Capítulo 9

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El último juego al que estuvimos fui el protagonista. Jackie quiso uno de los osos de peluches que se ofrecían como premios a quienes ganaran en el tiro al blanco.

Existían muchos y diversos premios, mucho mejores que el oso en que se fijó. Pero ella deseaba ese, dado que no podía negarme a sus caprichos por ser débil a ellos, no tuve otra más que pagar los diez dólares y jugar.

Me gustaría decir que le di al primer tiro, la realidad es que tuve que pagar cinco veces para ganarme un oso cuyo valor oscilaba en la tercera parte de lo apostado. Pero, su sonrisa, al abrazarse al animal y sonreír, lo valía. Una sonrisa que solía retribuirle su madre, no hoy.

Ignoro que sucedió durante su salida en solitario, lo único que sé es que la Gisella que se fue, no fue la misma que regresó. Admito que sonrío y se mostró emocionada cuando nos al entregarnos nuestras pulseras, notó el entusiasmo y alegría al recibirlo.

Su sonrisa no era la misma, no estaba el brillo al hacerlo o la voz animada. Lo que sea había sucedido me lo diría al quedar solos, a ella no le gustaba mezclar a la pequeña en nuestros miedos.

El parloteo de mi hija durante todo el camino a casa, aligeró el ambiente dentro del Jeep. En todo momento buscaba unir a su madre a su alegría, algo que sucedía por unos minutos, después de lo cual, todo volvía a eclipsarse.

—Pensé que domingo no estaría en la ciudad.

La vieja casa de nuestro amigo tiene una única luz encendida y la camioneta mal parqueada en la entrada nos dice que está en su interior. Los tres nos quedamos viendo la casa con fallas de pintura, tejas rojas y ventanales quebrados. La casa de domingo se cae a pedazos, sin que a él parezca importarle.

—Pensé que no quería caer en tentación. —al parecer estaba equivocado.

Detengo el jeep en él ante jardín y ayudo a ambas a bajarse del auto sin dejar de mirar la luz de la cocina de mi vecino. Prometo visitarle una vez Jackie y Gisella estén dormidas, por si necesita algo.

—Volvió a hacerlo —comento, pero solo Gisella me entiende —pensé que lo iba a lograr.

Domingo había prometido dejar de tomar y llevaba diez días sin hacerlo. Todos en casa celebrábamos el final de cada día con él. Un día sin tomar licor era, sin dudas, motivo de celebración.

—¿Irás con él? —me pregunta ella y afirmo viendo la camioneta mal parqueada.

—Le mostraré mi pulsera, mami —canturrea nuestra hija —¿No le compraste una a él? —pregunta con curiosidad y su madre le sonríe sacando algo de su morral. —¿Me acompañas papi? —me pregunta.

—Iremos los tres —les digo y todas afirman.

El cruce de nuestro jardín al suyo es en silencio, con Jackie en la mitad de los dos sosteniendo la mano de cada uno. Una mirada a Gisella me muestra rastros de llanto, cuando nuestros ojos se encuentran baja los suyos y limpia su mejilla con rapidez.

—Tenemos que hablar —me susurra.

Imaginando que se trata de regresar a casa, me limito a afirmar sin decir nada. Jackie se aleja de nosotros y empieza a llamar a domingo en medio de un canto infantil.

—Te traemos un obsequio de la feria. —le da un par de toques a la puerta y retrocede en espera de respuesta.

Pasan un par de minutos y no hay respuestas, por lo que vuelve a tocar. La nula respuesta del otro lado hace a nuestra hija vernos con preocupación y algo de curiosidad.

—Está dormido —le dice Gisella —¿Por qué no se lo damos mañana? —sugiere y ella niega viendo la muerta y volviendo a tocar.

—Domingo, —le llama —Ábrenos. —pide.

Un príncipe Bastardo 3er Libro Rancho Mallory Donde viven las historias. Descúbrelo ahora