CAFÉ

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Una de mis actividades favoritas es la de ir a desayunar, siempre un café de especialidad, en lo posible siempre a un local gastronómico diferente pero lo cierto es que ya agoté la oferta. El clásico es pedir un cortado con dos medialunas y disfrutarlo solo, sin interrupciones, el café, los aromas, las texturas. Me regalo a mí mismo esta experiencia una vez por semana, dos, si me encuentro decaído. Es automático, un placer que quizá pocos entienden. La transferencia del calor de la taza a mis dedos me energiza. De las más de tres mil panaderías y cafeterías funcionando en la Capital, solo una combina los elementos necesarios para otorgar un producto equilibrado, cuasi perfecto. Es decir, un excelente café y una excelente medialuna. No perfecta porque crecí en Mar Del Plata y tengo bien claro que el ADN de la medialuna perfecta solo se encuentra allí. Fuera de eso, no tan lejos de esa calidad se encuentra mi panadería favorita de la ciudad.

    Estuvieron cerrados por dos semanas lo que me genero ansiedad y que el balance de mi dieta aumente en consumo de uñas y generación de algún que otro padrastro. Lo cierto es que estos días no me quede quieto, pero no encontré ni la mitad de calidad en otros establecimientos. Mirando desde atrás del vidrio, recordé la letra del viejo tango Cafetín, la única frase que me sabia alcanzo para hacerme reír, solo como todo el ritual. La reapertura de la panadería es un hito crucial que modifica mi rutina, así que me arrime un tiempo antes para estar primero en la puerta esperando que habiliten la entrada. Ya estaba metiendo un pie antes de que el empleado termine de abrir. Me dirigí directo a la caja, ya me conocían, sabían lo que pedía. Pague y espere en la mesa que me sirvieran. El lugar tenía un aura melancólica, pero para mí ese ambiente rayaba lo místico, si bien la panadería tenía más de sesenta años, su ambientación presentaba una lucha de lo viejo tratando de subsistir a lo moderno, en una de sus peores versiones ocupándose por ocultar la historia, como quien quisiera mentir con la edad, un secreto mal guardado. Llego primero el café y comencé mi ritual, primero olisqueando y sin mirar, después observando el color y sus matices. Di un ligero quiebre de muñeca y observe que tan ligero era el cuerpo. Un pequeño sorbo para tener la textura en boca. Quedo claro que seguían teniendo la misma cafetera antigua a compresor, una maravilla. Solo tocaba esperar, por más que sea un gran café en mi opinión es solo un partener, la estrella de la velada es la medialuna.

    Note en la cara de la mesera al acercarse que algo no estaba bien, ella sabía lo que yo sabía y ambos sabíamos que lo que estaba pasando no era natural. No me refiero a que me sirviera primero el café y después las medialunas y no todo junto como una obra de arte de una única pieza. Había algo diferente y no tuve tiempo de dilucidarlo en el corto trayecto del mostrador hasta mi mesa, me tomo por sorpresa. Me lastimo visualmente, dos medialunas grotescas, brillantes, reventadas en almíbar. Los tonos oscuros denotaban claramente una mayor exposición al calor de la debida. Lo primero fue la negación. Por un momento imagine que me había equivocado de cafetería. Luego la rabia, me levanté y fui a la caja. Necesitaba respuestas. No había mucha gente, pero los pocos que me vieron notaron mi disgusto.

-Discúlpame, le paso algo a mis medialunas, o me dieron otra cosa que no son medialunas, yo quiero las clásicas, las de siempre.

-Si discúlpame es que estamos reestructurando. Además, el panadero se fue.

- ¿cómo que se fue?

-Si Mario tenías hábitos muy malos, no se alimentaba bien y no se trataba. El pobre falleció, por eso también el cierre.

-Lo siento mucho la verdad, pero ustedes tienen sesenta años trabajando, no tienen una receta, una serie de pasos para que siempre salga igual, no es ciencia espacial.

    En eso sale de una puerta que esta atrás del mostrador un anciano. Me clava una mirada fulminante. El bigote blanco subía y bajaba como si estuviera masticando la bronca de tener que escuchar mis reproches.

-Pibe, vení mira. Déjalo pasar Gladys.

    No entendí mucho, simplemente me deje llevar, queria respuestas, Gladys levanto la tapa del mostrador y caminé hacia la puerta, corrí con una mano la cortina plástica y ahí estaba el viejo, al lado de una mesa con un bollo enorme, a unos metros los hornos. Para mí era una sala de cuento, mágica, el olor, los instrumentos. El viejo ni lerdo ni perezoso me conto que se llamaba Enrique y que era el dueño hace cuarenta años, que conoció al primer Mario, quien según él era el mejor panadero que existió en la tierra, el armo la receta y dejo el procedimiento.

- Tenes razón con que esto no es ciencia espacial, de ciencia muy poco, Mario ponía el alma en cada medialuna. Treinta años después llego este pibe de Mar del Plata, venía a laburar, lo conocíamos en el local porque comía medialunas como caramelos, cuando el primer Mario murió, el segundo tomo su lugar y tenía una mano bárbara. Pero estaba obsesionado, podía desayunar, almorzar y merendar sus medialunas, pobre Mario ni cincuenta años tenía.

    Estaba maravillado en ese ambiente, como un chico al que le enseñan un truco de magia, sabía que había mucho más. Los ojos se me salían de las orbitas y Enrique lo noto.

-Ahora estoy haciendo las medialunas yo, no se puede contratar a cualquiera, hay que esperar a la persona indicada, la medialuna tiene su secreto, la medialuna elige. Mira vení, dame una mano que vos tenes buen gusto, hagamos una tanda.

    Perdí toda la mañana en eso, o debo decir que gane, nos salieron de una calidad muy aceptable y me cobre con café y parte de lo que había preparado. Dejé todo mi entusiasmo en la tarea, incluso tuve mi tiempo a solas con la mesa de trabajo. Enrique volvió al poco tiempo con un delantal, me lo obsequio y me pregunto si quería volver mañana temprano a intentarlo de nuevo. Me pareció un plan excelente. Me llevé el delantal y media docena de las medialunas que hice a casa. Salude a Enrique -Hasta mañana. - El solo atino a levantar la mano y decirme – Chau Mario. 

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