CAPITULO I

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Continente sur, reino Manisgh, 1421

SAHORY

Por años se ha expresado que la traición siempre viene de quien menos uno se lo espera. Yo no consideraba ese rumor porque siempre pensé que era una estupidez. Genuinamente he creído en la posibilidad de un corazón bondadoso en todos. Estaba muy segura de las personas que me rodeaban, del trato que recibía, aunque no fuese muy bueno. Para mí era imposible creer que una persona por más tonta que fuese llegase a causarme daño hasta que supe la verdad.

Eso me llevó a creer que no se puede confiar en nadie, pero luego supe que no todos poseen ese mismo mal. Hay personas que entre todos los que nos rodean, están allí para cuidarnos, están allí forjando un lazo especial sin que lo sepamos, y cuando el mundo da su giro inesperado, esa persona se revela cambiando nuestras vidas.

Por mucho tiempo me dediqué a permanecer entre las sombras de una biblioteca, entre las sombras de los recuerdos de mi padre. Lo extrañaba como nunca antes he extrañado algo, y aquella biblioteca era como mi lugar favorito. Para mí era sencillo escapar de la realidad estando sumergida en libros que sin darme cuenta me aportaron mucho más que las lesiones de mi madre.

Llegó un momento en el que tuve que dejar eso atrás y tener valor para enfrentarme abiertamente al mundo, a la maldad que no tiene descanso. Y eso me hizo más virtuosa que cualquiera. Aun así, ver la luz de todo me hizo gestar un terror en el pecho, me hizo dar cuenta de muchas cosas, de que la vida no era tan pasiva como pensaba. Ahí está la cuestión que tanto me había planteado: ¿De qué sirve tener bondad si de igual forma la maldad siempre reinará? Algo así le sucedió a una amiga que conocí hace un tiempo. No fue ella la que tomó ese rumbo sino la vida misma. La vida es quien nos hace hacer cosas inimaginables.

Muy bien, para comprender mejor esta larga historia debería comenzar desde el principio, cuando aún vivía cegada por este mundo cruel. Primero diré que no tengo una vida social como para alardear, no tengo amigos ni personas con las cuales compartir completamente mi vida a excepción de Lidxy. Mis únicos amigos aparte de mi hermana son dos patos que ahora mismo estoy alimentando en el jardín. Papá me había construido un estanque para estos animales mientras que Lidxy se quejaba por el ruido que hacían. Y ahora mucho más que han hecho crías.

Y hablando de ella, viene acercándose con una gran sonrisa iluminando su rostro.

—Dejad eso, iremos al pueblo. —me dice, ansiosa.

—¿Qué? Pero no podemos. —le digo alarmada mirando a todos lados. —Sabéis que a mamá no le gusta. —bajo la voz.

Detengo lo que estoy haciendo para levantarme del suelo, ya que estaba sentada en el césped.

—Ella no lo sabrá, está sumergida en sus asuntos como para que lo note. —dice tranquila.

—Estáis loca, esta vez no me voy arriesgar. Recuerda que la última vez casi nos encierra en la mazmorra.

Suspira pensando mejor las cosas.

—Bien, esto es lo que haremos. —propone. Los patos se van alejando mientras los más pequeños los siguen. Es inevitable no admirar el blanco de sus plumas brillar bajo la luz del sol. Los polluelos son tan adorables que podría comérmelos a besos todo el tiempo y ese tono amarillento resalta donde sea que se encuentren. —La que lance más lejos el disco tres veces gana. —continúa diciendo Lidxy.

—Es injusto, sabéis que no soy tan buena en este juego como tú. —protesto.

—Podrás hacerlo. —sonríe. —Si tú ganas nos quedamos aquí encerradas como todos los días. —gira los ojos. —Pero si yo gano nos vamos a gozar de la libertad por unos minutos.

UN TOQUE DE FELICIDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora