Hay pintura en el cuello de Chenle. Jisung lo besa esa noche. Jisung memoriza su figura debajo de él. No piensa en el chico de las pinturas, no piensa en la versión imaginaria de él en la mente de Chenle. Solo piensa en cómo se siente. En cómo lo hizo sentir. La felicidad de esos primeros días, el mundo entero convirtiéndose en suyo. No piensa en el tiempo, ni en lo inevitable. Solo vive y espera que eso sea suficiente.
—¿Cuántos días? —pregunta Jisung. Tiene la cabeza apoyada en el pecho desnudo de Chenle, escuchando el ritmo de su respiración, y a través de la ventana las estrellas están afuera, con las olas chocando contra los acantilados muy abajo.
Ha estado dándole vueltas en la cabeza. Ninguno de los dos lo ha mencionado, pero el pensamiento está ahí. Siempre está ahí. El tiempo se acaba, deslizándose entre sus dedos como granos de arena en un reloj.
—Cuatro —dice Chenle, y Jisung siente una sacudida eléctrica, un toque de crueldad. Cuatro días. Nunca sería suficiente, pero especialmente no lo es cuando Jisung siente que sabe tan poco de Chenle. Se siente como el primer capítulo de su novela, no el último. Siente que apenas ha rascado la superficie.
Unas pocas semanas son suficientes para vivir toda una vida, había dicho su madre. Si esto es toda una vida, entonces quiere mil más. Quiere vivir para siempre. No puede terminar así.
No puede terminar cuando todo lo que saborea en su boca es amargura. Resentimiento. No es más que una mancha en el lienzo de la vida de Chenle —está resentido con él por hacerlo sentir así. Siente que de alguna manera ha sido arruinado—, sabiendo que Chenle se llevará consigo su brillo de supernova y Jisung se quedará solo. Sabiendo que, a pesar de los días limitados, la mayoría de las veces mira a Chenle desde detrás de un lienzo, o con un pincel en la mano. Nunca cara a cara, a menos que estén en la cama.
También resiente el hecho de que lo perdona. Tan pronto como vuelven a estar juntos, tan pronto como Chenle se zambulle desde las rocas en el puerto junto a él, tan pronto como se sientan juntos bajo las casas de colores pastel, tan pronto como caminan por la costa juntos, parados en el acantilado en Corniglia, Jisung señalando cada uno de los pueblos, Chenle riendo mientras el viento que barre el mar de Liguria hace que su camiseta se infle detrás de él. Los colores son tan brillantes que es como si alguien hubiera aumentado la saturación y Jisung se para con los brazos extendidos, gritando al mar, gritando que nada puede detenerlo. Su cabeza da vueltas, su corazón gira.
—Quédate conmigo —dice Jisung, y sabe que no se refiere a solo ahora. La tierra cruje bajo sus zapatillas, y quiere decir para siempre. No solo bajo las luces de Manarola, no solo donde las farolas los vuelven dorados, donde las paredes de los callejones se elevan a su alrededor, donde las gaviotas se posan en el borde de los botes y las olas acarician el concreto.
Se refiere a por siempre y para siempre.
No puede pedirlo, por supuesto, pero lo desea.
—De acuerdo —responde Chenle, con los ojos entrecerrados, su sonrisa amplia. Toma las manos de Jisung entre las suyas y lo besa, y la luna es apenas un pequeño fragmento, proyectando los más sutiles destellos de plata sobre las nubes, como telarañas en el cielo nocturno.
—No pintes —dice Jisung, agarrando sus manos—. Por favor. Solo... quédate.
La ventana está abierta. El cielo es un océano de estrellas y Jisung siente que inunda sus pulmones, expandiéndose por su garganta mientras presiona a Chenle contra la cama. Cada beso que comparten sabe cada vez más a una despedida.
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meriggiare ›› chenji
FanfictionDetrás de él, toda la costa está iluminada. Las luces del pueblo, apretadas contra la cuna del valle como luciérnagas; las farolas de la carretera; la luna alta sobre ellos, grande y cerosa en el cielo negro como tinta. Todo el cosmos, todo el cielo...