VI

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JEON

Cuando llegué al club, lo primero que sentí fue su excéntrico olor. En un principio, no sabía qué esperar. Cigarrillos, o tal vez el hedor de licor viejo, pero eso no fue lo que me golpeó al entrar.

El olor a duraznos, lirios y frutos rojos se filtró por mi nariz, llenando mis pulmones con su toque de vainilla al acercarme a la barra. El interior era negro, completamente negro al punto de verse opacado por los singulares objetos y decoraciones de oro macizo y exuberantes. Ni más ni menos. Era simple y a la vez elegante, probablemente se vería vulgar en cualquier otro lugar, pero aquí, la idea de "menos es más" prevalecía.

Decidí sentarme en la barra no mucho después de llegar junto a mi aliado. Cass. A quien veía y distinguía solo por su nuca rubia y corte militar.

Sobre mi cabeza, un bajo techo daba paso a un salón que quitaba el maldito aliento.

Y allí, dentro de aquel salón y sentado con las piernas abiertas, Cass besuqueaba el cuello de una ojiazul con peluca roja trepada en su pecho descubierto y con el trasero sobre sus muslos. Aún y estando a más de treinta metros de él, pude ver perfectamente la manera en la que su compañía se mecía contra su entrepierna.

Tomé una respiración profunda y aparté la mirada.

Rebusqué en mi billetera y saqué un billete de treinta dólares por la bebida que acababa de servirme el camarero.

Una vaso de whisky enteramente ruso. Tenía buen aguante con el alcohol, por lo que tres copas me dejarían igual a cómo me sentía ahora.

Siendo así, me lo bebí en medio de divagaciones, observando con la mente pérdida los espectáculos simultáneos que tenían un mismo patrón: bailarinas danzando en tubos al ritmo lento y candente de la música.

Era sábado  y la atención recaía en el show de las mujeres. Normalmente entre semana saldrían varones disfrazados de toda fantasía sexual femenina viéndose exprimidos por las  recatadas y reservadas esposas de nuestros hombres.

Nuestro clan era permisivo con el derecho a educación y profesionalidad entre las mujeres con o sin hijos. La mayoría se encontraba metida en un curso para poder alejarse de la monotonía que significaba quedarse encerradas en sus casas cumpliendo el rol que se suponía que debían cumplir: el de madres y esposas que solo servían para calentar la cama de sus maridos.

Y aquellas que decidían acatar hasta lo más arcaico en las leyes y órdenes, las que no a penas les tocaba el sol de la mañana, se escabullían en las madrigadas a este club aprovechando la ausencia de sus esposos.

Solo así, dentro de aquellas paredes oscuras y figuras doradas, esas damas podían sentir la verdadera diversión y felicidad.

Pero hoy era fin de semana. Lo que significaba que el turno era plenamente para nuestros batallones y soldados.

Así que sorbí tragos de mi vaso y silencié mi cabeza por unos pocos segundos.

En una esquina, bajo una cortina transparente, un cuerpo menudo llamó mi atención. Vestía una máscara tropical y plumada, por lo que era imposible vislumbrar su rostro. Pero su cuerpo y cabello fueron los que me causaron intriga.

Porque la melena era de un café suave y ondulado. Sus pechos, turgentes, se mostraban escondidos bajo un escote que los pronunciaba. El vientre plano y las curvas a penas visibles me produjeron una subida intensa de mi sangre en mis venas. Fuego. Fuego corriendo por mi piel. Pues de pronto la máscara despareció y unas pecas pronunciadas y ojos saltones me devolvieron la mirada.

Era ella. La princesa que no había salido todavía de mi memoria ni pesadillas dulces y cálidas. Manoban. La misma que ahora se dirigía a mí cantoneando sus caderas.

Violets for guns || LizkookDonde viven las historias. Descúbrelo ahora