CONTRIBUCIÓN

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Transcurrieron exactamente dos  semanas sin que Saladino enviara alguna carta o ejecutara una nueva contienda, y efectivamente esa incertidumbre causó intranquilidad en todo Jerusalén, el rey Baldwin IV acongojado por aquellos malestares últimamente ya intolerables que le causaba la lepra trataba de conservar  su serenidad que lo caracterizaba para sus asuntos de rey y también acerca de la guerra, se encontraba en alerta enviando mensajeros 

La reina de Jerusalén, Zaynab se había refugiado en la esperanza, se mantenía optimista y brindaba palabras de aliento a su esposo cuando notaba que él ya no podía seguir aparentando estar calmado, ella era la única que lo conocía mejor que nadie, y sabía perfectamente en qué instante aparentaba ser fuerte y cuando ya se sentía derrotado ¿Cómo lo sabía? La mirada de él hablaba más que su propia boca, al llevar aquella máscara puesta por años, sus ojos se habían convertido en el lenguaje corporal de sus palabras, ya que la movilidad de su único brazo que aún experimentaba sensibilidad comenzaba a desaparecer incluyendo el sentido de la vista de su ojo izquierdo, ahora ya dependía del apoyo del brazo de Zaynab para poder desplazarse, y a veces lograba experimentar un sentimiento de ineptitud, sin embargo era inevitable, ya que la enfermedad no distinguía la riqueza ni la pobreza, o si se pertenecía a la nobleza o a la gente común que trabajaba en el campo.

El cansancio del rey era abundante y aquello se tallaba en una mirada que parecía desvanecerse , decaída y unas pupilas azules entrecerradas cubiertas de aquella inevitable capa de ceguera, sentado en el trono y con su reina  quien era inseparable a él,  se hallaba de pie a su lado. Baldwin recibió aquel pergamino de las manos de Tiberias, enviado y sellado desde Damasco por aquel sultán egipcio quien se había mantenido en silencio después de aquella victoria significativa para Jerusalén.

El joven rey, desdobló aquel pergamino con gran dificultad mientras sus manos le temblaban, Zaynab experimentó una ligera punzada en su órgano vital al notar a su esposo agotado y sin fuerzas para continuar combatiendo contra él mismo y su cuerpo el cuál aquella aflicción lo había consumido casi por completo.

-Mi reina- balbuceó entre quejidos extendiéndole aquel pergamino a Zaynab, ella lo recibió tragando saliva para desatar aquel nudo en la garganta que se comenzaba a formar al observar las manos de su amado temblar y entendiendo perfectamente su petición, leyó en voz alta:

A los reyes consortes y soberanos de Jerusalén Balwin IV y Zaynab:

Salam aleikum

Me encuentro intrigado y no comprendo el porqué de vuestro silencio, realmente ¿Habéis pensado que me he rendido? Después de aquella derrota solo he pensado en contraatacar utilizando una nueva estrategia.

Os comprendo e imagino el motivo de su ausencia en la última batalla, soberano, no me encuentro disgustado por esto, además debo confesar que admiro la artimaña empleada por la reina Zaynab que aprendió a poseer la misma astucia que usted, majestad Baldwin. Soy consiente que se ha casado con una maravillosa mujer quien ha permanecido a su lado, tal como dice aquella frase "Detrás de un gran rey existe una gran reina". Tan solo una mujer de origen árabe es capaz de adquirir aquel grado de intelecto empleado en la guerra tal como lo cuentan las leyendas de nuestras tierras sobre aquellas mujeres guerreras árabes que luchaban defendiendo sus tierras.

Sin embargo, no me rendiré tan fácil, el acuerdo de paz ha sido roto por los cristianos y desafortunadamente no existe algo que pueda repararlo, por lo tanto os informo que tomaré Jerusalén a como de lugar así muera intentándolo, mi orgullo ha sido vencedor esta vez y que yo sepa la cantidad de vuestros guerreros es escasa ya que a pesar de que la victoria fue a favor de ustedes, esto no evito que numerosas bajas existan en el ejército templario.

Alas BlancasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora