23 | Hechos en la Feria de Caridad

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El ambiente en la tan esperada Feria de Caridad era, para usar un término técnico, un caos gloriosamente organizado. Era un torbellino de colores vibrantes, música que fluctuaba entre alegre y estridente, y una mezcla de aromas que iban desde el algodón de azúcar hasta los hot dogs. Los stands estaban dispuestos en una especie de laberinto festivo, con cada uno de ellos compitiendo por la atención de los visitantes y tratando de deslumbrar con sus ofertas de pasteles caseros, ropa, manualidades, y un variado rango de juegos y actividades. La feria era el lugar perfecto para perderse en un remolino de emoción y, claro, para una que otra metida de pata.

Después de ayudar a Fernanda dos semanas seguidas con las canchas de baloncesto y fútbol (una tarea que, dicho sea de paso, parecía haber sido concebida como tortura para los que se metieran con el entrenador de baloncesto, o también conocido como el viejo Will), Frederick y yo ahora nos encontrábamos en medio de una misión igualmente noble: decorar el escenario para las presentaciones del club de música y otros eventos. Colocábamos guirnaldas y ajustábamos luces con la precisión de cirujanos (bueno, más o menos). El resultado final era un escenario que se veía tan brillante y alegre que casi podías sentir cómo los confetis virtuales caían desde el cielo.

Débora estaba en uno de los andamios, ajustando las luces con la habilidad de una equilibrista. Luis, que parecía tener un talento especial para enredar las guirnaldas, estaba en el suelo, intentando desenredar un rollo de luces que se habían convertido en un nido de serpientes de colores.

—Débora, ¿Podrías bajar un segundo? .—le pedí—. Creo que la guirnalda de esa esquina necesita un ajuste.

—Si tú lo dices. —respondió Débora mientras descendía con cuidado—. Pero primero, ¿qué opinas de estas luces?, ¿Demasiado brillantes?

Luis levantó la vista desde su enredo—. Oye, si quieres que la feria se parezca a Las Vegas, sigue así. Si no, creo que deberíamos reconsiderar.

—¡Cállate, ni siquiera te pregunté a ti! .—replicó Débora, dándole un zape—. Lo único que queremos es que se vea bien para la presentación. No necesitamos un espectáculo de fuegos artificiales, solo un poco de clase.

Luis levantó las manos en señal de redención—. Está bien, está bien. Solo decía que si algún día quiero perder la vista, ya sé a dónde venir.

—No le hagas caso, Deb. —dije, ignorando el comentario de Luis mientras le daba otro zape—. Yo creo que se ve bien. —Débora sonrió en repuesta, realmente feliz y complacida de su proyecto.

Frederick estaba en la otra esquina del escenario haciendo la misma labor que Luis. Se lo notaba meticulosamente concentrado en desenredar los cables de luces, tanto que por fin mantenía su boca cerrada. Verlos así me recordaba a las veces en donde mi mamá me ponía a desenredar los cientos de sus collares que se habían hecho una bola, solo porque se quería poner uno que justamente estaba ahí todo envuelto.

Mientras terminábamos los últimos toques, me di cuenta que no había visto a Fernanda en un rato—. ¿Sabes dónde está Fernanda? .—le pregunté a Frederick recogiendo las últimas cajas de decoraciones. Frederick frunció el ceño, tan desconcertado como yo. En ese momento los chicos del club de música se empezaron a posicionar en el escenario bajo las indicaciones de Débora y Luis.

—No tengo idea. —respondió—, pero podemos ir a buscarla.

Terminamos nuestro trabajo en el escenario y decidimos aventurarnos a buscar a Fernanda. Sugerí ir al área de deportes porque era la más cercana, la cual se extendía ante nosotros como un pequeño universo de actividad y color. Había cuatro áreas principales que debíamos atravesar: la cancha de baloncesto, el campo de voleibol, la pista de tenis y, finalmente, la cancha de fútbol. Cada sección estaba llena de vida, con estudiantes y visitantes disfrutando de las diferentes cosas que ofrecían.

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