𝗥𝗼𝗷𝗼 𝗘𝘀𝗰𝗮𝗿𝗹𝗮𝘁𝗮 〞 完了。 ( 𝙈𝙖𝙙𝙖𝙧𝙖 ; 𝙏𝙤𝙗𝙞𝙧𝙖𝙢𝙖. )

➸ 12

El sol apenas comenzaba a asomar en el horizonte cuando un pequeño grupo de ninjas se reunió en las afueras de Konoha. Los tonos rosados y anaranjados del cielo pintaban una escena pacífica, que contrastaba con la misión peligrosa que les esperaba. Madara, Tobirama, Aisuru y los demás se preparaban, en silencio, para lo que estaba por venir.

Madara permanecía imperturbable, como siempre, mientras Tobirama revisaba por décima vez el mapa con expresión concentrada. Por otro lado, Fukao y Satoshi, quiénes se unían después de años a un escuadrón de ése calibre, cuchicheaban entre sí, pero ambos tenían un ojo puesto en Aisuru.

Ella, ajena a los comentarios, ataba con cuidado su banda en el cabello rojo fuego que ondeaba como una bandera en la brisa. Con una figura atlética y un porte confiado, Aisuru se había transformado en una joven imponente. Su atuendo acentuaba su madurez, y sus ojos brillaban con una determinación que hacía pensar a cualquiera dos veces antes de meterse con ella.

Fukao, con una sonrisa juguetona, decidió romper el hielo:

-Oye, Satoshi, ¿alguna vez has visto un cabello tan rojo que te recuerde a una puesta de sol? -dijo en voz lo suficientemente alta para que Aisuru lo escuchara.

Satoshi soltó una carcajada, dándole un codazo a su compañero.

-Sí, ¿Qué crees que sea, un tomate o un habanero?

Aisuru, sin perder la compostura, se dio la vuelta y les dedicó una sonrisa afilada, de esas que no llegan a los ojos.

-Ah, los bromistas suelen ser los primeros en morir, me pregunto el cadáver de quién nos llevaremos hoy -dijo con un tono tan gélido que hizo que los dos ninjas tragaran saliva al instante.

Madara, desde la distancia, no pudo evitar sentir una ligera satisfacción al ver cómo Aisuru manejaba la situación. Sí, había crecido, sin duda. Pero sus pensamientos no se detuvieron demasiado en eso; Madara sabía que cualquier muestra de debilidad, incluso el reconocimiento, no era algo que podía permitirse.

El grupo se puso en marcha en dirección a la frontera con la Tierra del Agua. El objetivo: explorar las actividades de Kirigakure, que seguía causando problemas después de su última invasión fallida. Sabían que no sería fácil, pero nadie dijo una palabra mientras avanzaban con la precisión silenciosa que caracteriza a los ninjas de élite.

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El bosque se espesaba a medida que avanzaban, y el silencio sólo era roto por el crujir de las hojas bajo sus pies. Aisuru caminaba junto a Madara, quien mantenía su habitual aire de indiferencia, a pesar de que ella intentaba iniciar conversación.

Finalmente, después de un largo tramo de silencio, Aisuru suspiró y decidió intentarlo de nuevo:

-Madara -comenzó con tono suave pero decidido-, hace mucho que no trabajamos juntos. Me alegra que estemos en esta misión. Hemos pasado por mucho, y... pensé que podríamos empezar de nuevo.

Madara la miró de reojo, sus ojos impasibles. Sabía perfectamente lo que ella insinuaba. Aisuru había cambiado, eso era innegable, y sus sentimientos hacia él parecían haber evolucionado también. Pero él no podía permitirse ceder a esas emociones.

-Esto no es una charla de café, Aisuru. Céntrate en la misión -respondió con frialdad, sin mirarla directamente.

El corazón de Aisuru se encogió ante el frío rechazo, pero se forzó a sonreír levemente. Sabía que Madara era distante, pero esperaba algo, cualquier cosa que no fuera tan gélido.

-Entendido... -murmuró mientras su mirada volvía al camino.

Madara, a pesar de su actitud distante, no pudo evitar notar el cambio en la expresión de Aisuru. Una parte de él quería decir algo más, pero la otra, la dominante, sabía que era mejor mantener esa distancia. Cualquier cercanía sería una debilidad, y debilidades no tenían cabida en su mundo.