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Una vez más, me encontré haciendo algo que no era propio de mí. Toda mi vida había pensado solo en mi propio bienestar. Incluso en mi trabajo me llamaban "la reina de hielo" por la forma en que trataba a mis subordinados. No era un apodo gratuito; mi actitud distante y fría se había ganado la reputación de ser implacable. Pero ese sábado de abril marcó un cambio que nunca hubiera imaginado. Todo comenzó después de conocer a aquel Omega, y por quien en mucho tiempo pedí vacaciones en el trabajo tan solo para cuidarlo.

—Sé que es un poco repentino, pero siento que deberías recuperarte en una casa y no en un hospital —le dije intentando ocultar mis nervios—. Mira, esta habitación tiene baño incorporado y su propia llave. Cuando te sientas mejor, puedes irte sin problema. Tómalo como un refugio temporal.

No entendía del todo qué me había llevado a ofrecerle mi ayuda. Era como si una parte de mí, enterrada bajo años de ser la "reina de hielo", hubiera despertado al ver su fragilidad.

No obstante, Luca se mantenía inexpresivo. Sentado en el sofá y observando hacia la ciudad desde el piso 21 donde se ubica mi departamento.

—Eh... y también. Deberás seguir una dieta especial junto con tus medicamentos. Además de llevar unas terapias con el psicol... —pero no pude terminar. Vi una lágrima rodar por su rostro y caer en la pequeña urna que descansaba en sus piernas. Mi alma se quebró. No pude hacer más que levantarme e ir a la cocina a servirle una taza de manzanilla y dejársela en la mesita junto con su medicamento.

Estuvo algunos días internado para vigilar su condición. Un aborto causado por un ataque no era algo que debía tomarse a la ligera. Sin embargo, no podía soportar dejarlo solo entre inyecciones, suero, desinfectantes... Menos, dejarlo aislado sin una persona que lo acompañe en su recuperación. Recuerdo ese momento en que, sin que se lo hubiera dicho siquiera las enfermeras, él les pidió de manera tranquila y educada si podía cremar a su hijo. Y cuando ya estaba mejor para levantarse, realizaron una pequeña ceremonia en la funeraria del hospital para darle el último adiós. Yo estaba ahí, en cada paso que daba, atenta a sus palabras y su mirada perdida.

Con el paso de los días, descubrí que Luca era extranjero y ya tenía unos años viviendo en la ciudad. Lo acompañe a la habitación que alquilaba en la periferia de la ciudad, en un barrio algo descuidado y peligroso. Pero más peligroso era volver a encontrarnos con aquel asesino, por lo que no dude en acompañarlo. Y si en caso apareciera, le daría una paliza que jamás olvidaría y luego lo demandaríamos. Solo recordar su rostro y tono insolente me enojaba mucho.

Luca recogió algunas pertenencias y su carnet de extranjería, ya que aún no había actualizado su identificación nacional. Aunque tenía familia de parte de su madre en el país, me indicó simplemente que no quería llamarles, mucho menos a su familia de fuera.

—¿Y amigos? —le pregunté un día cuando preparaba el desayuno.

—No tengo amigos —me habló aún con esa suave voz y rostro inexpresivo. Su español era muy fluido a pesar de que solo haya estado unos años en el país. 

—Sabes que puedes montar una denuncia —dije, pero él no me respondió.

A pesar de que le hice muchas preguntas, él solo contestaba con monosílabos o con algo frío y cortante.

Con el pasar de los días, comencé a notar que su semblante mejoraba y eso me reconfortaba. De hecho, me percaté de algo luego de observarlo con detenimiento. La mayoría de Omegas que había conocido usualmente eran bajitos, delgados y frágiles en apariencia. Pero Luca es diferente. Es tan alto como yo, de contextura atlética, hombros anchos y brazos marcados.

Volví a las arduas horas de oficina, pero con muchas ansias de volver pronto al departamento y verlo sentado en el sofá o preparando la cena en la cocina. Lo cual reconfortaba mi corazón, ya que eso me aseguraba que se estaba sintiendo mejor. Al cabo de un mes, mis colegas y subordinados notaron un cambio repentino  en mí. A pesar de que mantenía mi apodo de la "reina de hielo", algunos de ellos notaron que me comportaba menos asqueada de la vida, menos rígida y un poco más afable. 

—No me lo creo, amiga. ¿Que no buscabas un Alfa con quien relacionarte?

—No confundas las cosas, Gabriela. Luca no es mi pareja. Perdió a su hijo hace poco, así que estoy pensando en buscar al culpable. Además, acordamos que una vez se sienta mejor podría dejar la casa —le decía de una manera rígida para evitar malos entendidos.

—Ah. Espero que esa búsqueda no sea una excusa. Sabes que un Omega y un Alfa no pueden ser amigos. Debes cuidarte, ¿ok?

Y aunque no quería aceptar las palabras de mi amiga, me di cuenta de que realmente no sabía mucho sobre los Omegas, más allá de lo que nos enseñaron en la escuela. Comprendía que debía ser cuidadosa durante sus ciclos de "celo", donde, como Alfa, tenía que controlar mis feromonas para no provocar otra tragedia. El instinto primario de un Alfa es poderoso, y la idea de lastimar a Luca, incluso sin querer, me aterraba. No lo conocía bien y, para ser sincera, no debíamos cruzar ninguna línea más allá de mi compromiso de que se recupere bajo mi cuidado. 

Sin embargo, esa noche, al regresar de un día agotador, lo encontré sentado en la mesa, con un plato de comida frente a él y una taza de mi café favorito, que relajó mi espíritu de una manera que no esperaba. Fue tan reconfortante que me conmovió profundamente. Su actitud tranquila me relajaba mucho, como esa sensación de observar un gatito dormilón.

—Esta crema de zapallo está muy buena, demasiado buena. No puedo recordar cuándo fue la última vez que probé algo así —le dije con una sonrisa que se extendía de oreja a oreja.

—Me alegra —respondió él, con una ligera sonrisa que iluminó su rostro por un instante.

Ver esa pequeña sonrisa me llenó de una alegría tan intensa que no pude contenerme más y rompí a llorar, dejando caer gruesas lágrimas sobre la mesa. Él, sin decir una palabra, me tendió una servilleta y me secó la cara. Esa noche lloré tanto que terminé con la cara hinchada como una rana, sintiendo que todo mi esfuerzo estaba dando frutos.

***

Con el paso de los días, observé que Luca se iba abriendo conmigo poco a poco, a veces lo sorprendía mirando por el balcón, con una expresión que aún permanecía distante. Quería tanto que me confiara más, pero en esos momentos entendí que no debía forzarlo. Si bien siempre se mostraba respetuoso, una sola mirada suya bastaba para detenerme, y sabía que era el momento de dejar de interrogarlo.

Al ver que mejoraba poco a poco, decidí entonces actuar. No me quedé indolente ante todo lo que le sucedía y me propuse llegar hasta el final del asunto. Moví algunos contactos, conversé con algunos amigos en la fiscalía para averiguar más sobre aquel infeliz que asesinó a su hijo. Sin embargo, incluso pidiendo una orden para obtener los videos de ese día en el estacionamiento, era imposible ubicarlo.

—¿Y lo haces por un Omega?

—No es tu trabajo cuestionar mi criterio, Roman. Suficiente tengo buscando a ese infeliz.

Me encontraba en mi estudio conversando por teléfono con mi amigo de la universidad, Roman Ortega, abogado especialista en derecho de familia. Qué le importa si hago esto por un Omega.

—Bueno, como tú digas, querida. Hiciste bien en llamarme para este caso. Según el avance de la investigación y las fotografías que me enviaste de Luca Rossi, es evidente que sufría abuso en el hogar. Posiblemente de su pareja, dado que parece no vivir con nadie más en esta ciudad.

—¿Se le pueden asumir mayores cargos a ese bastardo? —pregunto, sintiendo una impaciencia crecer en mi pecho.

—Observando el video del estacionamiento y con el diagnóstico del hospital, puedo asumir que él sería el que ultimó al hijo no nato del muchacho y, sumando los cargos de posible fuga, es más que probable que  podamos solicitar una pena mayor —responde con firmeza—. Pero ahora lo más importante es encontrarlo, antes que intente dejar la ciudad o el país.

—Haz todo lo posible por armar bien el caso, yo me encargaré de encontrarlo.

Mi decisión es implacable.

Ese día me encontraba tan sumida en aquel caso que no me percaté de que Luca me había dejado la cena servida y una pequeña nota de despedida.

Mi querido roomie es un OmegaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora