La discoteca está en Monterosso, dos pueblos más arriba, a diez minutos en tren. Pasan la mayor parte del día en el muelle de Manarola, con Chenle acostado sobre una toalla o sentado en las rocas pintando mientras Jisung nada. Los dos se detienen para tomar gelato (dos veces) y almorzar en un restaurante justo al borde del agua. Al caer la tarde, hacen la caminata de media hora por la Via dell'Amore hacia Riomaggiore, deteniéndose en la punta de uno de los salientes del acantilado para apoyar los brazos en la pared de piedra y contemplar el mar.
Es un momento agradable. Una caminata agradable. Una que Jisung ha hecho innumerables veces. El sendero lleva ese nombre por los numerosos jóvenes amantes que se escabullían allí durante la noche, y Jisung definitivamente formaba parte de esa larga tradición, ansioso por escapar de las miradas inquisitivas de sus padres.
Un recuerdo que se revitaliza con Chenle a su lado, reescrito en algo aún más hermoso. Se detiene y mira hacia el mar, y el mundo entero parece ralentizarse, congelado en un momento antes de exhalar y cerrar los ojos, con el viento peinando su cabello.
—Este es el paraíso —dice Chenle—. En serio, Jisung. Este es el lugar más hermoso del mundo.
No puede evitar estar de acuerdo. Los colores de los pueblos que se aferran a las costas: durazno, limón, naranja terracota. Los barcos de pesca balanceándose en el mar. El sol caliente y la tierra seca, los viñedos que se arrastran por las crestas detrás de ellos. Un grupo de turistas pasa junto a ellos, charlando en francés, y Chenle desliza su palma por la parte superior del muro, hasta que su mano descansa sobre la de Jisung, hasta que todo lo que Jisung tiene que hacer es girar su mano para entrelazar sus dedos.
Chenle no lo mira. Solo contempla el mar y sonríe. No se sueltan en todo el descenso hacia Riomaggiore, y el corazón de Jisung late un poco más rápido en su pecho, aunque no está seguro de si es solo por la pronunciada bajada o por otra cosa.
Cenan temprano viendo cómo el sol se sumerge en las olas al borde del puerto, con Chenle dándole de comer la mitad del antipasto con las yemas de sus dedos, bebiendo vino e intentando adivinar las historias de los turistas que pasan. Es una buena noche: cálida, brillante, con el sol dorado, la risa de Chenle, jugando con sus dedos sobre la pequeña mesa de cristal. Las paredes de piedra del puerto se elevan a su alrededor y algunos nadadores flotan en el brillante mar azul, y Jisung está de acuerdo: este es el paraíso.
—¡Levántate! —dice Chenle, rodeando las muñecas de Jisung con los dedos y tirando de él para que se ponga de pie—. ¡Vamos! ¡Levántate! Vamos a bailar. ¿Cómo me vas a llevar a una discoteca y no bailar?
—Yo no te llevé a ningún lado —protesta Jisung, incluso mientras se pone de pie, igualando la sonrisa de supernova de Chenle con una propia—. ¡Tú eres el que quiso venir aquí!
—¡Eres bailarín! —grita Chenle, ignorándolo mientras salta por la arena—. ¡Vamos, baila!
La música retumba desde los altavoces, cuerpos girando a su alrededor, y Jisung realmente no puede ignorarlo. No puede ignorar la forma en que Chenle mueve las caderas, riendo y bailando, cantando la letra de la canción a todo pulmón y simulando los sintetizadores con las manos.
—¡Está bien! —grita Jisung en respuesta. Le toma un minuto entrar en ritmo —Chenle sonriéndole todo el tiempo, la alegría irradiando de cada poro de su cuerpo— pero cuando lo hace, es simple. Es fácil. Su cuerpo siempre estuvo hecho para moverse al ritmo. Ballet, hip-hop, dance-pop. Sabe cómo encontrar el hilo, el corazón de la canción, y luego moverse a su compás.
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meriggiare ›› chenji
FanficDetrás de él, toda la costa está iluminada. Las luces del pueblo, apretadas contra la cuna del valle como luciérnagas; las farolas de la carretera; la luna alta sobre ellos, grande y cerosa en el cielo negro como tinta. Todo el cosmos, todo el cielo...