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El sol comenzaba a ocultarse detrás de las montañas, tiñendo el cielo con matices de naranja y púrpura, mientras Madara Uchiha regresaba a la aldea después de una misión rutinaria. Su rostro, como siempre, permanecía impasible, una máscara de severidad que ocultaba cualquier emoción que pudiera delatarse. Pero algo en su interior se revolvía, una inquietud que había estado creciendo desde la mañana. Quizás era el cansancio, se dijo a sí mismo, o tal vez el fastidio de estar involucrado en tareas tan mundanas cuando su mente estaba ocupada con pensamientos mucho más turbios y complejos.

El aire en la aldea parecía diferente, tenso, como si algo ominoso estuviera a punto de desatarse. Al cruzar las puertas, Madara notó la agitación en los guardias y el murmullo inquietante que recorría las calles. Sus instintos, siempre agudos, lo alertaron de que algo no estaba bien, pero se esforzó por ignorarlo. No había recibido ningún aviso urgente, y no era común que algo escapara a su conocimiento.

Avanzando por los caminos de la aldea, escuchó a lo lejos algunas voces agitadas cerca del edificio del Hokage. Aceleró el paso, incapaz de deshacerse de la sensación de que lo que sea que estaba ocurriendo, lo involucraba más de lo que quisiera admitir.

Al llegar, la puerta principal del edificio se abrió de golpe, y un grupo de ninjas salió apresuradamente. Uno de ellos llevaba el uniforme del escuadrón de reconocimiento, con la armadura manchada de polvo y sudor, su rostro pálido por el esfuerzo. Madara se detuvo en seco cuando escuchó el nombre que surgió de entre los labios del ninja con desesperación:

—¡Tobirama-sama! —exclamó, jadeando mientras intentaba recobrar el aliento—. Aisuru-sama... está atrapada en el bosque. Nos encontramos con enemigos... El hombre enmascarado, y los hermanos Ginkaku y Kinkaku. Aisuru-sama nos ordenó regresar para informar… y buscar refuerzos. Cree que la aldea ha sido tomada, por eso pidió que volviéramos. No pudimos quedarnos para ayudarla…

El corazón de Madara dio un vuelco, una sensación que no había experimentado en mucho tiempo. Intentó mantenerse sereno, pero la tormenta que se desataba dentro de él era palpable.
Aisuru... atrapada.
Las palabras resonaron en su mente, acompañadas de una oleada de preocupación y culpa. Intentó desviar la mirada y alejarse, pero sus pies permanecieron clavados en el suelo, sus manos temblando ligeramente.

Porqué debería importarme a éstas alturas —se preguntó, sabiendo que esa era la pregunta equivocada.

Sabía exactamente por qué le importaba, pero no quería admitirlo, especialmente después de lo que había sucedido el día anterior. Las palabras hirientes que le había dicho a Aisuru aún flotaban en su mente, como veneno que no podía purgar.

La puerta se cerró de golpe detrás del ninja, dejándolo solo con sus pensamientos. El malestar en su pecho se intensificó mientras su mente revivía la última conversación que había tenido con ella.

Todo lo que sientes nunca existió —le había dicho fríamente, sin darle la oportunidad de replicar. Su mirada había sido dura, distante, como si quisiera alejarla de sí de una vez por todas—. Cuánto antes lo entiendas será mejor para ambos.

Había esperado que esas palabras pusieran fin a la confusión que sentía, que lo liberaran del vínculo que se había formado entre ellos, pero todo lo que habían logrado era sumirlo en una oscuridad aún más profunda.
¿Con que derecho iba a buscarla ahora?
Se había esforzado por mantener su distancia, por no dejar que ella viera cuán profundamente lo afectaba, y sin embargo, aquí estaba, luchando por controlar su deseo de salir corriendo hacia el bosque en su búsqueda.

Mientras el Uchiha se debatía internamente, la puerta del edificio del Hokage se abrió nuevamente, esta vez para dejar salir a Tobirama, quien escuchaba atentamente el informe del ninja. Su rostro, siempre serio, se endureció aún más al escuchar las palabras del mensajero.

Rojo Escarlata ➸ Madara ; TobiramaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora