15. Congelada

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Eva

Carmín me había avisado que vendría, no sabía exactamente por qué. Probablemente era porque me había escuchado gritar al teléfono, cualquiera se asustaría con eso. Sin embargo, no estaba pensando en eso cuando tomé mi camioneta y me decidí a ir al bar donde trabajaba Arturo, con un nudo en la garganta y el corazón latiendo como loco dentro de mi pecho.

Estacioné en un aparcamiento libre que me quedaba cerca de la entrada. Esa noche tenían karaoke, así que el lugar estaba mucho más concurrido que de costumbre. Demasiadas personas borrachas y gente alocada bailando al compás de la música.

Cuando entré en el bar, el sonido de los altoparlantes estalló en mis oídos. Las luces me dejaban ciega a cada paso que daba, pero me mantuve firme para llegar al lugar donde estaba el bartender.

—¡Eva! —exclamó Sergio demasiado sorprendido cuando cruzamos miradas— ¿Qué haces aquí?

Sergio era mi anterior jefe, y se había hecho muy amigo de Arturo. En el pasado confiaba en él, pero ahora no estaba tan segura, y menos cuando me lanzó una mirada preocupada, como si no quisiera que estuviera ahí.

—¿Dónde está?

Llevaba la tanga negra en mi bolsillo, asqueada por haberla encontrado y la garganta cerrada apenas me permitía hablar. A pesar de eso, hice mi mejor esfuerzo por levantar la mirada hacia mi ex jefe.

—Envié a Arturo a recoger unas cervezas en el estacionamiento, seguro debe estar por ahí... —empezó a refregar una copa con nerviosismo, y ni siquiera pudo verme a los ojos.

Una corazonada me apuñalaba el estómago, y contuve lo mejor que pude una risa sarcástica.

—No te creo nada —bufé, sin quitarle la mirada de encima.

—Oye nena, ¿quieres un trago? —un hombre habló a mis espaldas. Sin embargo, la amarga mirada que le lancé, lo hizo retroceder dos pasos y desaparecer.

—Escucha, Eva... —empezó a decir Sergio, acercándose a mí —¿Por qué no te diviertes un rato? Iré a buscar a Arturo y le diré que estás aquí.

Sergio lanzó una mirada rápida hacia el cuarto de los empleados. Sus ojos se movieron con tal rapidez, y eso solo me hizo pensar que Arturo estaba ahí.

—¿Está ahí? ¿Cierto? —pregunté, casi gritando por encima de la música que me dejaba sorda.

—¡¿Qué?! —cuestionó Sergio, levantando los hombros a la defensiva— ¡Claro que no, Eva! Arturo no puede estar en el cuarto de empleados porque no está en su descanso.

La voz de Sergio cada vez se ponía más y más grave, lo cual solo atraía algunas de las miradas de mis ex compañeros de trabajo. La mirada de Sergio se cruzó con Mariana, una chica que había sido mi amiga cuando trabajaba en el bar. Ella entró en la conversación de inmediato.

—Eva, ¿Qué haces aquí? —se acercó Mariana, cuando se dió cuenta de mi presencia— ¡Hace mucho que no vienes! — Ven, dejame invitarte un trago —propuso, y tomó mi mano para llevarme a la pista de baile, pero yo me solté rápidamente.

—¡¿Qué me están escondiendo?! —grité por encima de la música, atrayendo las miradas de algunas personas curiosas.

Mariana se quedó sin palabras por algunos momentos y Sergio me miró con preocupación y culpabilidad. No esperé más para hacerme paso hacia el cuarto de empleados, porque sabía que ahí se encontraba Arturo. Hice mi camino de forma rápida hasta quedar frente a la puerta.

—¡Eva, detente! ¡No entres! —exclamó Mariana a mis espaldas, pero la ignoré por completo.

Aunque Sergio trató de detenerme un par de veces, pude abrir la puerta y cerré con llave una vez estuve adentro. El olor a alcohol invadió por completo mis sentidos cuando estuve dentro de aquel cuarto, la luz era muy escasa, y me di cuenta que el lugar había cambiado por completo: ahora era mucho más grande.

Aquel lugar lo utilizábamos como cuarto de descanso cuando queríamos tomarnos un respiro de lo agitado que se ponía el bar. Veníamos aquí a beber un poco con tranquilidad, y en ocasiones jugábamos juegos de mesa o mirábamos películas. Sin embargo, aquel lugar estaba completamente diferente: ya no era solo un cuarto, sino que habían varios.

—¿Cuánto dinero invirtió Sergio en esta remodelación? —hablé para mí misma.

Cada pequeño cuarto tenía una cortina roja en lugar de puerta. Recorrí el pasillo, pasando por todos esos cuartos, y guiándome de la única lámpara que estaba colgando en el techo. Fui despacio, pero con cada paso, mi corazón se sentía mucho más pesado. Aquel lugar no me traía buena espina. Decidí abrir una cortina y me topé con una cama recién hecha, con una pequeña lámpara en la mesita de noche y un armario de madera.

Me acerqué con cuidado y me di cuenta que en la cama habían unos preservativos. De pronto, el asco invadió mi sistema, y sentí una arcada. Aquel cuarto de descanso se había convertido en un motel privado para los empleados.

Regresé sobre mis pasos, dispuesta a irme porque Arturo no estaba ahí. Sin embargo, una puerta al final del pasillo llamó mi atención, porque de pronto empecé a escuchar la voz de una mujer. Dentro de mi pecho, mi corazón retumbó cuando identifiqué la voz de Arturo también.

Hice mi camino hasta esa última puerta, y cada vez que me acercaba, las voces aumentaban. Hasta que me di cuenta que no eran simples voces. Era mucho más que eso.

—Sí, sí...¡Ah, sí! —gritaba la voz femenina, entre gemidos descontrolados.

Pude escuchar entonces el sonido de la cama estampandose sobre el suelo de madera. Un sonido demasiado fuerte y claro, que me hizo empezar a llorar como una niña. El temblor en mi piel no me impidió llegar hasta la puerta, donde me di cuenta que ni siquiera se habían molestado en cerrarla por completo.

A través de la rendija pude ver lo que terminó de partir mi corazón por completo.

—Oh, nena, dame más... —pedía él, después de jadear de placer.

Ahí estaba mi novio. Ahí estaba otra mujer. Ahí estaba mi novio cogiendose a otra mujer. Verlo desnudo con otra no partió mi corazón, tampoco escucharlo gemir contra sus pechos mientras arremetía contra ella... Lo que terminó de partir mi corazón en dos, fue escucharlo decir:

—Te amo.

Mientras recuperaban el aliento, yo me moría por dentro. No sé cómo pude soportar ver sin irrumpir y armar un escándalo. En lugar de eso, me quedé completamente congelada, sin siquiera poder moverme. El frío me invadió por completo cuando ví que él le llenó de besos la cara y volvía a repetir esas palabras «Te amo».

Regresé hasta mi camioneta sin hacer mayor escándalo, y sin saber que quizás ya no volvería a ser la misma de antes.

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⏰ Última actualización: Sep 02 ⏰

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