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Las sombras y el silencio de la aldea desierta les envolvían como una capa húmedad.
Aisuru lideraba el equipo con pasos calculados, pero el vacío total les ponía los pelos de punta. Ni rastro de vida... ni de muerte.

—Esto es... raro —murmuró uno de los ninjas, sus ojos buscando cualquier signo de peligro—. ¿Dónde demonios está todo el mundo?

Aisuru frunció el ceño, alerta. Demasiado tranquilo. Y si algo había aprendido en la vida, era que esa calma solo venía antes del desastre. Se cruzó de brazos, sopesando cada escenario.

—Es una trampa —murmuró, bajando la voz para no romper el ambiente, pero lo suficientemente clara como para que los demás captaran la idea.

—¿Nos largamos entonces? —preguntó uno de los ninjas, ya tensando la mano en su arma. Parecía listo para correr más que para luchar.

Aisuru negó con la cabeza.
Ni en sueños. Si escapaban, solo los cazarían como presas. Eso sí, lo que sea que estuviera esperándolos, no iba a tener piedad.

—Si es una trampa, quieren que huir sea nuestra opción. Eso nos pondría justo en su plato. Así que no —respondió con un toque de desafío, sin levantar la voz, pero con el fuego en los ojos—. Vamos a seguir, pero con mucho cuidado.

El equipo no discutió. Sabían que cuando Aisuru tomaba una decisión, no había marcha atrás.

Cada paso retumbaba más de lo que debería en ese silencio sepulcral. Las calles vacías parecían un escenario postapocalíptico: casas abandonadas, ventanas rotas, hojas arrastradas por el viento. No era la falta de ruido, sino la ausencia total de vida lo que les carcomía los nervios. Era como estar en la boca de un lobo.

De repente, la joven Uzumaki sintió una sacudida en el aire. Algo denso, opresivo, como una presencia que se colaba por debajo de su piel.

—Algo anda mal… —dijo, levantando una mano para que el equipo se detuviera.

—¿Qué pasa? —preguntó uno de los chicos, apretando su arma con fuerza.

El chakra alrededor se volvió pesado, sofocante. Y ahí estaba, algo oscuro y profundo se agitaba bajo sus pies. Un escalofrío le recorrió la espalda.

—¡Fuera de aquí, ahora! —gritó la pelirroja, pero fue demasiado tarde.

El suelo explotó bajo ellos. La tierra voló por los aires y de las profundidades emergió una figura envuelta en chakra oscuro, como una sombra que tragaba la poca luz que quedaba.

—Bueno, bueno… —dijo el hombre enmascarado, su voz era fría como el acero y cortante como una cuchilla oxidada—. Te estaba esperando, pequeña jinchuriki.

Antes de que Aisuru pudiera procesar sus palabras, el hombre se lanzó hacia ella, moviéndose como una sombra rápida. Apenas logró levantar su kunai para bloquear, pero la fuerza del golpe la hizo retroceder varios metros, levantando polvo a su paso.

—¡Mierda! —gruñó uno de sus compañeros, lanzándose hacia el atacante. No duró ni un segundo. El hombre lo apartó con un gesto despreocupado, estampándolo contra una pared como si fuera una mosca molesta.

El pánico quería instalarse en Aisuru, pero lo ahogó con un nudo en la garganta. No era el momento de perder los estribos.

—¿Quién eres? —gruñó, poniéndose de pie con el kunai listo. Si iba a morir, al menos lo haría de pie.

El hombre la miró, o al menos eso pensó Aisuru. Esa máscara era inquietante. No había ojos, solo una sonrisa invisible que le erizaba la piel.

—Soy el que acabará con esta farsa de paz que tanto veneran —dijo, con un tono tan venenoso que casi podía saborearlo—. Y tú, Aisuru Uzumaki, eres la llave.

Rojo Escarlata ➸ Madara ; TobiramaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora