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Desestabilizada, temerosa e insegura, SImone caminaba sobre aquellos zapatos de señora de iglesia, con sus pantalones anchos desgastados y su camisa abrochada hasta el último botón, como si se tratara de una novicia a punto de iniciar su conscripción.

Rony caminaba unos metros detrás de ella, pateando una rama seca con cada paso. Llevaba las manos en los bolsillos y ojos de víctima de un crimen que no quiere cometer.

-Creo que es acá.- le anunció Simone, al ver el letrero que anunciaba el nombre de aquel jardín de infantes de dibujos en sus paredes y flores en sus canteros.

Era un lugar en apariencia inofensivo, con buen gusto y alumnos de familias de bien, pero para ella era una amenaza, era el recuerdo de un pasado que necesitaba sepultar.

-Monita...- dijo Rony con tono dubitativo, como si no supiera si era correcto entablar aquella conversación y ella lo miró fingiendo una sonrisa enorme.

-No me voy a escapar a ningún lado, Rony, anda tranquilo.- le respondió lo suficientemente convincente como para que el hombre le devolviera una sonrisa también.

-Iba a decirte que a lo mejor esta es tu salida, Monita, mereces mucho más que esta vida.- le dijo a riesgo de pasar un límite que nunca había cruzado.

Entonces ella bajó la vista. No entendía lo que estaba ocurriendo. ¿Por qué de repente la gente parecía querer informarle que llevaba una mala vida? No le gustaba la manera en que eso se sentía, no le gustaba la manera en que nada se sentía, por eso fingía y de tanto fingir, había creído que era capaz de vivir sin sentimientos.

Alzó su vista de nuevo y ensayó una nueva sonrisa.

-Estoy bien, Rony, no vale la pena preocuparse por mí.- le dijo y antes de que él pudiera decir nada más se puso en puntas de pie para darle un corto beso en la mejilla.

-Nos vemos a la salida.- anunció y dándose vuelta entró al lugar en el que se suponía debía comenzar a trabajar.

Las presentaciones fueron amables, un clima casi festivo parecía querer envolver aquel hall, en el que las diferentes maestras desfilaban con prisa para iniciar su turno. Ninguna dijo nada interesante, un par la estudiaron con disimulo y el único profesor de todo el jardín se encargó de analizar su figura con detenimiento, al parecer aquel atuendo no terminaba de esconder sus curvas del todo. Pero ella sabía actuar, sabía cómo mostrarse  indiferente a los halagos acerca de su cuerpo, a las miradas devoradoras y los celos femeninos. Por eso comenzó su jornada sin problemas, con algunas sonrisas escuetas y pocas palabras.

-Esta es nuestro aula, yo soy nueva también, hace un año me recibí y estoy muy contenta de trabajar con vos, vamos a ser las dos nuevas.- le dijo Florencia con sonrisa de cuentos que incluso marcó un par de hoyuelos en sus mejillas y Simone casi muere allí mismo.

Hubiera preferido una compañera arrogante, una que creyera que iba a quitarle el trabajo o que al menos viera su cuerpo como una amenaza y la tratara mal, pero no a Florencia, no a esa jovencita de cuerpo diminuto y cabello rizado, no a alguien con esos anteojos gruesos y esos dientes relucientes. No a alguien bueno.

-Vas a tener que ayudarme, soy muy mala en esto.- le respondió con sinceridad y lejos de obtener desaprobación, la joven se abalanzó sobre ella para abrazarla inmovilizándola aún más.

La llegada de los niños interrumpió aquella demostración de afecto y Simone agradecida intentó oficiar de alcanzacosas, atadora de cordones y celadora de baño. No quería protagonismo, quería cumplir con su tarea y desaparecer, quería volver a la oscuridad de su mundo, al único que conocía, al único que creía conocer, por eso contuvo el aliento durante casi cuatro horas, agradecida de que el final se acercara.

-¿Cómo haces para tener la cara tan linda?- le preguntó una de las pequeñas.

Mila era una niña de cinco años por cumplir, tenía el cabello corto y los ojos de un color que le llamó la atención, eran claros pero no llegaban a ser verdes, eran algo diferente, algo que había visto pero no recordaba donde.

-Es toda lisita, como si fueras una muñeca.- insistió la niña con esa habilidad de los infantes de abstraerse de lo que no es de su interés para concentrarse en lo que ocupa su mente en ese momento.

-Me la lavo con jabón.- le respondió Simone, no le habla mentido, eso era lo que hacía, no porque quisiera, sino porque era lo único que Moro le permitía tener.

Entonces la nena estiró su pequeña mano y rozó su mejilla, Simone sorprendida quiso alejarla, pero sus ojos se habían abierto enormes y sus labios sonreían como si pudieran hablar sin palabras.

-Vos tenes una carita hermosa, no necesitas lavarla con jabón, ya es linda como es- le respondió arrepintiéndose en el instante en el que la última palabra salía de su boca. ¿Que estaba haciendo? Ella no era buena, no tenía gestos buenos, no sabían cómo hacerlo, pero lo que era aún más inquietante, no le gustaba cómo reaccionaba su cuerpo cuando alguien recibía un buen gesto de su parte.

El timbre supuso el fin de su encuentro, uno que la llevó a reconsiderar su actitud, debía pasar inadvertida, debía cumplir con los meses de suplencia y desaparecer sin que nadie tuviera motivos para recordarla, debía dejar de ser alguien que no era y sin embargo cuando la pequeña Mila giró antes de abandonar el aula y unió sus manos en forma de corazón, una sonrisa genuina por primera vez en su vida se dibujó en sus labios y lo que parecía algo ajeno se instaló en una parte de cuerpo a la que nunca le prestaba atención, su corazón.

-Bueno, no estuvo tan mal, ¿verdad?- le dijo Florencia dejándose caer sobre una de las sillitas del aula y Simone asintió con su cabeza.

-Si queres mañana llevas la clase vos, hoy no te deje ni hablar, perdón, es que mi ilusión de ser maestra titular me sobrepasó.- agregó la joven guardando los lápices de colores en uno de los cubiletes.

-Por mi está bien, a mi me gusta ayudarte, lo hiciste muy bien.- respondió SImone mientras apilaba los almohadones en un rincón y entonces otra vez una palabra le sonó ajena.

-Muchas gracias, me encanta que me haya tocado con vos, yo sabía que íbamos a llevarnos de diez.- dijo Florencia continuando con su tarea de ordenar y Simona apretó los labios con la única certeza de que aquello era lo último que necesitaba.

Arráncame el amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora