Capítulos 48: Lágrimas y Resiliencia

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"Yo no le tengo miedo a usted —le había dicho Jerome dentro de la cabaña, fijándole una mirada acusadora y sería en él—; dejé de temerle… cuando supe que le queda poco tiempo de vida, señor.

Un escalofrío recorrió la nuca del profesor —apretó los dientes y las manos en el volante de la limusina que iba toda velocidad—; la carretera estaba sola, iba anocheciendo y no había ningún alma por ahí. El profesor continuó sin dejar de pisar el acelerador, pese a los ruidos raros que se oían adelante, como si el motor se estuviera estropeando —el profesor le palpitaba una vena en la frente, parecía que en cualquier momento iba a estallarle—; de pronto, el indicador de gasolina iba titilando, estaba a punto de quedarse sin combustible.

—¡Maldita sea! —castañeó el profesor—; ¡Maldita seaaaa!

Tomó el freno de mano y lo usó para ir deteniendo la limusina mientras pisaba el freno. Poco a poco desacelerando hasta finalmente detenerse en la solitaria carretera —el profesor chocó frente con el volante del vehículo, molesto—; soltó un potente grito, irritado por la situación —comenzó a golpear varias veces con la palma de su mano el volante —vio unos espeluznantes ojos brillantes reflejados en el retrovisor tras su asiento—; volteó con los pelos en punta. Habría jurado… que vio a alguien más adentro de la limusina —tragó saliva—; miró hacia delante, se encorvó para luego gruñir de la rabia que le carcomía dentro ahora.

De pronto, comenzó a llover.

[…]

Coen cerró sus ojos con fuerza, elevó la mirada al cielo oscuro y nublado, se avecinaba la noche y una tormenta —Kerrie estaba tras él; se cubrió la boca y soltó un sollozo—; Coen no quería dejar el cuerpo de Jerome ahí, de verdad quería arrastrarlo, ¿A dónde? No tenía idea… pero solo lo deseaba a su lado; Kerrie al despertar del shock, no hizo más que llorar, y todo el dolor que le aquejaba el cuerpo no era suficiente para lo que veía delante de ella. Arrodillada, y con el corazón roto, se lamentaba sobre el cuerpo de Jerome; Coen se mantenía fuerte, no podía lamentarse más… perderían tiempo valioso para huir de la escena —la lluvia les cayó encima, pero aun así, no podían detenerse—; quizás algo positivo, era que Coen que podía disimular sus lágrimas entre las gotas de agua que le caían sobre el rostro. Kerrie le dolía bastante la columna y el pecho, por eso caminaba algo en jorobada, mientras compungía el rostro, no por dolor corporal, sino del alma; tuvieron que huir de la escena abandona el cuerpo de Jerome, que seguía sentado en el suelo, con los ojos cerrados; Coen trajo el cadáver del sicario chino adentro, y preparó la zona para que pareciera una escena del crimen donde ellos dos se mataron a balazos. No hubiera querido hacer algo así de horrendo… pero no podía dejar evidencia de su existencia —Kerrie sabía sobre eso, así que con todo el pesar del mundo, ayudó a Coen a mover los cuerpos, borrar rastros de sí mismos… pero dejando pruebas de que estaba allí el profesor—; a lo lejos, una moto roja iba acercándose, con un luz delantera alumbrando el camino —los muchachos corrieron al otro lado de la carretera para esconderse, aunque el de la moto los logró ver entre la espesa lluvia—; el conductor de la motó frenó, se quitó el casco, revelando un cabello blanco y largo, lacio; tenía un rostro anguloso, con rasgos femeninos y ojos estrechos.

—¡Li! —Coen le reconoció.

—¡Suban!

[…]

Anastasia caminaba por los pasillos de la universidad, su mochila colgando de un hombro. Entró al salón de clases, sacó su cuaderno y comenzó a escribir. La campana sonó, marcando el inicio de otra sesión. Mientras anotaba las palabras del profesor, su mente vagaba hacia la figura inspiradora de Marie Curie.

"En los momentos más oscuros, cuando el mundo parecía estar en su contra, Marie Curie no se dejó vencer. Con cada obstáculo, su determinación se fortalecía, y su pasión por la ciencia brillaba aún más intensamente."

Sexo Después De ClasesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora