Todo el castillo estaba en un caos. Los maestres corrían de un lado a otro, y las sirvientas llevaban mantas, agua caliente y todo lo necesario. El primer hijo de la heredera estaba a punto de nacer, y la tensión era palpable. Todos recordaban cómo murió la madre de Rhaenyra en el parto y temían que la historia pudiera repetirse.
Rhaenyra estaba en su cama, quejándose con cada contracción mientras agarraba con fuerza la mano de Laenor. Ser Harwin, por razones obvias, tuvo que esperar afuera. Sin embargo, eso no impidió que el pequeño Aegon entrara a la habitación.
Aegon se colocó al lado de la cama de su hermana, observándola con preocupación. "Piensa, Aegon, ya has tenido dos hijos en el pasado... ¡piensa!" Se decía a sí mismo. De pronto, se le ocurrió una idea y, decidido, tocó la otra mano de Rhaenyra para llamar su atención. Ella giró su rostro hacia él, intentando sonreír a pesar del dolor, aunque la expresión resultante más bien parecía una mueca.
—Rhaenyra, camina. Eso ayudará a que mi imprudente sobrino nazca —dijo Aegon con una seguridad que sorprendió a la mayor. Ella, aun sufriendo, giró para ver al maestre, quien también se mostraba sorprendido por el conocimiento del pequeño.
—Mi princesa, el príncipe tiene razón. Aunque le duela, le ruego que camine. Eso ayudará al bebé a acomodarse adecuadamente para el nacimiento —mencionó el maestre, mirándolo con una mezcla de sorpresa y admiración. Aegon, orgulloso de su pequeño triunfo, le extendió su mano para ayudarla a levantarse, aunque sabía que no podría con el peso de su hermana. Rhaenyra, conmovida por el gesto, le sonrió con ternura antes de tomar su mano.
Con la ayuda de Laenor y la determinación de Aegon, Rhaenyra comenzó a caminar por la habitación. El pequeño príncipe la seguía de cerca, asegurándose de que no tropezara. Durante media hora, Rhaenyra se movió por la habitación, caminando con esfuerzo pero con la esperanza de que aquello facilitara el nacimiento.
Finalmente, los dolores se intensificaron, señal de que el bebé estaba listo para nacer. Laenor ayudó a Rhaenyra a volver a la cama, y el maestre se preparó para recibir al bebé. Aegon se quedó a un lado, observando todo con una mezcla de preocupación y fascinación, sintiendo en su pequeño corazón una extraña pero fuerte conexión con el momento. Mientras Rhaenyra empujaba, todos en la habitación contenían el aliento, esperando el primer llanto del heredero.
El grito del bebé llenó la sala poco después, y el alivio se extendió por el rostro de Rhaenyra mientras el maestre levantaba al recién nacido. La tensión en el aire desapareció, reemplazada por la alegría y el alivio. Aegon, con una sonrisa de satisfacción, miró a su hermana y luego al nuevo miembro de la familia, orgulloso de haber jugado un papel, aunque pequeño, en el nacimiento de su sobrino.
Aegon, con una determinación poco común para su edad, se subió a la cama y se colocó al lado de Rhaenyra, tomando su mano en un intento de consolarla. Con la seriedad que solo un niño podría mostrar en una situación así, le dijo:
—No te preocupes, Rhaenyra. Cuando sea más grande, voy a golpear a Jacaerys por hacerte pasar por esto.
A pesar del dolor, Rhaenyra no pudo evitar soltar una risa, agradecida por la inocencia y el apoyo de su hermano. Sin embargo, la risa se transformó rápidamente en un grito de dolor cuando otra contracción la sacudió.
Después de lo que pareció una eternidad, finalmente se escuchó un fuerte llanto que resonó por toda la habitación y hasta en los pasillos. El maestre, con una mezcla de alivio y cierta inquietud, anunció:
—Felicidades, mi princesa. Es un niño.
Aegon, con una sonrisa triunfante, miró a su hermana y le dijo emocionado:
—¡Te lo dije! Te dije que sería un niño, y su nombre será Jacaerys.
Con ternura, Aegon acomodó el cabello de Rhaenyra detrás de su oreja. Ella, conmovida por el gesto, giró su cabeza para besar la frente de su hermano, regalándole una sonrisa sincera que hizo que el pequeño se sonrojara.
—Ven, dámelo para limpiarlo —dijo Laenor al maestre, extendiendo los brazos para recibir al bebé. Aunque el maestre mostró cierta duda y temor, finalmente le entregó al recién nacido.
Laenor, con el bebé en brazos, lo miró con una mezcla de alegría y preocupación. Luego, levantó la vista hacia Rhaenyra, quien, comprendiendo la razón de su inquietud, le extendió los brazos para que le entregara al niño. Al tenerlo en sus brazos, Rhaenyra notó el cabello castaño del bebé, lo que le hizo entender que la situación no sería fácil a partir de ese momento.
Aegon, consciente de la tensión en el aire, se acercó aún más a su hermana para observar a su sobrino. Con un gesto protector, la abrazó y le susurró al oído:
—Quien diga que son bastardos, los quemaré vivos.
Rhaenyra le devolvió una sonrisa sincera, conmovida por la lealtad de su hermano. Aegon, decidido a fortalecerla, continuó:
—No te olvides de lo que te dije. Sé fuerte, no dudes, lucha por ellos.
—¿Ellos? —preguntó Rhaenyra, sorprendida.
—Serán más de uno, y serán hombres, ya lo verás. Lo prometo. Pero también te prometo que los cuidaré con mi vida.
Con esas palabras, Aegon le dio un beso en la frente a su hermana, quien, conmovida hasta las lágrimas, entendió que a partir de ese momento debía mantenerse fuerte. Sabía que los desafíos por venir serían muchos, pero con Aegon a su lado, sentía que podría enfrentarlos.
Después de la conmoción, Laenor echó a los maestres e hizo entrar a Ser Harwin, quien ya tenía al pequeño en brazos, arrullándolo. Los tres estaban en silencio, con Aegon aún presente en el cuarto, consciente de los problemas que se avecinaban, especialmente con la presencia de Alicent.
Un toque en la puerta sorprendió a todos, y rápidamente Ser Harwin le entregó al bebé a Laenor. Al entrar en la habitación, los reyes se encontraron allí, al enterarse de que ya había nacido el hijo de Rhaenyra.
—Hija mía, déjame verlo —dijo el rey, acercándose a su yerno, que estaba temeroso pero no podía negarle que lo viera. Cuando lo cargó, lo miró con una gran sonrisa, algo que no se vio en Alicent al ver que el niño tenía el cabello castaño y no blanco como el de ambos padres.
—¿Como que se te quemó, ¿no crees? —dijo la reina con una risa burlona, que se desvaneció al notar que su hijo estaba en la misma habitación, acostado cerca de Rhaenyra. Alicent le lanzó una mirada a Aegon para que se bajara y se sentara a su lado, pero él la ignoró.
—Papá, se llama Jacaerys. Nació sano, que es lo más importante —dijo el menor para evitar problemas. No había estado presente cuando nació su sobrino en su vida anterior, por lo que no sabía cómo había reaccionado su padre en esa ocasión.
—Claro, eso es lo importante, Aegon. Y Rhaenyra, ¿cómo se te ocurrió ese bello nombre? —preguntó su padre, aún con el bebé en brazos.
—Bueno, en realidad Aegon lo eligió y predijo que sería un niño. Resultó ser cierto —dijo con una gran sonrisa. El niño era su hijo, sin importar quién era el padre, seguía siendo su hijo.
—Un nombre hermoso, Aegon. Por lo que veo, ansiabas la llegada de tu sobrino —dijo su padre.
—Sí, padre. Ya tengo el nombre para su dragón —dijo con seguridad, sin preocuparse por su hermana. —Será Vermax —añadió tranquilamente, haciendo reír a su hermana y a su padre, aunque no a su madre, que lo miraba con ira.
—Bueno, por lo que veo, ya tienes todo listo, Aegon —dijo su madre con un tono neutro. Él se acomodó más cerca de su hermana, quien lo abrazó para mostrar que no estaba solo.
—Bueno, bueno, Ser Harwin, comunique que se hará una cena en honor a mi primer nieto, Jacaerys Velaryon —ordenó el rey.
—Sí, su majestad —respondió el caballero antes de salir.
Los adultos continuaron hablando de temas que a Aegon no le interesaban mucho. Aunque no fue tan mala la reacción de su padre al descubrir que su nieto era un bastardo, esperaba que mantuviera la misma actitud con los demás.
8 años después.
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Segunda vida.
FanfictionAgonizando se encontraba el actual rey Aegon II Targaryen, envenenado por su propia gente, lo mas curioso que en su agonía no tenia deseos de vivir, a estas alturas para que pensaba el joven rey, no tenía a nadie, sus hermanos, sus hijos, su madre...