hospital.

—Sí, Hana Soto. No, no soy su pareja. ¿Aún no se han comunicado con su familia? Oh, ya veo... Le puedo llevar una muda de ropa. Sí. Muy bien. Gracias.

Al terminar la llamada, la chispa dentro de mí se encendió, y como si una fuerza desconocida me poseyera, me dirigí al armario a vestirme. Agarré un par de pantalones y poleras de algodón que encontré, las más grandes que tenía. Tomé las llaves del auto y bajé rápidamente al estacionamiento. Debía ser rápida y eficiente: pasar por la farmacia por artículos de aseo y dirigirme al hospital porque el muchacho ya había salido de la operación.

Mi querido roomie es un OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora