Sus palabras me atravesaron como espadas. No sé por qué dolía tanto; en el fondo, siempre supe que era verdad. Nunca he sido feliz. Tal vez cuando leía o corría por el jardín de casa, podía sentirme contenta por unos segundos, pero al final del día, todo volvía a ser oscuro.
La tristeza y la soledad regresaban, siempre fieles compañeras. Una infancia llena de miseria, castigos inhumanos que me hacían desear desaparecer, miedo, soledad... Pero supongo que todo se vuelve una rutina, y uno deja de verlo como algo doloroso, lo acepta como una realidad que hay que soportar.
El caballo se detuvo abruptamente, sacándome de mis pensamientos. Vi cómo Lysander se bajaba con agilidad, y segundos después, me ofreció ayuda para descender. La rechacé, moví las piernas y, con un pequeño salto, ya estaba a su lado. Lysander ató al caballo a un majestuoso roble y comenzó a caminar, perdiéndose entre la vegetación.
Lo seguí en silencio, sin ganas de hablar. Había tocado una parte de mí que creía haber encerrado para siempre. Mis ojos se fijaban en cada paso que daba, en cómo sus músculos se flexionaban, perdiéndome en los tatuajes que cubrían su espalda.
"Deberías dejar de mirarme, Catherine" dijo con ese tono juguetón que hacía arder mis mejillas. Había algo en su manera de hablar que me resultaba familiar, que me hacía sentir segura.
"Te encanta que te miren" aceleré el paso hasta ponerme a su lado.
"No lo voy a negar, pero..." giro rápidamente, quedando a centímetros de mí "¿podrás soportar las consecuencias?" Una sonrisa de suficiencia cruzó su rostro antes de continuar andando.
"¿A dónde vamos?" pregunté, pero antes de recibir respuesta, llegamos al centro del bosque. Los árboles formaban un círculo perfecto, rodeado de rosas negras. En el centro, se alzaba un árbol gigantesco, su tronco decorado con espinas negras. Era un lugar hermoso; el contraste de colores era espectacular.
"Es... precioso" murmuré, apenas pudiendo hablar por la sorpresa. Seguí caminando hasta que Lysander se sentó al pie del árbol, en un pequeño espacio donde ni las rosas ni las espinas llegaban.
"Solía venir aquí cuando era niño," dijo Lysander, su cuerpo tenso mientras recordaba. "Era antes de la guerra, cuando aún era un adolescente." Una risa amarga escapó de sus labios. "Una vieja amiga me trajo aquí. Decía que este podría ser nuestro refugio, un lugar donde podríamos soñar. Y así fue, se convirtió en nuestro escondite."
"Es el lugar perfecto para escapar de la realidad," murmuré.
Sus ojos ámbar brillaron al encontrarse con los míos. "Eso solía decir ella."
"Ahora podrás venir más seguido, estás de vuelta en casa, ¿no?"
Sus puños se cerraron con tanta fuerza que sus nudillos se volvieron blancos, y pude ver cómo sus colmillos se alargaban ligeramente. "Ella no puede volver. Está muerta." Sentí su dolor golpeándome como una ola, haciéndome retroceder.
"Lo siento," susurré, poniendo mi mano sobre su puño cerrado. Poco a poco, su tensión comenzó a ceder.
"Gracias," dijo con una voz que carecía de su habitual tono juguetón. Sus ojos se perdieron en las rosas negras, mientras el aroma especiado que lo rodeaba volvía a llenar el aire, pero esta vez mezclado con un profundo dolor. Sin pensarlo, me acerqué y lo abracé. Necesitaba consolarlo, decirle que todo estaría bien. Aunque sorprendido, no se apartó; permitió que lo abrazara hasta que apoyé mi cabeza en su hombro.
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El Reino de las Mentiras
FantasySumida en sangre y sombras, Catherine descubre que todo era una mentira. Monstruos acechan, pero uno de ellos la ha vigilado siempre, aguardando para reclamarla en la oscuridad. ¿Quién será esa voz que le susurra en la oscuridad? ¿Se dejará llevar p...