Relata Zoe:
El inicio del nuevo semestre vino acompañado de una frescura que me hizo sentir como si todo lo anterior hubiera sido un mal sueño, uno del que finalmente había despertado. Volver al instituto no era más que una formalidad. A diferencia de antes, no sentía la misma ansiedad al entrar en esas aulas que tanto me habían agobiado. Mis prioridades habían cambiado. Ahora estaba enfocada en mi bienestar, en construir algo real y positivo para mí.
La primera semana de clases fue extrañamente tranquila. Dylan no estaba más, y aunque su ausencia se notaba, ya no me afectaba como antes. Me sentía más segura, más dueña de mis emociones. Los recuerdos de lo que habíamos compartido estaban ahí, pero no eran más que eso: recuerdos. Había decidido no dejar que mi vida girara alrededor de lo que pudo haber sido.
Brenda y yo nos habíamos vuelto inseparables. Después de nuestras clases de yoga, comenzamos a hacer planes de fin de semana, explorando lugares nuevos en la ciudad, descubriendo pequeños cafés y librerías que se convirtieron en nuestros refugios. Nuestra amistad se fortaleció y, con ella, mi confianza en que podía enfrentar cualquier cosa.
Un día, mientras caminábamos por el parque, Brenda se detuvo repentinamente y me miró con una expresión seria, algo que no era muy común en ella.
—Zoe, ¿alguna vez pensaste en qué harás después de que todo esto termine? —me preguntó, con su voz suave pero inquisitiva.
La pregunta me tomó por sorpresa. Había estado tan concentrada en superar los obstáculos inmediatos que no me había permitido pensar en el futuro.
—No realmente... —admití, encogiéndome de hombros—. Supongo que seguiré adelante, buscaré algo que me haga feliz, lo que sea.
Brenda sonrió, como si supiera algo que yo no.
—Creo que deberías considerar lo que realmente te apasiona, Zoe. No solo algo para pasar el tiempo, sino algo que te haga sentir viva, que te dé un propósito.
Su consejo resonó en mí. Esa noche, en casa, me quedé pensando en lo que realmente me apasionaba. Había perdido tanto de mí misma en los últimos meses que era difícil recordar lo que una vez me había hecho sentir verdaderamente feliz.
Recordé mi amor por la fotografía, algo que había dejado de lado hacía tiempo. Había algo en capturar momentos, en ver el mundo a través de un lente, que siempre me había dado una sensación de paz y creatividad. Decidí que era hora de volver a ello, de redescubrir esa parte de mí.
Relata Dylan:
Estaba de vuelta en mi ciudad natal, un lugar que me había resultado familiar y ajeno al mismo tiempo. Había aceptado un trabajo en una universidad local, algo más estable y menos emocionalmente cargado que mi anterior experiencia en el instituto. Sin embargo, la sombra de Zoe seguía acompañándome.
Una tarde, mientras revisaba unos papeles en mi nueva oficina, mi teléfono vibró. Era un mensaje de Ana. Desde nuestra última conversación, habíamos mantenido contacto esporádico, principalmente para intercambiar consejos profesionales.
—Hola, Dylan. Pensé que te gustaría saber que Zoe está muy bien. Ha retomado la fotografía y parece estar encontrando su camino. Me alegra ver que está avanzando —escribió.
Sonreí al leer el mensaje. Saber que Zoe estaba bien me dio una paz que no había sentido en mucho tiempo. Respondí agradeciéndole, sintiéndome satisfecho de haber tomado las decisiones correctas, aunque hubieran sido difíciles.
El trabajo en la universidad me mantenía ocupado, y a pesar de todo, no podía evitar recordar a Zoe cada vez que veía a una estudiante que se le pareciera un poco. Pero, con el tiempo, esos recuerdos se volvieron menos dolorosos, y más bien, se convirtieron en un recordatorio de lo que había aprendido.
Relata Zoe:
Volver a la fotografía fue como reencontrarme con una vieja amiga. Pasaba horas caminando por la ciudad, capturando pequeños detalles, rostros desconocidos, momentos que la mayoría de las personas no notaba. Cada foto era un recordatorio de que había belleza incluso en los lugares más oscuros, en los rincones más olvidados.
Brenda me acompañaba a veces, y juntos nos reíamos mientras explorábamos nuevas áreas de la ciudad. Me sentía ligera, como si me hubieran quitado un peso de encima, y por primera vez en mucho tiempo, veía un futuro brillante para mí.
Un día, mientras revisaba las fotos que había tomado, una en particular me llamó la atención. Era un retrato de una mujer mayor, sentada en un banco del parque, su rostro arrugado pero lleno de vida. Había una sabiduría en sus ojos, una calma que yo aspiraba a alcanzar.
Esa noche, mientras miraba esa foto, me di cuenta de algo importante. No importaba lo que había pasado, lo que importaba era lo que estaba por venir. Tenía la oportunidad de empezar de nuevo, de construir una vida que realmente me hiciera feliz.
Decidí inscribirme en un curso de fotografía avanzada en la universidad local. Quería perfeccionar mis habilidades, aprender de los mejores y, quizás, algún día convertir mi pasión en una carrera. La idea me emocionaba, y por primera vez en mucho tiempo, me sentía segura de hacia dónde iba.
Relata Dylan:
La vida en la universidad era satisfactoria, aunque diferente. Me encontraba rodeado de colegas apasionados por sus áreas de estudio, y mis días estaban llenos de clases, investigaciones y conferencias. Sin embargo, siempre había un momento del día en que mis pensamientos volvían a Zoe, preguntándome cómo estaría.
Una tarde, mientras caminaba por el campus, vi un anuncio en el tablón de la universidad. "Curso de Fotografía Avanzada - Inscripciones Abiertas". Sonreí al verlo, pensando en Zoe. Tal vez, solo tal vez, nuestros caminos se cruzarían de nuevo.
Decidí inscribirme como profesor asistente en el curso, no porque esperara encontrarme con ella, sino porque quería estar cerca de algo que me recordara a lo que habíamos compartido. La fotografía era una pasión que compartíamos, y aunque nuestros caminos ahora eran diferentes, me sentía conectado a ella a través de ese arte.
Relata Zoe:
El primer día del curso de fotografía fue emocionante. Entré al aula con mi cámara colgada del cuello, sintiéndome un poco nerviosa pero también emocionada por lo que aprendería. Cuando el profesor principal entró en la sala, lo reconocí al instante. No era Dylan, pero había algo en su manera de hablar y moverse que me recordó a él.
Durante la primera clase, el profesor presentó a su asistente, y mi corazón dio un vuelco. Ahí estaba él, Dylan, de pie frente a mí, luciendo tan sorprendido como yo. Por un momento, nuestras miradas se encontraron, y el tiempo pareció detenerse.
No sabía qué pensar, qué sentir. Todo lo que había intentado dejar atrás estaba justo frente a mí de nuevo. Pero, a diferencia de antes, esta vez me sentía más fuerte, más preparada. Quizás esta era la prueba final, la oportunidad de demostrarme a mí misma cuánto había crecido.
Dylan comenzó a hablar, explicando los detalles del curso, y aunque traté de concentrarme en sus palabras, mi mente estaba en otra parte. Finalmente, al final de la clase, se acercó a mí mientras recogía mis cosas.
—Zoe —dijo suavemente, su voz llena de una mezcla de sorpresa y emoción—. No esperaba verte aquí.
—Yo tampoco esperaba verte a ti —respondí, tratando de mantener la calma—. Pero supongo que la vida tiene formas extrañas de reunir a las personas.
Hubo un momento de silencio entre nosotros, un momento cargado de todo lo que habíamos sido y todo lo que éramos ahora. Finalmente, Dylan sonrió, una sonrisa sincera que no había visto antes.
—Me alegra que estés aquí, Zoe. Realmente me alegra.
Lo miré, y por primera vez, sentí que estaba bien estar en su presencia sin la carga del pasado.
—A mí también, Dylan. A mí también.
Había renacido de mis propias cenizas, y estaba lista para enfrentar lo que fuera que la vida tuviera reservado para mí.
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Quemada por la pasión
Novela JuvenilEsta es la historia de Zoe una adolescente de 17 años que se enamora de su profesor de economía Dylan Scott de 28 años. Ella odiaba el colegio hasta que lo conoció a el, un sexy y apuesto hombre dispuesto a llevarla al mismo cielo con solo acercarse...